La inflación y la pobreza: dos caras de una misma moneda

La última medición del Indec mostró que la pobreza trepó al 40,9% de la población en el promedio del primer semestre porque registró ingresos por debajo del valor de la Canasta Básica Total, $43.785 en junio

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La caída del empleo y del poder de compra de los ingresos potenció el aumento de la pobreza en el primer trimestre en cuarentena (EFE)
La caída del empleo y del poder de compra de los ingresos potenció el aumento de la pobreza en el primer trimestre en cuarentena (EFE)

Dada la enorme cantidad de recursos naturales y humanos que tiene la economía argentina, es un verdadero despropósito no tener una tasa de pobreza cercana a cero. Además, en la últimas dos décadas se disimuló con asistencialismo una realidad aún peor que la indican los fríos números estadísticos.

Un estudio reciente muestra que en el último ciclo alcista de los precios de las materias primas, la mayoría de los países de Sudamérica, excepto la Argentina, redujeron significativamente sus niveles de pobreza. Entre ellos: Chile, Colombia, Bolivia, Perú, Paraguay y Uruguay. La reducción osciló entre 35 y 70 por ciento.

En el país el fenómeno adquirió el carácter de “estructural”. Se fue gestando y acumulando año tras año y capa tras capa como consecuencia de políticas irresponsables por parte de todos los gobiernos que se fueron sucediendo en el poder en los últimos ochenta o noventa años. Entre 1880 y 1940 la Argentina se mantuvo entre los diez primeros puestos mundiales en el ránking de ingreso per cápita. Hoy, según estadísticas del FMI, está en el puesto setenta y tres.

Hasta la década de 1940 la inflación fue similar a la del resto del mundo y nunca fue mayor a 10% anual. Hubo años de menos del 5% y algunos de deflación. Pero entonces, comenzó a crecer y a alejarse de los estándares internacionales. La clase dirigente había decidido que la emisión de dinero no era inflacionaria sino “un lubricante útil para la economía”.

La clase dirigente había decidido a partir de los años 40 que la emisión de dinero por parte del Banco Central no era inflacionaria sino “un lubricante útil para la economía”, a partir de ahí el flagelo se instaló en la Argentina
La clase dirigente había decidido a partir de los años 40 que la emisión de dinero por parte del Banco Central no era inflacionaria sino “un lubricante útil para la economía”, a partir de ahí el flagelo se instaló en la Argentina

Muchos autores consideran que a partir de ahí comenzó la prolongada historia inflacionaria, que todavía hoy, más de 70 años más tarde, padece con intensidad. Pero, la inflación no viene sola, sino que es acompañada por un ejército de pobres, también entre el más alto del mundo como porcentaje de la población total.

La relación entre ambas variables

• La inflación ahuyenta la inversión, ya que ésta necesita estabilidad de precios para que el cálculo económico sea posible. Sin éste, se dificulta seriamente la estimación de la rentabilidad de los diferentes proyectos de inversión, debido a la volatilidad de los precios, salarios y tipo de cambio.

Sin estabilidad de los precios se dificulta seriamente la estimación de la rentabilidad de los diferentes proyectos de inversión, debido a la volatilidad de los precios, salarios y tipo de cambio

• Con baja inversión no hay crecimiento, ya que se necesita un monto mínimo para reemplazar la depreciación del stock de capital existente. Es habitual en regímenes de alta inflación la inversión bruta no supere a la tasa de depreciación, reduciéndose paulatinamente la capacidad productiva.

• Como la población aumenta un 1% anual, se dispone de un nivel de ingreso similar, que debe ser distribuido entre un mayor número de personas. Es lo que los economistas llaman estancamiento: crecimiento cero en términos por habitante.

La cadena causal que se desprende de esta argumentación es, entonces: alta inflación, baja inversión, mínimo crecimiento, aumento de la pobreza.

No es difícil comprender que, por más esfuerzo asistencialista y redistributivo que se haga, si no hay mayor producción de bienes y servicios, solamente es posible aumentar el consumo de un sector, perjudicando a otro. Típico caso de “frazada corta”, en la jerga popular.

La cadena causal que se desprende de esta argumentación es, entonces: alta inflación, baja inversión, mínimo crecimiento, aumento de la pobreza

En varios de los países que dejaron de ser pobres en los últimos 40 o 50 años y que hoy son modelos exitosos de economías prósperas, existió la ventaja de que su población tenía clara su situación de pobreza, aceptando resignadamente esforzarse y trabajar denodadamente, sin reclamar recompensas inmediatas, pensando más en sus hijos y sus nietos que en su propio bienestar. Fue así que, como guiados por una mano invisible, tras muchos años de crecimiento sostenido, hoy sus niveles de ingreso son diez o veinte veces más altos que unas pocas décadas atrás.

