1) En la misma vereda: Hasta hace muy poco la calle era masculina y los varones podían andar y las mujeres –y muy especialmente niñas, adolescentes, jóvenes y trans– tenían que pagar el peaje de ser manoseadas, asustadas, abusadas, agredidas, insultadas o asqueadas por portación de cuerpo femenino. La calle y el deseo ahora son compartidos. No se pongan de la vereda de enfrente de la igualdad de recorrido.
2) Sin acoso: En el nuevo camino se intenta frenar el acoso callejero y se toma conciencia de que los piropos no son halagos, ni un intento de seducción bien llevado y consensuado, sino una agresión que repele a las mujeres de la vía pública. No es cierto que el acoso era sexy, ni una entrada genial para que las mujeres estén enamoradas de sus agresores.
En realidad, la agresión sexual genera inhibición. Y, muy por el contrario, el freno a la violencia es una de las mejores fórmulas para que las mujeres sientan confianza y puedan explorar más y mejores formas de dar y encontrar placer.
3) Sí, se pueden meter si otro varón agrede a una mujer: Las miradas lascivas, las guarangadas, el susto de subirse a un taxi, la reprobación por viajar solas sin marido o hijos, las manos de los mozos por la espalda en cualquier hotel sin un hombre enfrente, los grupos de varios que increpan a una nena y le meten la mano en la cola no se terminaron (por desgracia y por falta de mayores acciones políticas y comunitarias), pero sí están cuestionados.
No lo hagan, ni en sus casas, ni en otro lado. No dejen de meterse para terminar con el abuso. Se puede romper con el pacto de caballeros (que de caballeros no tiene nada) y con la cofradía masculina que propone que en los grupos de watsap, en los vestuarios y en las oficinas está permitido todo. La impunidad y la violencia no reglas que nadie puede deshacer. Al contrario de la idea de “no te metas” sí, se pueden meter para generar mejores vínculos.
4) No tengan miedo ni sufran por los cambios: El acoso ya no está naturalizado (aunque tampoco acabado), pero no se quejen de que no saben qué hacer y que tienen miedo (como si el miedo no hubiera estado por siempre del otro lado de la historia) y (¡ay!) que ahora su hit del verano es “qué difícil ser varón”. Dejen los pañuelos, que a nosotras nos quedan mejor.
5) Si están perdidos pueden preguntar: La desorientación ante reglas nuevas es real y legítima. Si no saben para dónde ir pueden consultar. No hagan como cuando manejan que son capaces de anochecer en Banfield para ir a Villa Ballester con tal de no rebajarse a bajar la ventanilla y preguntar. Consultar tampoco es necesitar un manual de instrucciones paso a paso para ver cómo se levanta. Las miradas, las respuestas, la percepción, el ida y vuelta, siguen funcionando. Simplemente hay que leer, mirarse, conectar y la magia funciona en el contacto piel a piel.
6) No a la guerra de los sexos: Los nenes con los nenes y las nenas con las nenas es una canción de los ochenta que da para la nostalgia bizarra. No necesitan volver a juntarse entre ustedes porque “ahora con esto del feminismo mejor ni acercarse a las minas”. La falta de ida y vuelta en reuniones –incluso ahora que los festejos son en parques al aire libre, en algún café en la vereda o por zoom- no es una forma de frenar el acoso.
Es cierto que hay una reconfiguración de la seducción. Pero nunca se objetó el cortejo, sino la agresión. No necesitan ponerse un chaleco anti balas, que tampoco caen muertos por entender que “no es no”. Y para estar distanciados ya tenemos bastante con la vida EnCovid-ados.
7) El levante no tiene fin: No responsabilicen a las que denuncian acoso y/o a las que acompañan a las denuncias (en muchos casos las que denuncian son jóvenes y las que acompañan son adultas) de la muerte del levante. No es el final de la historia, no sean los Francis Fukuyama (el fin del acoso no es el fin) y anímense a disfrutar de las que quieren tener sexo por placer y no por ser forzadas.
8) Hay que predisponerse al aprendizaje, aceptar el conflicto y apostar al encuentro: La desorientación de muchos varones a los que les cambiaron las reglas de juego es genuina. Por eso, se trata de generar reglas nuevas. Pero no hay que asustarse. Se trata de apostar a un intercambio de prueba y error en la búsqueda de pautas de consentimiento.
