Fenómenos políticos y sociales de este tiempo

Con el auge de las redes sociales, nacen nuevos movimientos de protesta, transversales social y culturalmente, cuyas demandas ya no son uniformes

REUTERS/Bernadett Szabo/File Photo

Antes de la aparición del COVID 19, el mundo se encontraba inmerso en protestas sociales en los distintos continentes, y en lo político crecían los gobiernos de tendencia conservadora.

La pandemia profundizó estos acontecimientos ya que comunidades empobrecidas fueron más reclamantes y a su vez el temor, la incertidumbre y la inseguridad hicieron que se abroquelaran y exigieran protección.

Desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial hasta la caída del Muro de Berlín hubo signos innumerables de agitación social de diferentes características.

Hay dos publicaciones que ayudan a entender mejor los acontecimientos actuales: Movimientos Sociales del Siglo XXI de Geoffrey Pleyers, joven sociólogo belga y La Rebelión de las Naciones, de Francisco de Santibañes, argentino de 43 años de sólida formación académica.

Repasando estos dos trabajos, advierto que estamos ante fenómenos nuevos: una sociedad despolitizada, desobediente, inorgánica y auto-convocada en la protesta y un crecimiento político del conservadurismo popular, al cual llegamos como un proceso internacional.

Desde las guerras de Argelia y Corea hasta el Sandinismo nicaragüense, pasando por la primavera de Praga, los movimientos del siglo XX fueron juveniles y sindicales, orgánicos, con alta politización , muchos de ellos militarizados, en la guerra fría con las consigna de “cambiar el sistema por un mundo mejor”, mediante la toma del poder.

La caída del Muro, reconfiguró el panorama mundial.

Se consolidó la Unión Europea y América Latina estabilizó gobiernos democráticos.

Esa reformulación mundial generó políticas neoliberales, con un modelo de mayor economía de mercado, que después de la caída de la Unión Soviética hicieron crecer la influencia de los EEUU en el mundo con el formato político y económico del Consenso de Washington.

Se pusieron en marcha procesos de reformas en Rusia, China e India. Se desarrollaron las economías asiáticas con abaratamiento del mercado laboral y el traslado de mucha producción de bienes al Asia.

A continuación llega la revolución tecnológica, que reconvirtió los sistemas de producción, integración, comercialización y las comunicaciones adquirieron una dinámica transformadora inimaginable en cambios y actualizaciones casi cotidianas.

Esa economía expansiva y de progreso generó a su vez un capitalismo con alta concentración de la riqueza en pocos actores. Debilitó al Estado de Bienestar, construido post Segunda Guerra Mundial, motor de las clases obreras y medias urbanas occidentales, llamada “movilidad social ascendente”, cuyo progreso y libertad fue determinante para la caída del proyecto internacional comunista.

Ese modelo no logró dar respuesta a todos los desafíos de la época, y gestó fuertes reclamos y reivindicaciones sociales y laborales.

La sociedad y la política, en los primeros años del nuevo siglo, giran hacia propuestas seudo-progresistas expresadas en Europa por coaliciones gobernantes de partidos socialistas, laboristas, demócratas cristianos, social demócratas liberales. Latinoamérica tuvo una corriente en igual sentido e inclusive en EEUU hubo preeminencia Demócrata.

Pero ni el modelo de libre mercado, ni el pseudo-progresismo respondieron acertadamente al nuevo escenario político, económico, tecnológico y social requerido.

En este contexto, ya en la segunda década del siglo XXI, con el auge de las redes sociales, nacen nuevos movimientos de protesta, transversales social y culturalmente, cuyas demandas ya no son uniformes, sino diversas y con multiplicidad de consignas.

Basten como ejemplos los “chalecos amarillos” franceses, los indignados europeos, “las sardinas” italianas, las movilizaciones en Hong Kong, en Israel, Inglaterra, EEUU, las manifestaciones por libertades en países árabes, las protestas en Chile, Ecuador, Colombia, Bolivia, y podríamos enumerar muchos más.

