Volver a trabajar es mucho más que volver a la oficina o a la fábrica

“El futuro será nuestro por la prepotencia del trabajo -decía Roberto Arlt-. Nos ganaremos el porvenir con sudor de tinta y rechinar de dientes...”

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Hace 50 años y siendo exactamente las 5:45 de la temprana mañana, salía de mi casa en dirección a la estación del tren que me llevaría luego de 2 horas de viaje a mi trabajo en Nuñez. Pedro ya iba baldeando la vereda de su taller que había quedado engrasada y muy sucia del día anterior. María salía bien arreglada para dar sus clases en la Escuela Normal. A veces tenía la suerte de cruzarme con Teresita que partía hacia su oficina en el Centro. Pero lo que más me gustaba era pasar por la puerta de la panadería “La Favorita” ya que a esa hora los panes salidos del horno explotaban con sus perturbadores aromas.

Ya en el tren, apoyaba mi cabeza sobre la ventanilla y miraba con ojos perdidos como el mundo se iba poniendo en marcha. Algunos con pasos apurados, otros con pasos cansados, chicos corriendo de guardapolvo blanco. Era una sociedad que en perfecta armonía y equilibrio comenzaba un día más de trabajo o de estudio.

Roberto Arlt (1900-1942) describió como pocos las cotidianeidades del común de los hombres en sus Aguafuertes Porteñas. Tan directo y sencillo era su lenguaje que algunos ilustrados decían que su estilo era alejado de la “estética” y hasta en cierto aspecto “descuidado en sus formas”. Pocos saben que Arlt había sido expulsado de su escuela a los 8 años y que fue un autodidacta absoluto. Antes de llegar a ser periodista, fue pintor, obrero, soldador, mecánico, trabajador portuario. Por supuesto, estaba en las antípodas de Adolfo Bioy Casares, Victoria Ocampo, Jorge Luis Borges. Ninguno de ellos hubiera escrito esto: "El futuro será nuestro por la Prepotencia del Trabajo. Escribiré y escribiré un libro tras otro y que los eunucos bufen. Nos ganaremos el porvenir con sudor de tinta y rechinar de dientes frente a la Underwood que golpearemos con manos fatigadas, hora tras hora, hora tras hora”.

La riqueza de una Nación y el crecimiento del pueblo es consecuencia directa e inequívoca de cuanto trabajemos. Los economistas hablarán del “valor agregado” que sepamos generar. Por mi parte, formado en lenguajes más simples, prefiero decir que cuanto más trabajes seguramente más chances de avanzar tendrás.

Conocí una Argentina que crecía en base al esfuerzo diario. Donde millones de personas salíamos de mañana a buscar el mango y que en una perfecta armonía horaria funcionábamos como una gigantesca orquesta. Creo que pocos han percibido que el trabajo es una sumatoria de millones de personas, componentes, materiales, servicios que, armonizados, dan como resultado final un fruto maravilloso que es el progreso. Cuando esa armonía se traba, se rompe o se frena, los problemas aparecen. Son los tiempos oscuros.

Hemos generado tanto ruido en base a antinomias que pareciera no quedar espacio para los que hacen, los que mueven la máquina, los que “la yugan”. Nuestro futuro está enturbiado por una maraña de burócratas y adláteres que amparados en escudos de papeles regulatorios nos rompen nuestros sueños de cristal.

Ya no soy joven para aceptar que el Trabajo a Distancia -Home Office al decir de los modernos- es mucho más eficiente que ir diariamente al “lugar de trabajo”. Creo tener la valentía como para decir que no estamos siendo eficientes con este formato de trabajar desde lejos, hablándonos por sistemas que se cortan por la mala conectividad, aislados en un cuarto y encima rodeados de la familia en pequeños espacios. Ciertos “avanzados” nos cuentan que Microsoft les comunicó a sus empleados que ya no vuelvan a trabajar y que pueden hacerlo desde sus casas, si así lo decidieran. Primero, lleguemos a un PBI per cápita de u$s50.000 anuales y luego conversemos. Segundo, averigüemos donde están las factorías de las empresas High Tech y cuando nos demos cuenta de que están radicadas en Camboya, India, Vietnam, descubriremos que allí el PBI per cápita no llega a los u$s8.000 anuales. Si al cambio de hoy, estamos incluso por debajo de eso, ¿podemos darnos el lujo de creer que vivimos en Dinamarca, Noruega o cualquier potencia por arriba de los 40K anuales? Para llegar a eso tenemos que trabajar y mucho.

Más allá de las ideologías, casi sin sentido ya para discutirlas, me percato de que volver a trabajar es mucho más importante que volver a una oficina, a un taller, a una fábrica. Volver a trabajar es un acto de fe irresoluto, vibrante, esperanzador, ya que nos permite mantener la utopía del progreso. Sabio fue Eduardo Galeano al escribir: “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Entonces, ¿para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.”. Una sociedad que no camina detrás de una utopía, es una sociedad sin alma, sin corazón. Los ladrones de sueños y muchos farsantes del poder no pueden dejarnos sin utopías o peor aún explicarnos que con la mera asistencia de el Estado podremos progresar.

Por Dios, esa no es la Argentina en la que crecí. Se comía lo que había en la mesa, nada se tiraba, la ropa pasaba de un hermano a otro y todos bien sabíamos lo que era nuestro y lo que era ajeno. Detrás del “eso no se toca, eso no es tuyo” de mamá, había una implícita enseñanza del sentido de la propiedad. ¿Cuál es el miedo de educar al pueblo? ¿Cuál es el miedo de que aquellos que reciben asistencias sociales puedan realmente trabajar también en algo productivo? ¿No estaríamos formando así personas más dignas?

Si nos quedamos en el debate de las ideologías, las naciones con foco en el crecimiento basado en el trabajo nos sacarán enormes ventajas. Prefiero que nos equivoquemos trabajando y no que debatamos sobre la nada misma o peor aún sobre temas que ya nadie discute.

Jane Austen (1775-1817) decía que “somos mitad Agonía y mitad Esperanza”. Para recobrar la esperanza deberemos hacer de nuestra vida una historia que merezca ser contada. Y una gran historia que merezca ser contada es aquella que muestre los frutos del estudio y los del trabajo. No hay otra forma.

Tributo a Roberto Emilio Godofredo Arlt (1900-1942).

El autor es empresario y docente

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