Sabemos que la pandemia y la respuesta de una cuarentena excesivamente larga generaron un cuadro económico muy difícil para todos los argentinos. Sin embargo, una de las tragedias más grandes que estamos viviendo se da también en la educación.
La cuarentena estricta, que impidió el normal funcionamiento del sistema educativo, obligó a la utilización de caminos alternativos para que los millones de estudiantes continuaran con sus estudios. La tecnología jugó un rol fundamental proveyendo una alternativa útil, aunque no un reemplazo a la clase presencial. Pero el problema termina de agravarse porque en la Argentina todavía hay muchos estudiantes muy lejos del acceso a la tecnología.
Esto se vio en la polémica entre el gobierno porteño y el gobierno nacional. Ocurrió cuando la Ciudad detectó que más de 6 mil alumnos no habían tenido ningún contacto con la escuela en lo que va del año, entonces diseñó y presentó los protocolos correspondientes para una solución precisa, partiendo de la base que no se puede desatender una situación así y que hay que resolverla de la mejor manera posible. Sin embargo, el Ministerio de Educación de la Nación rechazó la iniciativa.
Según estimaciones del Gobierno, el número a nivel país de alumnos sin ningún contacto con la escuela en todo el año es de un millón de estudiantes, según las privadas se acerca a los dos millones. Estos son niños y jóvenes que, básicamente, perdieron el año. Ninguna instrucción ni declaración grandilocuente de ningún funcionario público va a hacer que aprendan lo que no aprendieron. Nada que no sea atender directamente el problema va a compensar el efecto devastador que tiene para su futuro perder un año de educación. Y aquí viene la mentira más grande que se está viviendo, que es decirles que sí aprendieron y que pueden pasar de grado.
De más está decir que incorporar competencias y habilidades, aprender, no es un acto de voluntarismo, es un acto de esfuerzo que requiere de constancia y de un trabajo docente irremplazable. Porque la formación no es solamente conocimientos sino también capacidad de sociabilización, de trabajo en equipo, respeto a las normas y leyes, formación ciudadana y herramientas para cambiar el futuro. Hoy, para millones de alumnos, eso no está ocurriendo.
En la Argentina cerca de 350 mil jóvenes terminan el secundario cada año. Más de la mitad intentará seguir una carrera universitaria o terciaria. Muchos de esos estudiantes, el año que viene se frustrarán al darse cuenta de que no tienen los conocimientos necesarios. En algunos, esa frustración será vencida por la resiliencia, competencia que también se adquiere en la escuela. Otros, simplemente abandonarán su carrera y tratarán de conseguir un empleo. Así, por este camino, es que la Argentina tiene una de las tasas de graduación universitaria más bajas de la región.
Según un informe del Centro de Estudios de la Educación Argentina (CEA), la Argentina cuenta con la mayor cantidad de estudiantes universitarios en comparación con Chile y Brasil. Sin embargo, la tasa de graduación cae considerablemente con relación a estos países. En nuestro país, de cada 10.000 habitantes, 444 son estudiantes de educación superior. Este número es mayor si se lo compara con Brasil, que cuenta con 384 y Chile con 363. Sin embargo, en la Argentina la graduación baja; la evolución de la graduación universitaria fue del 59%, 120% en Brasil y 172% en Chile. Esto es causa de la deficiente preparación que tienen nuestros estudiantes al llegar a la universidad. Tenemos la obligación, para con nuestros jóvenes, de trabajar para mejorar la secundaria y garantizar el éxito educativo.
Un país que atraviesa una crisis como la nuestra no puede desatender este problema y taparlo bajo la frazada cómoda de la cuarentena. El año educativo se pierde, no se recupera. Las competencias y habilidades que los jóvenes incorporan tienen su tiempo, su espacio y nosotros debemos dárselo. La presencialidad es necesaria, no reemplazable.
Creer que esto se reemplaza con una computadora es menospreciar el enorme trabajo de un docente. Creer que todo eso se reemplaza con tecnología es menospreciar la importancia del contacto humano en la formación de cualquier persona.
Tenemos una gran oportunidad para repensar nuestro sistema educativo. La escuela no necesariamente es el edificio; la escuela es la comunidad de alumnos, docentes y padres, y las fuerzas vivas. Pensar la escuela fuera de la escuela puede ayudarnos a encontrar caminos de solución. Pensar la escuela en espacios amplios, en los clubes o en los teatros. Y así pensar también en ampliar la jornada escolar con la inclusión de tecnología. Está claro que la tecnología llegó para quedarse, pero no es suficiente.
Hago un llamamiento a las autoridades nacionales a que convoquen a intendentes y a docentes que, a lo largo de esta cuarentena, encontraron caminos alternativos para que el sistema siga funcionando. También hago un llamamiento a los gremios docentes para que, dejando de lado la política, pongamos de vuelta el aprendizaje de los estudiantes en el centro del sistema educativo. Y a los directivos e integrantes de la comunidad educativa para que sigamos trabajando en fortalecer la calidad educativa y evitar caer en la mediocridad. Solo así lograremos el objetivo que se plantearon aquellos que lo crearon, que es que las generaciones que siguen sean mejores que las que las precedieron.
El autor es senador nacional