Hay diferentes caracterizaciones de las manifestaciones, los vinculados con los colectivos ambientalistas, de género y los antirracistas.

La clase media descapitalizada y defraudada que quiere retornar al Estado de Bienestar, mezclada con reclamos por justicia, seguridad, libertad, y los excluidos que solo pretenden ingresar al actual sistema, sin cuestionarlo.

La inmensa mayoría de estos movimientos son inorgánicos, carecen de formación política, sus convocatorias son por redes sociales, no tienen liderazgo, ninguna capacidad ni aspiración de constituirse en alternativas electorales o de gobierno y la “toma del poder” les parece una idea de marcianos.

En búsqueda de contener esa demanda social, el sistema político marchó hacia gobiernos conservadores, proteccionistas e intervencionistas, que defienden el capitalismo pero no al liberalismo económico.

El Parlamento Europeo está dominado por el Partido Popular Europeo, pero además podemos ver como Alemania y Francia toman medidas conservadoras, Merkel corre su tradicional alianza más a la derecha y Macron, que acaba de perder las elecciones del Senado en manos de los republicanos (la derecha Francesa) gira cada vez más hacia posiciones gaullistas; Hungría, Polonia, Irlanda, Austria, Croacia, Italia, suman gobiernos de tendencia nacionalista.

Junto a los europeos y más allá de cualquier ubicación ideología, Trump, Putin, Bolsonaro, Boris Johnson, Narendra Modi, Erdogan, Benjamín Netanyahu, son Conservadores Populares; en su libro Santibañes se anima a colocar al mismísimo Xi Jinping entre estos.

Sus políticas son de neto corte conservador con fuerte anclaje popular, su base de sustentación política está en las clases medias urbanas pauperizadas en lo económico, educativo y asustadas por la inseguridad, en trabajadores de bajos salarios e informales, junto a cuentapropistas, empresarios /comerciantes dependientes de sus ingresos diarios, pequeños y medianos productores agrícolas.

Mientras los pro-mercado hablan de ajustes y el seudo-progresismo es nostálgico de las ideas “revolucionarias”, estos líderes imponen un mensaje directo, básico y sin apelaciones filosóficas, intelectuales. Pragmatismo puro y en su prédica hablan de Nación, orden, progreso, prosperidad, trabajo y grandeza.

Las próximas elecciones en los EEUU son claves para consolidar o debilitar esta tendencia.

Como se dan estos fenómenos en nuestro país y cuál podría ser su devenir?

Nuestros movimientos sociales son variados, están los organizados en torno a vulnerabilidades sociales cuyo financiamiento sostiene hace décadas El Estado, incrementados en la pandemia; están los fuertemente ideologizados y luego un sector medio con características similares a otros lugares de mundo, clase media en declive, auto convocada por redes y sin una ideología política uniforme y con diversidad de reclamos.

En lo político, la historia argentina acredita una presencia determinante del pensamiento conservador desde nuestros orígenes, con preeminencia en la iglesia, las FFAA y los caudillos federales.

Desde la institucionalización, en algunas etapas gobernaron con ideas económicas liberales y en otras formaron parte del movimiento popular, pero su ideario conceptual siempre estuvo presente en la política nacional y en las provincias argentinas.

La cultura de las comunidades de nuestra nación del interior tiene todavía arraigados valores tradicionales de familia, religiosidad y orden, como principios rectores y aun anida en el inconsciente colectivo argentino ese espíritu conservador.

Con lo cual en el contexto de la Argentina convulsionada de hoy, en el que tenemos crisis de autoridad, aparato productivo destruido, empobrecimiento sostenido, desempleo, incertidumbre, desorden, inseguridad, desencanto y una resignación invade el espíritu de los argentinos, la irrupción de una alternativa política con sesgo Conservador Popular está hoy en el radar de muchos sectores de la sociedad argentina. Tal vez mucho más presente de lo que el mundo político y comunicacional argentino imagina.

El autor fue Defensor del Pueblo de la Nación