Cómo emerger de la depresión más profunda de la historia de Argentina

La gran pandemia que hoy nos aflige puede tener un final feliz. Si el pueblo aceptó el sacrificio de la cuarentena improductiva, puede fácilmente volcarse a producir con renovada energía las cosas que más necesita

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Un hombre revisa su celular frente a locales comerciales cerrados en Buenos Aires (EFE/ Juan Ignacio Roncoroni)
Un hombre revisa su celular frente a locales comerciales cerrados en Buenos Aires (EFE/ Juan Ignacio Roncoroni)

El mundo daba por descontada una grave depresión económica después de la pandemia. Estados Unidos está emitiendo créditos por 2,7 billones de dólares y la economía y el empleo crecen con vigor inusitado. La Comunidad Europea considera otorgar créditos blandos no reembolsables por 700.000 millones de euros a los países miembros. La solución a la depresión es un aumento gigantesco de la liquidez. Esto sólo se puede hacer en países que cuentan con un formidable sistema financiero como Estados Unidos y la Comunidad Europea.

No es el caso de Argentina que está en el peor de los mundos para generar liquidez: no tiene moneda de curso legal y forzoso, el sistema bancario es insignificante con una bancarización del 14% del PBI –la más baja de América Latina detrás de Haití, Bolivia o Paraguay– carece de mercado de capitales y estuvo hasta hace poco al borde de un nuevo default internacional. Tiene vedado el acceso al crédito externo.

Necesitamos una política clara para tener una moneda nacional soberana para planificar y construir una bancarización profunda que supere el 100% del PBI, como Chile que ha alcanzado el 112 % de su PBI. Ocho veces más que nuestro país.

"El día después...", el último libro de Guillermo Laura
"El día después...", el último libro de Guillermo Laura

El problema tiene solución, está estudiado y el proyecto de ley está contenido en el libro: “El día después… Cómo emerger de la recesión más profunda de nuestra historia”.

Argentina debe crear una moneda ontológicamente estable a perpetuidad. Para ello hay que seguir el modelo chileno que, en 1967, durante el gobierno de Eduardo Frei y muchos años antes de Pinochet, creó la moneda más estable del mundo: la Unidad de Fomento, UF. En los 53 años transcurridos desde entonces, el dólar, la moneda estrella del planeta, la divisa internacional que lidera el comercio mundial, tuvo una inflación del 783% mientras la UF gozó de estabilidad plena porque al estar indexada, no puede ser distinta al índice de precios. Se rige por la lógica: toda cosa es igual a sí misma. Y si la moneda es el índice de precios, no puede ser distinta a ese mismo índice. Está condenada a la estabilidad perpetua.

Debemos transformar esta herramienta en nuestra moneda de curso legal y forzoso: el $UVA que se actualiza diariamente por el CER. Con el nuevo régimen monetario, todas las obligaciones dinerarias relevantes –empezando por los sueldos, salarios y jubilaciones– deberán estar nominadas en $UVA. Es decir, blindadas contra la inflación. Todos los créditos y obligaciones dinerarias deberán pactarse en $UVA. Esto permite crédito de largo plazo a una tasa de interés del 6% y 30 años de plazo. Generará un crecimiento explosivo del mercado hipotecario con la construcción de dos millones de viviendas en cuatro años.

Fachada del Banco Central (REUTERS/Agustín Marcarian)
Fachada del Banco Central (REUTERS/Agustín Marcarian)

Con moneda estable habrá ahorro y depósitos en los bancos. Pero además hay que aplicar una política audaz de bancarización Inducida (obligatoria) que haga funcionar el Multiplicador Bancario que es el instrumento revolucionario que permite el crecimiento sideral del crédito bancario en los países desarrollados. Con una reserva del Banco Central del 10% de los depósitos, el sistema bancario de cada país puede prestar diez veces la Base Monetaria.

Hoy la economía argentina funciona con una base monetaria que no crece porque los depositantes retiran rápidamente el efectivo que les depositan, por ejemplo, a los jubilados. Es un problema cultural: después del corralito y del corralón la gente tiene miedo de que el Estado les quite los depósitos y se apresura a ponerlos a buen recaudo. El Multiplicador Bancario no funciona cuando hay filtración de efectivo. Acá hay algo mucho peor que una tímida y discreta filtración: es una huida desordenada del peso. El pueblo argentino ha repudiado la moneda nacional que es el símbolo de la soberanía económica y la ha reemplazado por el dólar con gravísimas consecuencias negativas. Es esencial cambiar esta conducta. Se puede hacer. Primero crear la moneda más estable del mundo que será el $UVA, símil UF chilena. El $UVA será la única moneda de curso legal y forzoso de utilización obligatoria en todas las Operaciones Dinerarias Relevantes. Y, segundo, hacer obligatorio el pago bancarizado de dichas Operaciones Relevantes, bajo apercibimiento de nulidad del pago. Paralelamente, crear fuertes estímulos a la bancarización y severos disuasivos al uso de efectivo.

