Todos los años, la Oficina de la Mujer dependiente de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, a cargo de la vicepresidenta Elena Highton de Nolasco, publica estadísticas sobre acceso a empleos de hombres y mujeres en el Poder Judicial.
En pocos días más la dependencia hará pública información actualizada en su muy recomendable sitio web.
Cada nuevo dato que se hace público solo confirma lo que las trabajadoras del Poder Judicial conocen. Pocas acceden a puestos de poder real, como cargos de juezas de Cortes, camaristas, secretarias de Cortes, juezas, procuradoras, defensoras o secretarias letradas.
El relevamiento de esta dependencia se compone de los datos correspondientes a la Corte Suprema de Justicia de la Nación, la Procuración General de la Nación, la Defensoría General de la Nación, la Justicia Federal y Nacional y las sumatorias de los Poderes Judiciales, los Ministerios Públicos Fiscales y los Ministerios Públicos de la Defensa de cada una de las provincias
Y al igual que en los años anteriores, se observó que si bien en 2019 el Sistema de Justicia estuvo conformado mayoritariamente por mujeres (56%), la participación de éstas se distribuyó desigualmente a lo largo del escalafón. La proporción femenina fue mayoritaria en el personal administrativo (61%) y el funcionariado (61%), pero se redujo entre las/os magistradas/os, defensoras/es y fiscales (44%) y fue aún menor entre las máximas autoridades judiciales (28%), lo que muestra una base mayoritariamente femenina y una cúpula mayoritariamente masculina.
Es decir, en el Poder Judicial, los hombres mandan, acceden a los puestos de poder real, y si bien desde la sanción de la Ley Micaela en 2018 los integrantes del Poder Judicial se capacitan en temas de género, alcanzando incluso a los aspirantes a cargos en la Justicia, mientras las mujeres sigan ocupando puestos considerados menores en el escalafón jurisdiccional, las políticas de género seguirán siendo ejecutadas por hombres con poder para mujeres sin poder.
“Un cuarto propio”, el icónico libro gestado desde la superlativa subjetividad femenina de Virginia Wolff, no es ni más ni menos que la reivindicación histórica en deuda: el derecho de todas las mujeres de poder delinear desde el poder real lo que la mujer sabe que necesita para romper el “techo de cristal”. En este caso, sus propias políticas de género.
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