Cuando la intencionalidad manifiesta es ignorar, quitar identidad y anular, es difícil guardar silencio y aceptar que todo quede simplificado a exabruptos explicados en una mera chicana de nuestra doliente cultura política. Sabemos que las palabras tienen significado y que ellas generan acciones y reacciones. Por ello es grave el insulto, como también lo es el silencio de muchos que lo avalan.
No fui a la marcha. Pero la avalo como ejercicio noble del derecho humano inalienable a solicitar y reclamar que tenemos como ciudadanos. Ciudadanos todos: los que fueron, los que no, los que acordamos y los que disienten.
Waldo Ansaldi en un importante artículo publicado en la prestigiosa revista Índice del Centro de Estudios Sociales de la DAIA, titulado “Derechos Humanos y Derechos de ciudadanía como límites a la arbitrariedad del poder”, afirma: “La cuestión de la construcción histórica de la ciudadanía se encuentra entrelazada con la de los derechos humanos. Dicho enfáticamente: la ciudadanía es el derecho a tener derechos -por eso es una construcción histórica-, dentro de los cuales se encuentran los humanos, el límite contra la arbitrariedad del poder y la frontera ética entre la condición humana y la de meros seres vivos”.
No es necesario que recordemos aquí las páginas más atroces del siglo pasado sobre exclusión, segregación, persecución y muerte. Las conocemos suficientemente del mismo modo que a la historia de nuestro país, en la que la democracia fue sojuzgada repetidamente por dictaduras violentas y sangrientas que llegaron hasta límites indescriptibles como en la última vivida, en donde desconocer y negar identidad a quien disentía fueron los disvalores que rigieron y dieron lugar a la peor que nos tocó vivir. Sus consecuencias aún las padecemos y nos duelen a todos los argentinos.
Las palabras generan, y más aún cuando son emitidas desde el poder.
Agrega Ansaldi, “el Estado protector encorsetó a la ciudadanía en la pasividad, hizo o permitió que los hombres y mujeres esperaran todo del Estado, incluso a costa de cancelar la libertad de decisión y al precio de un clientelismo envilecedor de la ciudadanía política y generó escasa predisposición a los cambios y la lucha por ellos”.
La salud y/o calidad democrática se mide con indicadores de valores fundamentales como la libertad y la igualdad. También en la participación ciudadana.
En la marcha del 12 de octubre, una vez más, hombres y mujeres se manifestaron en el espacio público haciendo flamear orgullosos la bandera argentina, entonando el himno nacional y pidiendo ser atendidos por el poder de turno, fortaleciendo así nuestra democracia.
No se oyeron consignas partidarias ni pedidos destituyentes. Las expresiones que se escucharon fueron reclamos de ciudadanos dignos y libres que no se merecen la descalificación, y mucho menos cuando ésta viene desde el poder. El tapar los oídos y cerrar los ojos ya de por sí es una respuesta agraviante, no es necesario ahondar en el daño con la negación de identidad. Es muy grave y temerario que desde lo más alto del poder se niegue a una parte de la sociedad.
La buena noticia es que de una manera u otra los ciudadanos del pueblo argentino que no aceptan ser encorsetados por el Estado, que creen en los derechos que la constitución les otorga y no están dispuestos a que la ideología se los quite, seguirán peticionando, pues como cierra Ansaldi su artículo citando a Séneca: “Si no nos atrevemos no es porque la tarea sea difícil, si no nos atrevemos es cuando la tarea se vuelve difícil”.
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