Si surge algún conflicto, discusión, fricción o confusión pero sin mala leche (sí, esa es la frase justa), no hay problema y se trata solamente de reconfigurar las palabras claves. Hay que bancar el aprendizaje, contar lo que a ustedes les gusta y les disgusta. La deconstrucción no implica que los varones hagan lo que no les gusta o acepten lo que no quieren, sino que potencien su deseo a partir de la vitalidad del encuentro.
No aceptar ninguna forma de violencia de género no quiere decir que no haya lugar para lograr acuerdos y aceptar los desacuerdos. Hay que poner el conflicto sobre la mesa. Y no hacer bajar ni bajar la cabeza. La conversación lleva a puntos de encuentro sin necesidad de sumisión, ni evasión amorosa.
Intenten quedarse con la que los quiera y quieran, ni aceptar relaciones en las que no se sienten a gusto, ni ser sometidos en vínculos que les hacen bien. Ni huir justo con la que les gusta, ni atrincherarse con la que no quieren. Generar encuentros no es una fórmula química, igual que todos los vínculos humanos da placer y también lleva una parte de trabajo. Cosecharas tu siembra.
9) Nunca es tarde, siempre se puede re aprender a comunicarse: La existencia de mujeres deseantes no es una derrota de los varones, sino una posibilidad de potenciar el deseo mutuo. La reacción al freno del abuso como una forma del monopolio del deseo masculino no tiene que pasar de mirar de una manera incómoda a las mujeres a no verlas más (como si se volvieran invisibles) o marcarlas como indeseables. No hay que dejar de mirar, sino encontrar una forma mejor de encontrar las miradas.
No se trata de una cuestión de edad, de cultura o de costumbre. Siempre se puede cambiar. ¿O en el 2019 se hubieran imaginado no salir a la calle sin su tapabocas y hacer cola en la carnicería para no amontonarse en el mostrador? La adaptación es una forma de supervivencia y de superación. Si nos podemos cuidar de una pandemia, también nos podemos cuidar para no caer en el machismo como forma de encuentro sexual.
Si la humanidad no tuviera poder de transformación seguiríamos hablando por teléfono con cable y arrastrando el disco para invitar a salir con alguien. Ahora eso no se nos ocurre. ¿Por qué no vamos a poder cambiar las formas de cortejo igual que cambiamos la tecnología con la que nos comunicamos?
¿Si logramos aprender a comunicarnos por whatsapp, asimilar el distanciamiento social y portar un alcohol en gel como un elemento de primera necesidad -igual que el DNI- como no vamos a poder encontrar la forma de que el cortejo esté libre de violencia y acalorado de goce mutuo? A cualquier edad se puede soportar un cambio de software amoroso.
Si lo que quieren es venganza por el empoderamiento femenino, córranse, que no tienen nada que hacer en el siglo XXI. Pero los que quieran encuentro y no crueldad tienen todas las chances de seguir en un camino de acompañamiento que, en este contexto de distancia social, se hace más necesario que antes del aislamiento pandémico.
10) No se vayan sin avisar: La revancha no tiene buena leche, confusión o susto. Si antes el sexo era un garrote para las mujeres sin deseo, ahora la huida, la clavada de visto, el fantasmeo, la ignorancia y la idea de que cualquier sentimiento o sensación feminizada es intensa y “se la baja” es una carta documento a las que quieren encuentro.
Si se tienen que ir de alguien o algo que no quieren, se van (nadie pide mendigar amor ni propone varones sometidos), si alguien no les gusta, no se quedan y, si una demanda no les va, no la aceptan; pero la indiferencia serial no es darle lugar a su propio deseo sino condenar al deseo de las otras.
11) La rosca sexual vale la pena: (siempre con yapa, siempre intensas, nunca no/intensas) Separemos los tantos para dialogar con quienes quieren dialogar; encontrarse con los que buscan formas de comprender la reconfiguración del encuentro; darle tiempo o comprender qué quiere el otro/a que no es menor, sino mayor y aguantemos algo de la fricción, la confusión, el tiempo, el laburo y la rosca (que se banca en la política pero no en el amor) que implica comprender a otra persona y un cambio de época con más ganas que susto. Y a la violencia, el abuso, el desprecio y la revancha –sea como sea que venga vestida– ni cabida.
Ya no estamos para giladas, sino para pasarla mejor.
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