Imbuido del discurso foucaultiano, el progresismo se lanzaba hace una década a la erradicación de los psiquiátricos. El resultado: una ley absurda y totalmente ajena a las necesidades reales de la sociedad, una de cuyas consecuencias quedó expuesta en el trágico caso Roldán.
Además de eliminar los hospitales psiquiátricos, que deben sí o sí integrarse a los establecimientos sanitarios generales, la ley establece que un paciente no puede ser internado sin su consentimiento.
A ver si se entiende: el enajenado que apuñaló al policía Juan Roldán no hubiera podido ser ingresado a una clínica psiquiátrica contra su “voluntad”, si así lo hubiese dispuesto un profesional. La justicia investigará ahora los detalles del caso y se sabrá, entre otras cosas, si el hombre estaba bajo tratamiento y si algún psiquiatra había aconsejado su internación. Pero, de haberlo hecho, se habría requerido el consentimiento expreso de Rodrigo Roza, el atacante de Roldán.
Esta disposición delirante es la negación misma de la psiquiatría. O de la enfermedad psiquiátrica. Un enfermo mental, que puede estar permanente o temporalmente fuera de sus cabales, enajenado al punto de no ser reconocido por sus mismos familiares, debe decidir sobre su propio tratamiento.
Como si la justicia y la psiquiatría no tuviesen una larga experiencia de personas que, en momentos de crisis mental, pueden asesinar, incluso a sus familiares más cercanos, o dañarse a sí mismos. Pues bien, nada de eso pasó por la cabeza de los legisladores que votaron este despropósito.
La Ley, por otra parte, pone en un plano de igualdad al psiquiatra, con el psicólogo y con la asistente social en las decisiones que conciernen a los pacientes. No se trata de desvalorizar ninguna profesión, pero zapatero a tus zapatos...
Es conocido lo esencial del planteo del filósofo francés Michel Foucault, que tanta mala escuela ha hecho en el mundo y aquí, acerca de las prisiones y de los psiquiátricos como dispositivos de opresión del Estado.
Según la visión de Foucault, todos los que están en las cárceles son víctimas de un sistema opresivo que los forzó a la rebeldía y a la marginalidad respecto de la ley. Y los que están internados en psiquiátricos lo están como ejemplo de lo que el Estado les hace a los espíritus libres. Una visión romántica del delito y de la enfermedad psiquiátrica que tiene graves consecuencias en la práctica.
Ese discurso ha ido permeando en muchos círculos intelectuales y políticos. Y ya estamos en el momento en que empieza a inspirar leyes y programas.
Una cosa es que una persona haya delinquido movida por circunstancias atenuantes; otra es considerar víctimas del “sistema” a todos los delincuentes.
Una cosa es que se haya podido cometer abusos en la internación de pacientes psiquiátricos; otra es decretar que ninguno de ellos debe estar encerrado salvo que él mismo lo solicite.
Así como reiteradamente luego de un crimen nos enteramos de que lo cometió alguien que no debía estar libre pero fue beneficiado por un garantismo mal entendido; en este caso, es inevitable concluir que Roza debió estar encerrado, por su propia seguridad y por la de los demás.
La tremenda escena del crimen absurdo del policía, ayer en Palermo, tuvo un condimento extra que ilustra muy bien el estado de cosas. Mientras el oficial Juan Roldán agonizaba en la vereda, una psicóloga que pasaba por el lugar increpó a los policías por un supuesto maltrato al atacante: el hombre, que había sido herido por Roldán luego de que lo apuñaló, estaba siendo arrastrado por los agentes para sacarlo de la acera…
El progresismo sólo se compadece del delincuente, jamás del policía caído en cumplimiento del deber.
Nos hemos acostumbrado a convivir con la muerte de policías a manos de delincuentes; un crimen que en la mayoría de los países es considerado gravísimo y excepcional, en Argentina se ha vuelto moneda corriente y objeto de indiferencia oficial.
Según los videos que registraron la escena y según los testigos, Juan Roldán no disparó su arma reglamentaria hasta después de recibir varias puñaladas, una de ellas en el corazón. En las imágenes, se lo ve retroceder, junto a su compañero frente al avance del hombre que blandía un cuchillo.
La actitud de Roldán es fruto de años de deslegitimación del accionar policial, de una constante desautorización de la policía por el poder político que la debe conducir -como dijo su viuda, “no se sentía respaldado por las leyes”- y de la estigmatización del concepto de represión, como si no rigiese un Estado de derecho.
Llevamos años en manos de raros estatistas que van minando la autoridad de las instituciones y que desde la cúpula del poder público avalan la transgresión de las normas cuyo cumplimiento deben asegurar. Recordemos a Sabina Frederic diciendo que las ocupaciones de tierras no son un tema de seguridad…
La Ministra fue la que, apenas desembarcada en la cartera de Seguridad, vetó el uso de las pistolas Taser por la Policía. Un dispositivo que permite frenar a un atacante sin herirlo de muerte tampoco conforma al abolicionismo imperante.
¿Cómo entró la puñalada al corazón de Roldán? ¿Qué clase de chaleco usaba que no pudo frenar una estocada en un órgano vital?
La desprotección de la Policía no sólo es institucional, es también operativa, porque además de negarles herramientas, las que tienen están en estado deplorable.
Ese raro estatismo oficial
Para los políticos de hoy, estatismo no es fortalecer las instituciones; es administrar la pobreza y perpetuar el asistencialismo, mientras se engorda la administración con nombramientos innecesarios, duplicando o triplicando gente para una misma función.
Debilitaron a la policía, debilitaron a la justicia, y hasta a la escuela pública; solo se fortalece la plantilla estatal.
Un Estado hipertrofiado y fofo, cuyos agentes están deslegitimados para actuar, mientras sus más altos funcionarios avalan, por acción u omisión, el desconocimiento y hasta la violación de sus normas y disposiciones.
Abolicionismo penal más abolicionismo psiquiátrico: la anomia promovida desde el mismo Estado es la que cerró el círculo fatal para el policía Juan Roldán.
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