
El gobierno de la República Popular China o, para ser más precisos, el Partido Comunista de ese país, se ha involucrado en una dinámica dominadora que no debe tomarnos de sorpresa, porque es una actitud que se corresponde con todos los imperios de la historia, fenómeno que sólo se neutraliza cumpliendo el mandato de Carlos Márquez Sterling, “contra la injerencia extraña, la virtud doméstica”.
El Lebensraum, espacio vital, era una estrategia del imperio alemán que Adolfo Hitler convirtió en un principio del nazismo con el que pretendió justificar la expansión territorial alemana. Los chinos, aunque tienen mucho espacio, necesitan aumentarlo, tanto en influencia como físicamente, de no hacerlo, la crispación dentro de la nomenclatura sería tan crítica que asfixiaría al régimen, por eso el señor Xi Jinping patrocina una política expansionista de diferentes usos que no excluye nada y lo abarca todo.
Por donde quiera que miremos vemos un ejemplo de cómo Pekín procura ejercer su influencia hasta lograr imponer su voluntad, con una práctica que difiere en ciertas medidas de las usadas por la extinta Unión Soviética y la propia China de Mao Tse Tung, antes y durante la Guerra Fría.
Moscú y el Pekín de entonces auspiciaban congresos subversivos en La Habana como La Tricontinental. Ambos imperios enviaba a sus agentes a desestabilizar política o militarmente a los gobiernos que no le eran afines. Intentaban chantajear o sobornar a personas de interés. En la actualidad Pekín ha incorporado a esas estrategias una particularmente cara a la condición humana, el dinero.
China decidió permitir inversiones para que en sus fábricas se produjera a bajo costo y se vendiera barato. No le importó la explotación de sus trabajadores, algo muy normal para el comunismo como apreciamos en Cuba, particularmente con los profesionales de la salud. Los mercados mundiales fueron inundados con géneros muy económicos, al extremo que muchos funcionarios nunca “vieron” que productos de marcas famosas eran vendidos en los comercios a precios irrisorios.
Los efectos chinos inundaron los mercados y todos felices ante los bajos precios de lo que se consumía, a muy pocos les importó el costo final de lo que estaban adquiriendo. Nadie pensó en una eventual escasez como consecuencia de un conflicto, o lo que estamos padeciendo por la pandemia del coronavirus.
Las fábricas más productivas emigraron al gigante asiático. Occidente, con tal de obtener mayores beneficios, se hizo más dependiente, al extremo de que en estos días fui a comprar un artículo de oficina y me dijeron que no había porque era importado, que la fábrica hacía años había emigrado a China y había retrasos con las importaciones, lo que llevó al escritor José Antonio Albertini a comparar la expatriación de las confecciones a que los romanos hubieran puesto a defender los “limes”, sus puntos fronterizos, a los bárbaros que se aprestaban a invadirlos.
El Partido Comunista Chino no sólo renegó de sus postulados contrarios a la economía de mercado, sino que los ha usado a su favor con las herramientas que le aporta una férrea dictadura. Hace unas semanas el académico boliviano Hugo Achá comentaba que el gobierno de China recurre a todos los métodos posible para lograr sus objetivos y que en gran medida el progreso que había obtenido era consecuencia de la falta de acción, desidia, de quienes podían haber detenido su expansión, algo similar al legendario “dejar hacer, dejar pasar”, francés.
A través de inversiones o préstamos supuestamente generosos ha penetrado numerosos países y empresas, su influencia es muy amplia y cuenta con recursos que condujeron al director ejecutivo de Human Right Watch decir que el gobierno chino está desplegando un enérgico ataque contra el sistema global de protección a los derechos humanos, en su informe Mundial 2020.
No obstante, no debemos obviar otros aspectos tan peligrosos como los comentados; uno es el expansionismo militar de China que no cesa de amenazar a Taiwán, un faro de libertad en el mundo asiático. Los ciudadanos libres de Hong Kong padecen un acoso sin fin y las acciones del Partido, que a fin de cuentas es quien manda, no acaban en las conflictivas y estratégicas aguas del Mar de la China Meridional, sobre las cuales Pekín reclama soberanía.
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