Adolescentes, jóvenes y adultos expresan su frustración de maneras diferentes, pero una muy recurrente es el anhelo de querer irse del país, de partir hacia un destino aliviador.
“Irse a cualquier parte” representa uno de los mecanismos de defensa posibles ante una vivencia amenazante. La frustración supone la privación por parte de alguien que deliberadamente niega el acceso a algo pudiendo habilitarlo, mientras que la decepción se caracteriza por haber transcurrido un proceso de duelo, en el que lo perdido o no obtenido se reconoce como tal, como un límite propio o una carencia del otro.
Otra es la expectativa de aquellos que, reconociendo sus orígenes, anhelan encontrar su lugar en el mundo. Son puntos de partida diferentes; el enojo y la desesperanza conllevan a explorar idealizando las opciones.
La compulsión a la repetición -Freud,1920- remite a un proceso de origen inconsciente respecto del cual el sujeto se sitúa activamente en situaciones penosas, repitiendo experiencias antiguas, creyendo que se trata de algo actual, en el que la frustración ocupa un lugar importante.
La pandemia impone un castigo al espíritu democrático, potenciando la vivencia de frustración. Resurge así, un autodiagnóstico terminal que suele expresarse bajo la fórmula desesperada: “Hay que irse…”
¿Qué le ocurre a las personas desesperanzadas, terminales y terminantes? La globalización virtual impacta ambivalentemente en las personas. Las idealizaciones mágicas resquebrajan los vínculos interpersonales y el sentido de pertenencia. Escucho a padres alentar a sus hijos a huir de “esta trampa”, sosteniendo que los educaron para irse del país.
En un fragmento de la película “Martín H” -1997, Adolfo Aristarain -Martín (Federico Luppi) interpreta a un director de cine radicado en Madrid. Su hijo, apodado “H”, intenta convencer a su padre sobre las bondades de la Argentina. "¿No extrañas? pregunta “H”, Martín sentencia: “…la nostalgia es un verso, no se extraña un país, se extraña el barrio pero también lo extrañas si te mudas a diez cuadras…la patria es un invento…uno se siente parte de muy poca gente…tu país son tus amigos y eso sí se extraña pero se pasa. Cuando uno tiene la chance de irse de la Argentina la tiene que aprovechar, es un país donde no se puede ni se debe vivir, te hace mierda, si te lo tomas en serio, si pensás que podes hacer algo para cambiarlo, te hace mierda, es un país sin futuro, es un país anclado, depredado y no va a cambiar…la Argentina es otra cosa, no es un país; es una trampa…como la zanahoria del burro. La trampa es que te hacen creer que puede cambiar…lo sentís cerca…y siempre te cagan. Lo único que podés hacer es tratar de sobrevivir o de no perder lo que tenés…y encima te hacen sentir culpable”.
La Patología autoinmune para la medicina es “aquella enfermedad en la cual el propio sistema inmunitario ataca a las células del organismo. El sistema de protección se convierte en agresor atacando y destruyendo a los propios órganos y tejidos corporales sanos en lugar de protegerlos”.
Imaginemos al país como nuestro organismo y al sistema político como el sistema inmune que debiera preservarlo de aquellos agentes que lo amenazan. El sistema inmune/político es quien provoca el daño generando un estado de fragmentación social. Siempre flota en nuestro imaginario la palabra “estallar”, creyendo por momentos que nuestro ambivalente destino pendula entre una democracia siempre corrupta y una dictadura nefastamente ordenadora del caos. He ahí nuestra gran trampa, el pensamiento binario.
La frustración como punto de partida es inherente a todo ser vivo en el mismo acto del nacimiento. Acceder a la decepción puede posibilitar el criterio de realidad necesario para resurgir como República.
El autor es profesor titular de las cátedras “Diagnóstico y Tratamiento de Adultos y Gerontes” y “Prácticas Profesionales Tutoriadas en área clínica” de la USAL