“Algo muy grave va a suceder en este pueblo”, ese es el título de un cuento de Gabriel García Márquez. Una magnífica descripción de cómo se materializa aquello que empieza siendo un murmullo, una vacilación que nadie despeja, y que uno tras otro con sus dichos va confirmando. Un hecho tras otro, reinterpretados, van confirmando el murmullo y convirtiéndolo en rumor.
La Argentina de estos días -aquella que puede preocuparse por algo que está más allá de las vituallas cotidianas y que es “la otra mitad que es menos de la mitad”- está en una suerte de suspenso a la espera de que “Algo grave va a pasar” y comienzan a actuar de un modo que, sin imaginar y sin querer, materializa las consecuencias.
La fuga de ahorros, el abandono definitivo del país y la promoción de ambos hechos, es -al igual que en el cuento- partir por goteo, de a poco. Y esperar, desde afuera, estando lejos o aun estando dentro, que el pueblo así abandonado termine cumpliendo la profecía. En el cuento el pueblo se convierte en puras llamas, en la Argentina, es un país secándose de energías, transformándose es materia combustible y sometida al acaso.
La fuga de ahorros, el abandono definitivo del país y la promoción de ambos hechos, es -al igual que en el cuento- partir por goteo, de a poco
En el cuento de García Márquez es el propio pueblo quien lo protagoniza, no hay liderazgos, no hay “autoridades”, nadie es responsable por hacer que todos puedan cumplir la razón de haber nacido o haber venido a vivir allí. Justamente el liderazgo, la autoridad, es donde radica la responsabilidad de mirar más lejos, despejar el murmullo, desnudar la falsedad del rumor.
Sobre todo si la mayoría de quienes conforman el “sentido común” sufren de “sesgo de confirmación” y “pensamiento de grupo” y convergen en el murmullo que torna en robusto rumor que, leído en vena de presagio, se convierte en un temor paralizante y desconcertante.
El cuento de García Márquez es una radiografía del rumor. Pero también una lección de aquello que podría y debería evitar la pesadilla. Una lección de qué cosa es el liderazgo, como la voz capaz de mostrar las cosas como realmente pueden ser. Se trata de cómo las cosas habrán de ser, “lo que va a suceder”. Ese predicado sólo tiene sentido si el liderazgo es capaz de argumentar, con autoridad y convicción, qué es lo que se está haciendo y qué se hará para apuntalar el porvenir.
En la Argentina el liderazgo, la autoridad, están debilitadas, desleídas, ausentes y pareciera que, lejos de desnudar el rumor y desandar su réplica, lo agitan con patéticas contradicciones. A cada rato. Esa ausencia es lo muy grave que está pasando y lo que aproxima a las perversas profecías autocumplidas.
¿A qué lleva la falta de liderazgo después de 46 años de decadencia (números irrefutables), de la última década de estancamiento y de crecimiento de la pobreza y la incertidumbre? Cuarenta y seis años en que el promedio de crecimiento por habitante alcanzó al 0,2% anual y que el estancamiento de la última década hace que cuando termine 2020 el PBI por habitante será igual al de 1974. Esta parálisis decadente, única en el mundo, ha resultado en que el número de pobres, entre 1974 y hoy, haya aumentado a la velocidad de 7% anual. Moralmente un escándalo. La ausencia de liderazgo lleva al pasado que condiciona el futuro.
El riesgo de los pensamientos de grupos
En los días que atormentan ni una sola voz despeja el futuro. En su lugar, se instala la crítica por lo que hicieron o por lo que hacen. El insulto agazapado llena el pan de cada día. Es penoso. Las voces del gobierno y de la oposición, desaniman. ¿Cómo no va a avanzar el rumor suicida que “Algo va a suceder” si se oculta el futuro trayendo, en cada esquina, un pedazo del pasado que, en sí mismo, es lo pésimo que nos sucedió?
Este clima clausura la posibilidad de cualquier reflexión sobre cómo salir de este infierno de estancamiento y pobreza, en el que se vive esta pandemia. La comparación sobre cómo otros sufren los males que la pandemia causa realmente carece de importancia. Se trata de lo nuestro y -en todo caso- mal de muchos consuelo de tontos.
Peter C. Wason, en los 60 del Siglo XX, demostró que las personas tienden a alimentarse de información que confirme sus creencias. Ese sesgo induce a no mirar objetivamente y a confirmar lo que previamente se imaginaba y mantenerse en un área de confort para no contradecirse.
Y si se agrega que existe el “pensamiento de grupo”, estudiado por Irving Janis en los 70 del Siglo XX, que consiste en detectar la resistencia natural de muchas personas a no apartarse del pensamiento dominante del grupo al que se pertenece, entonces -sumando una y otra-, en ausencia de liderazgos esclarecedores, las situaciones del tipo “algo malo va a pasar” generan las estampidas de las profecías autocumplidas o, en otros casos, decisiones que han sido catastróficas.
El ‘pensamiento de grupo’, estudiado por Irving Janis en los 70 del Siglo XX, consiste en detectar la resistencia natural de muchas personas a no apartarse del pensamiento dominante del grupo al que se pertenece
Hay ejemplos históricos en los que muchos de los que participaron en una discusión pensaban lo contrario a lo que finalmente se decidió. Y si se hubieran mantenido en la posición propia habrían evitado una catástrofe. Predominó el pensamiento de grupo y las cosas salieron mal.
Un ejemplo clásico de pensamiento de grupo es el de Bahía de Cochinos, invasión en que, tomados de a uno, nadie estaba de acuerdo; y bien puede ser otro el caso de la Guerra de Malvinas ¿todos los que lo decidieron estaban de acuerdo?
En los últimos 46 años, porque el valor agregado (PBI), por habitante y por año, no ha crecido como se ha señalado, no se ha generado capacidad de bienestar colectivo. La mitad de los niños hoy están apagando su futuro, y el de todos, ahogados en la pobreza y sus consecuencias.
Por todo eso, por la economía heredada, provocada, por la pandemia, sólo hay un reclamo urgente: por favor, quienes tienen el deber de despejar el murmullo que aprisiona, piensen, propongan y encaminen el futuro. No es tan difícil. Es cierto, se ha perdido la costumbre del futuro. “El futuro no es lo que va a venir, sino lo que nosotros vamos a hacer”. (Henri Bergson)
El consenso que hay que construir es el proyecto productivo hacia dónde se quiere ir. Es la herramienta para diseñar la macroeconomía de los equilibrios fundamentales en busca del desarrollo.
El consenso que hay que construir es el proyecto productivo hacia dónde se quiere ir
El debate basado exclusivamente en el restablecimiento de los equilibrios fundamentales de la macroeconomía, que ignore la definición del rumbo de la construcción de un proyecto productivo, es aceptar el dominio de lo inmediato, de lo mensurable diariamente, en lugar de consolidar las bases de un consenso que articule la política y la estructura económica del futuro.
La estructura económica actual no es la base necesaria para los equilibrios a los que se debe aspirar porque esta estructura, la actual, es el origen de todos los desequilibrios. Ir de la macroeconomía al modelo de desarrollo es ir al revés. Y es una enorme tentación de moda. Pero es desandar el futuro. Y no hay dudas de que si se define la macro sin previamente definir el modelo de desarrollo algo malo va a suceder.
El autor fue subsecretario de Economía del ministro José Ber Gelbard y uno de los que redactó ese plan, además de escritor, autor del libro “Economía y política en el tercer gobierno de Perón”, y profesor en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA
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