Tener recursos no significa ser rico

La Argentina parece tener la desgracia de creerse rica y, quizás por eso, sus habitantes sean impacientes. Las recetas mágicas y el facilismo con que se pretenden solucionar los crónicos problemas económicos podrían ser producto de esta impaciencia.

La economía no parece viable con la presión impositiva actual. Sólo el campo, con sus ventajas naturales, la agroindustria y algunas pocas empresas industriales grandes, ubicadas en la frontera tecnológica internacional, son capaces de soportar el pesado lastre del “costo argentino”.

La Argentina parece tener la desgracia de creerse rica y, quizás por eso, sus habitantes sean impacientes. Las recetas mágicas y el facilismo con que se pretenden solucionar los crónicos problemas económicos podrían ser producto de esta impaciencia

Para provocar un shock de inversiones que permita crecer sostenidamente, algunos economistas y empresarios consideran necesario bajar significativamente la presión fiscal. Los principales candidatos a ser eliminados son aquellos más distorsivos, como el Impuesto al Cheque, las retenciones a las exportaciones, los ingresos brutos provinciales, los aportes patronales sobre los salarios y todos los que gravan la electricidad, el gas y los combustibles. También se aconseja reducir Ganancias de las empresas al 20 ó 25%, del 35% actual.

La AFIP recauda diversos impuestos distorsivos, como al Cheque, las retenciones a las exportaciones, los aportes patronales sobre los salarios y todos los que gravan la electricidad, el gas y los combustibles
La AFIP recauda diversos impuestos distorsivos, como al Cheque, las retenciones a las exportaciones, los aportes patronales sobre los salarios y todos los que gravan la electricidad, el gas y los combustibles

Una frondosa bibliografía permite predecir que la pérdida de recaudación que teóricamente debería generarse, sería muy suave y transitoria, y podría ser fácilmente financiable con recursos que podrían proveer organismos financieros internacionales con tasas de interés cercanas a cero.

La “curva de Laffer” pronostica que la recaudación no baja ante la reducción de la presión fiscal si la economía se encuentra gravada por encima del punto de máxima capacidad de pago por parte de sus contribuyentes. A medida que se incrementan los tipos impositivos, predice, aumentan los ingresos del fisco. Pero en un cierto punto, ésta se hace máxima, indicando que a partir de allí, se pierde actividad y se genera informalidad y evasión. Es bastante generalizada la opinión de que la economía argentina ha superado largamente este punto de máxima tolerancia impositiva.

Punto de giro

Si el programa es creíble y se asume que se convertirá en política de Estado mantener bajos tipos impositivos para alentar la inversión y el crecimiento, se desataría un proceso reactivador de magnitudes extraordinarias para aprovechar las ventajas que esta vez sí ofrecería la economía.

La importante disminución de los costos de las empresas introduciría presiones deflacionarias y, como paralelamente aumentaría significativamente la demanda de dinero, por expectativas de menor inflación y mayor actividad, la tarea del Banco Central se vería simplificada, convergiéndose genuinamente a un sendero de menor ritmo de suba de los precios al consumidor.

Si el programa es creíble y se asume que se convertirá en política de Estado mantener bajos tipos impositivos para alentar la inversión y el crecimiento, se desataría un proceso reactivador de magnitudes extraordinarias

En ese escenario, el tipo de cambio real para los sectores exportadores aumentaría fuertemente, ya que puede estimarse como el cociente entre los precios internacionales (convertidos a moneda nacional) y los costos internos. La baja de estos últimos, al disminuir el denominador, elevaría el resultado final, alentando las exportaciones y desalentando las importaciones, sin necesidad de grandes ajustes nominales en el valor de la divisa.

La alternativa gradualista de bajar los impuestos solamente después de que aumente la recaudación, para no desfinanciar al Estado, que ya ensayó el gobierno de Mauricio Macri, se parece al perro persiguiendo su propia cola. Es obvio que nunca la alcanzará.

Si bien la miopía argentina es famosa en el mundo entero, quizás haya llegado la hora de cambiar la historia, abandonando la libreta del almacenero y dando un salto de fe. Los más optimistas creen que un programa de estas características haría que en el mundo entero se hable del “milagro argentino” y que los países menos exitosos aspirarían a crecer a “tasas argentinas”, neologismo que surgiría de parafrasear al “crecimiento a tasas chinas” que estuvo de moda citar en las últimas décadas.

El autor es economista y asesor financiero

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