Para quienes vivieron la luctuosa década de 1970 no se puede negar la conmoción que causó el sangriento ataque a manos de Montoneros al Regimiento de Infantería 29 en Formosa, el 5 de octubre de 1975. Este ataque incluyó el secuestro de un avión de línea, dejando un saldo de 26 muertos entre militares, soldados, un policía y guerrilleros atacantes.
Es válido destacar que los soldados no solo defendieron la Patria y en ella a sus instituciones, sino que también lo hicieron bajo un gobierno peronista elegido por el 62% de los votos. En la Argentina de hoy existe una falsa memoria. Todavía se escuchan voces que no se encuentran y continúan acusándose como si estuviéramos en los ’70. Es hora entonces de mirar sin resentimiento hacia ese pasado del cual fuimos parte y que todavía nos hace sufrir. El debate sobre aquellos años viene creciendo de forma significativa últimamente.
Nuestro país padeció, un conflicto interno armado muy severo, al que no resulta excesivo calificar de “guerra civil intermitente”, tal como lo hizo la conducción de Montoneros en un documento de autocrítica, hecho público en Lujan, en 1989. Las clases dirigentes de entonces, prácticamente en su conjunto, no alcanzaron a resolver de otro modo el conflicto.
Resulta prácticamente imposible encontrar, entre los argentinos algún sector, poder del Estado o institución que, por acción o por omisión, esté libre de responsabilidades por los violentos enfrentamientos de aquellos años. La lucha fratricida que envolvió al país y su visión parcial también costó la vida de miles de argentinos que han sido selectivamente olvidados.
Soy hija de un militar que estuvo secuestrado por el ERP, “Ejército Revolucionario del Pueblo”, durante 300 días, para luego ser asesinado. Esto ocurrió durante el gobierno constitucional del General Juan Domingo Perón. Sin embargo tuve la suerte de no saber lo que es el odio.
En esa oportunidad el General Perón destacó: “Teniendo en nuestras manos las grandes banderas o causas que hasta el 25 de mayo de 1973 pudieron esgrimir, la decisión soberana de las grandes mayorías nacionales de protagonizar una revolución en paz y el repudio unánime de la ciudadanía, harán que el reducido número de psicópatas que va quedando, sea exterminado uno a uno para el bien de la República”.
Las víctimas de los imberbes, las víctimas de los psicópatas y mercenarios como los llamaba el General Perón, Presidente constitucional de la Nación, no estamos alimentados por el odio. Creemos que la violencia de los 70 es un hecho trágico del pasado que no debe seguir deteniendo el presente y futuro de los argentinos. Nuestros muertos no cayeron en forma accidental y hoy son ignorados por la historia oficial, únicas víctimas olvidadas de un conflicto que creíamos superado.
El pasado, martillado con vehemencia una y otra vez, sigue marcando el compás que anima el presente argentino. La soberbia triunfalista, la visión conspirativa de los hechos históricos y –sobre todo– la absoluta falta de autocrítica son marcas de aquella juventud que envejeció sin madurar.
Hoy se hace una utilización ilegítima del dolor que ensombreció a nuestra patria. Se falsifica la realidad de lo acontecido y se parcializa la visión provocando, de esta manera, nuevas arbitrariedades e injusticias de todo tipo. Lejos de curar heridas, estos abusos e ilegalidades, cometidos desde el estado y que se presentan con el declamado afán de “reparación histórica”, violentan severamente el orden jurídico y la verdad. Esto no hace más que volver a anclarnos en el pasado, reabriendo aquellas heridas y reviviendo los odios y las pasiones.
Han pasado más de 50 años desde el inicio de la guerrilla y 40 de la finalización de las acciones armadas y aún hoy estamos enfrentados por los acontecimientos, que impiden la verdad y por ende la paz. Insisto, para los que vivimos aquella época, no se podrá borrar de la memoria de los argentinos el sacrificio de aquellos soldados que, en pos de los ideales de libertad, entregaron lo más preciado, sus vidas.
El ataque en Formosa, que hoy rememoramos, dio testimonio del valor, la decisión y el espíritu que animaba aquellos soldados en momentos en que la lucha por la defensa de nuestro estilo de vida imponía coraje. Héctor Leis, montonero, decía: “El progreso moral de una Nación no responde a un determinado proyecto de país, sino del ser humano”.
La autora es vicepresidente Asociación Familiares y Amigos de las Víctimas del terrorismo en Argentina - AFaVitA