El problema no es el dólar, es el peso

El rechazo de los argentinos a la divisa nacional tiene razones profundas, pero también soluciones posibles

FOTO DE ARCHIVO: Billetes de dólares estadounidenses en esta ilustración del 7 de noviembre de 2016. REUTERS / Dado Ruvic / Ilustración

Una moneda debe cumplir con al menos tres propiedades: ser un medio de intercambio, unidad de medida y reserva de valor.

El peso se utiliza como medio de intercambio en el día a día. Pero, por su rápida desvalorización no es útil en contratos y transacciones de más largo plazo. Para ello se usa el peso indexado, con enormes dudas debido a la manipulación de los índices oficiales en el pasado. Es más común usar directamente el dólar. Lamentablemente, el peso no es una unidad de medida, la segunda propiedad del dinero. Nuestros abuelos recordaban cuánto costaba un café durante su juventud. Hoy nosotros no podemos recordar cuánto valía a principios de año. El peso es como un metro que se achica diariamente. Por último, habría que ser muy ingenuo para usarlo como reserva de valor. En Argentina no se ahorra en pesos, nadie quiere ver evaporarse su esfuerzo, ni los ministros ni la familia vicepresidencial.

En conclusión, el peso no es una moneda, sino sólo un medio de pago que se mantiene vigente por ser de curso legal. Si existiera libertad de elección de la moneda, hace tiempo habría desaparecido. En todo caso sigue la Ley de Greham que, referida al uso corriente, dice que la moneda mala desplaza a la buena. Porque la gente se la saca de encima lo antes posible.

Estas son las razones por las que el dólar es la moneda de referencia en Argentina. Si la emisión de pesos fuera la solución, Argentina habría solucionado sus problemas económicos hace décadas. Si realmente lo creen los gobernantes, mejor no tengamos ministro de economía y pongamos un excelente gerente de producción en la Casa de la Moneda.

Para este año, se espera una emisión mayor al 7% del PBI, un valor comparable con la recaudación del IVA, aunque este impuesto inflacionario no requiere legislación. A fin de corregir este problema, se debe buscar la solución por otro camino. Desde el lado de los ingresos fiscales se podría intentar colocar deuda, una opción que no existe para nuestro país. La otra opción es la de aumentar la presión impositiva, un camino que Argentina ha recorrido a costa de asfixiar la actividad privada, y ahuyentar la inversión produciendo el estancamiento del PBI de la última década. Otros países tienen presión fiscal similar y hasta mayor a la nuestra, pero economías que funcionan. La diferencia, en estos casos, es que el gasto estatal está bien realizado. Educación que funciona, seguridad, salud, infraestructura adecuada, etc., y llevadas adelante sin corrupción y cuidando el dinero público como si fuera propio y no como un botín a ser repartido.

Por lo tanto, la única alternativa disponible para eliminar el déficit y tener una moneda que funcione como tal es bajar gastos del Estado. ¿Dónde? Primero donde se gasta mal. Ejemplos abundan: en el congreso cada legislador tiene una organización del tamaño de una PyME, Telam realiza una función que no debería ser llevada adelante por una autoridad, los millonarios subsidios de Aerolíneas Argentinas a pesar de su posición cuasi monopólica, los múltiples cargos por cada maestro efectivo en la educación pública, sólo para enumerar algunos. Deberá reducirse la enorme burocracia que creció un 76% desde el año 2003 sin razón ni justificativo alguno. Luego deberíamos tomar conciencia que no somos un país rico, además de tener que cambiar el rumbo hacia el empobrecimiento, y ser conscientes de que para algunos gastos, aunque sean buenos, no tenemos el dinero para afrontarlos. Uno muy importante es el de las jubilaciones bajo el esquema actual. Cuando se crearon las cajas jubilatorias la edad de retiro era aproximadamente igual a la edad jubilatoria. Desde ese momento, la esperanza de vida ha crecido unos 14 años sin que las edades jubilatorias, ni los aportes requeridos fueran corregidos para tener en cuenta esta evolución.

En conclusión, si queremos tener una moneda propia que cumpla con los requisitos necesarios para serlo, algo deseable para amortiguar los shocks externos, la única alternativa es reducir el gasto. Pero una reducción por devaluación y licuación no es sostenible. La tarea que los gobernantes deben enfrentar es ardua, pero el objetivo a apuntar es clarísimo. Es hora de comenzar o, de lo contrario, la carrera del dólar seguirá irrefrenable.