El diluvio toma diferentes caras. El viento golpea desde diferentes lugares. Hay tormentas que llegan y se llevan como un tsunami el mundo que conocíamos. Las amistades, las rutinas, la casa, las relaciones, las ilusiones o los sueños. Muchas veces las provocamos nosotros mismos, desde la ceguera, la necedad, el orgullo o la falta de coraje. Pero otras tantas tempestades llegan sin aviso. Sin que tengamos que ver, sin justificaciones ni culpas. Sin haberlas merecido.
El diluvio puede tener la cara de una persona o de una coyuntura, de una frustración sentimental o un quiebre económico, de una falta o una desilusión, un error o una equivocación casual. A veces sentimos que sólo llueve sobre nuestra cabeza, hasta que de pronto descubrimos que no estamos mojados en soledad. Puede ser un huracán repentino o una de esas lloviznas imposibles de soportar por su eterna agonía. Sea cual fuere la tormenta que estemos atravesando, solemos encontrar un pequeño refugio al decir: “Voy a estar bien, cuando todo esto pase”.
Sin embargo, ese atajo es apenas una ilusión. Cada vez que ponemos por delante un “cuando”, solo estiramos la duración de la lluvia que nos tiene paralizados. Comenzamos entonces a ponerle “cuandos” a cada cosa, esperando que el mañana solucione nuestros “ahoras”. “Cuando pase la pandemia; cuando se mejore la situación; cuando la economía esté más tranquila; cuando se recupere tal familiar; cuando acabe la cuarentena; cuando esté más tranquilo; cuando los chicos crezcan”. No se trata de esperar a que pase la tormenta, sino de aprender a caminar bajo la lluvia. Dejar de tercerizar en el futuro nuestra responsabilidad de aprovechar el presente.
Noé es el hombre que, según la Biblia, es elegido para construir un arca y salvarse del diluvio universal. Son pocas las explicaciones que nos da el texto acerca de por qué Noé es el elegido. Pero algunas pistas del relato nos muestran que el personaje en cuestión, lejos de ser un héroe mitológico, puede ser cualquiera de nosotros en medio de su propia tormenta.
El texto nos dice que Noé era un hombre que “caminaba con Dios” (Génesis 6:9). Los sabios nos enseñan que, por la manera en que está conjugado el verbo “caminar”, no nos hablan de una caminata regular, sino de un paseo. La diferencia radica en que, generalmente, cuando caminamos tenemos como objetivo llegar a un lugar determinado. Pero cuando paseamos, el objetivo es el viaje en sí mismo. Cada vez que ponemos un “cuando” por delante, ponemos nuestra mente en algún futuro incierto. La incertidumbre trae temor, y el temor angustia. Cuanto más lejos ponemos el tiempo en el que estaremos bien, menos tiempos disfrutamos en este hoy. Quizá en vez de esperar a que pase la tormenta, haya que disfrutar más de la lluvia durante el viaje.
Rabbi Iaakov ben Asher, el famoso sabio del siglo XIII conocido como el Baal Haturim, nos enseña que en la frase que estudiamos anteriormente en hebreo: “Noé caminaba con Dios” (HaElohim ithalej Noaj), la última letra de cada uno de esos tres términos son las letras de la palabra: “Jajam”, que significa “Sabio”. Sólo que las letras se encuentran invertidas, o sea, aparecen exactamente al revés (MaJaJ, en vez de JaJaM). Explica entonces el Baal Haturim, que Noé adquirió sabiduría, pero sólo después de lo que le ocurrió. Es la sabiduría que llega después de la realidad. Es la comprensión de las cosas, pero recién después de haber tenido que vivir la tormenta. La conciencia luego de la experiencia.
Sin embargo, si aprendemos a sentir las gotas de lluvia en el rostro como parte del viaje, y a dejar de esperar que algún “cuando” solucione nuestro presente, podremos adquirir la sabiduría que se anticipa a la realidad. Como dice Pirke Avot: “¿Quién es sabio? Aquél que ve lo que aún no ha nacido”. La visión de lo que vendrá permitirá entonces un viaje con mayor criterio, paciencia y fortaleza. Dejar de justificar consecuencias, para ser creativos y proactivos ante las causas. Dejar de buscar culpables en el ayer del por qué llueve y nunca para, y ser sabios para aprovechar este hoy, que por más húmedo que parezca, es nuestro único y último hoy.
Amigos queridos. Amigos todos.
El problema de poner un “cuando” para sabotear la posibilidad de estar bien hoy, es que a veces ese “cuando” finalmente llega. Entonces es demasiado tarde. Ya estamos formateados para autoimponernos un nuevo “cuando”.
No se trata de esperar, sino de estar. No es por culpa del pasado o por la demora de algún futuro. La eternidad no se mide en mañanas infinitas. Si está lloviendo, sabio es el que siente que crece con el rostro empapado, sube al arca para disfrutar el viaje y hace de este hoy, la eternidad.
El autor es rabino de la Comunidad Amijai y presidente de la Asamblea Rabínica Latinoamericana del Movimiento Masorti