Lamentablemente, el título de esta columna avizora un futuro inmediato más complejo en materia económica para nuestro país. La Argentina, con las decisiones políticas y económicas que está llevando adelante el Gobierno, terminará sumergida una vez más en una crisis de envergadura que podremos agregar a nuestro tintero histórico de fracasos. Pero, como sabemos, la vida continúa: va a existir el día después y sería importante que hubiera propuestas concretas para erradicar definitivamente la volatilidad económica que nos ha aquejado durante el último siglo.
Todavía es muy prematura la solución que propondremos en esta nota, ya que en la actualidad la Argentina sufre entre una sociedad completamente dividida y un Gobierno que además de implementar recetas antiguas e ineficaces con resultados ya conocidos y mantiene una ideología que nos aleja a la apertura comercial y de los Estados Unidos. Parece que debemos volver a sumergirnos en una mayor crisis para empezar a tomar definiciones de largo plazo respecto a nuestro país. La completa dolarización de la Argentina, implementada bilateralmente con Estados Unidos, acompañada por reformas estructurales de fondo en el ámbito impositivo y laboral y, por ende, con un apoyo robusto de todos los actores sociales representativos (políticos, privados, académicos, movimientos sociales, sindicatos, religiosos, etc.) debería ser el camino para modernizar de una vez por todas el pensamiento atrasado que tenemos como país. Corresponde aclarar que existen diferencias entre este plan y la convertibilidad de los ’90: en este caso la Argentina perdería definitivamente su moneda nacional, dado que la dolarización se llevaría adelante con la FED Estados Unidos. Uno de los errores del “1 a 1” fue no poder avanzar en reformas estructurales de fondo que permitieran tener un régimen laboral moderno y flexible y una matriz impositiva coherente y eficiente, entre varias fallas más de su concepción.
En este marco, hay algunas cuestiones que los argentinos deberíamos comprender.
Primero, nuestra moneda no representa un instrumento de valor para invertir, ahorrar ni planificar nuestro futuro. A pesar de que nuestros últimos presidentes, más allá de que su signo político, convaliden la idea de que “nos tenemos que acostumbrar a ahorrar en pesos”, se trata de un deseo que equivale a tapar el sol con la mano. Las razones son extremadamente racionales y lógicas: nuestro país ha vivido décadas de dos y hasta tres dígitos de inflación constante. Por ello, a pesar de ser una economía atípica, somos una economía bimonetaria.
En segundo lugar, otra característica estampada en nuestro ADN es el vicio político de gastar más de lo que tenemos disponible para terminar financiando dicha “fiesta” con emisión monetaria, con el prestamista de última instancia que resulta ser nuestro Banco Central. Por otro lado, cuando las posibilidades de financiarla se dan en el exterior, optamos también por dicho camino. Estas decisiones nos llevaron a diez defaults de deuda privada con extranjeros.
Sin embargo, el mayor costo asociado a una dolarización de una economía es la pérdida de la independencia del BCRA y sus políticas monetarias. Pero en nuestro caso ¿no sería el mayor beneficio? La libertad monetaria ha triturado a decenas de sus presidentes en las últimas décadas. Algunos con una formación académica más que acabada; otros con experiencia relevante en el rubro, ya sea con visiones de política monetaria ortodoxa o heterodoxa. Lo cierto es que ninguno pudo hacer pie.
En promedio un banquero central en la Argentina ejerce su poder durante muy poco tiempo. Si consideramos las últimas ocho décadas, desfilaron 62 presidentes. Por ello, podríamos decir que la política en general es quien condiciona a la conducción monetaria y esa sería otra de las ventajas de dolarizar la Argentina: reducir las herramientas políticas a los gobiernos que quieran desfinanciar el Estado argentino a costa de mayor emisión monetaria y financiamiento vía Banco Central, generando mayor incertidumbre macroeconomía e inflación. En este caso chocarían frente a una realidad poco frecuente en nuestro país, que definitivamente daría mayor previsibilidad a la hora de establecer políticas económicas de largo plazo. También, tener una moneda dura nos permitiría acceder a financiamiento más barato y por plazos de tiempo más extendidos, algo que Argentina ha pagado históricamente caro debido a sus antecedentes financieros.
Es menester remarcar que los desafíos son muy amplios y exigentes. El mayor de estos es que los argentinos se pongan de acuerdo y lamentablemente, parece algo imposible, sobre todo luego de los últimos veinte años. Sin embargo, al entender que una medida económica aislada no va a resolver un problema estructural, y que debe estar acompañada de un plan consistente que respete políticas de Estado de largo plazo, cobra relevancia la completa dolarización de la economía argentina como una solución viable para las próximas décadas.
Respecto a los desafíos de dolarizar la economía, deberíamos entender que la estructura impositiva (más de 162 impuestos vigentes) y laboral de Argentina es completamente arcaica, inexplicable en algunos casos por sus contradicciones y altamente ineficiente para el mundo actual. Llevar un plan económico de dolarización acompañado de dichas reformas será el puntapié inicial para demostrar el potencial argentino al mundo. En las últimas décadas, nuestra autoestima ha estado muy golpeada por fracasos tras fracasos, tanto económicos como políticos. A pesar de todo, el argentino es un agente altamente creativo y productivo, capaz de generar valor agregado de calidad en distintas industrias del mundo, soslayando “el talón de Aquiles” que puede significar una dependencia monetaria en una moneda muy valorizada en términos históricos. La Argentina tiene la capacidad de expandir su matriz productiva y de generar riqueza al país, siempre y cuando las reglas de juego sean consistentes y duraderas en el tiempo.
Para concluir, es importante remarcar que esta propuesta económica no resulta ser antinacionalista o antipatriótica. De hecho, aquellos que presenciamos cada día el mayor deterioro social y económico de todas las clases sociales de Argentina de los últimos treinta años podríamos inferir que las recetas preexistentes resultaron ser antinacionalistas, porque tuvieron como resultado mayor pobreza, indigencia y deterioro a costa de medidas pretendidamente populares y nacionales.
El autor es director de Romano Group, profesor de la Facultad de Ciencias Empresariales de la Universidad Austral y máster en Finanzas y en Economía y Políticas Públicas (Universidad de Columbia)