Necesitamos una política clara para tener una moneda nacional soberana para planificar y construir una bancarización profunda que supere el 100% del PBI

¿Qué beneficio tendrá esto para la sociedad? Un meteórico crecimiento de los depósitos bancarios que tienen que llegar a diez veces la Base Monetaria, como en Chile. Esto significa decuplicar los depósitos que pueden alcanzar a 2,6 billones de UVAs, que son equivalentes a 1,3 billones de dólares. Bien entendido que usamos la palabra “billones” según su significado en español: “millones de millones”

¿Pero servirán para algo los pesos y las UVAs? La convertibilidad acostumbró a los argentinos a que todos los créditos deben ser en dólares. Acá hay un grave error de enfoque. Sólo necesitamos dólares cuando compramos bienes importados. Pero, si las obras que vamos a ejecutar se hacen íntegramente con insumos locales, no necesitamos divisas. Justamente las grandes carencias que padece nuestro país se hacen con elementos locales que están en oferta excedente. Es decir: con elementos o ingredientes tan abundantes en la naturaleza que sobran y por muchas obras que hagamos, nunca se acabarán. Necesitamos viviendas, redes de saneamiento –agua, cloaca, desagües pluviales y servicios públicos– gas natural, caminos rurales pavimentados, autopistas.

En los 53 años transcurridos desde entonces, el dólar, la moneda estrella del planeta, la divisa internacional que lidera el comercio mundial, tuvo una inflación del 783% mientras la UF gozó de estabilidad plena porque al estar indexada, no puede ser distinta al índice de precios

Todas estas carencias se resuelven con mano de obra local e insumos domésticos: básicamente arena, piedra, tierra y cemento que no es otra cosa que piedra molida y calentada a 1.300 grados. Antiguamente, los grandes acueductos eran importados y hechos con hierro fundido. Hoy se han reemplazado con policloruro de vinilo (PVC), que se fabrica con sal gruesa y gas, ambos componentes locales en gran abundancia, sin costo de divisas.

Necesitamos pesos –y ningún dólar–, para pagar salarios a millones de trabajadores, fletes, comprar camiones que se fabrican en nuestro país, combustible, materiales de construcción, impuestos, aportes jubilatorios, intereses, etc. etc. Todo es local. Todo es en pesos. Olvidémonos de los dólares. No son necesarios para poner el país en marcha y generar el pleno empleo, crecer al 10% anual y resolver lacerantes carencias sociales como la vivienda digna. Necesitamos construir dos millones de viviendas dotadas de todos los servicios. Esto es posible y es el gran desafío de los próximos cuatro años.

Argentina debe crear una moneda ontológicamente estable a perpetuidad

Terminada la Gran Guerra volvieron a Estados Unidos 15 millones de veteranos según registran las estadísticas del Departamento de Estado de ese país. Eran un problema peliagudo. Los veteranos no tenían oficio, no tenían casa, no tenían trabajo y encima estaban entrenados para matar. Un verdadero coctel explosivo. Hacían ruidosas manifestaciones pidiendo plata para festejar el triunfo bélico. El presidente Roosevelt dijo: de ninguna manera. No hay plata para la vagancia, ni para emborracharse o perseguir prostitutas. Y el Congreso otorgó por ley un aval para que cada veterano tuviera una garantía del Estado de que iba a pagar puntualmente la cuota de la hipoteca. Se construyeron 10 millones de casas. Los veteranos tuvieron trabajo, salario y vivienda y aprendieron un oficio. Vino el baby boom y hubo paz y progreso. Después Eisenhower hizo la Red de Autopistas. Y siguió el progreso y el equipamiento del territorio.

La Gran Pandemia que hoy nos aflige puede tener un final feliz. Si el pueblo aceptó el sacrificio de la cuarentena improductiva, puede fácilmente volcarse a producir con renovada energía las cosas que más necesita en su propio interés, poniendo fin a la ignominia malsana de las 2.000 villas miseria y asentamientos precarios y llegar a ser propietario de una casa digna como promete la Constitución Nacional desde hace más de medio siglo.

Tenemos que poner la gente sana a trabajar productivamente. Y por suerte la gente sana es inmensa mayoría. Al infectado hay que curarlo y los que están sanos tienen que laburar.

Como decía Roosevelt: “Ningún país, por rico que sea puede soportar el derroche de sus recursos humanos. La desmoralización causada por el desempleo generalizado es nuestro mayor despilfarro. Moralmente es la mayor amenaza de nuestro orden social”.

El autor es presidente de la Fundación Metas para el Siglo XXI

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