En el marco de la crisis global sanitaria y económica por el coronavirus, y esta vez en mensajes grabados desde cada rincón del planeta, los primeros mandatarios dieron sus discursos en la apertura del debate de la 75 Asamblea General de las Naciones Unidas, desplegando con estilo propio su visión del momento que atraviesa el mundo y de la situación de sus respectivos países. En este acto emblemático que se repite cada año se juegan diversas intenciones que van desde mostrar una determinada imagen de país y de liderazgo ante la comunidad internacional, dirigirse a los adversarios en conflictos determinados, satisfacer a los seguidores del frente interno, o un poco de cada cosa. Lo que sí es claro que muchas veces la realidad establece una distancia implacable con la retórica, que un ojo avezado debe saber leer. Aquí un breve repaso de algunos discursos relevantes para que cada lector saque sus conclusiones.
Ya en plena campaña, el discurso de Trump tomó un neto corte electoral, centrando a China y a la Organización Mundial de la Salud (OMS) como blanco de múltiples denuncias. Se refirió al “virus chino” y realizó concretas acusaciones al gigante asiático por permitir los viajes al exterior y así “infectar al mundo”. También reclamó que China se haga cargo de sus acciones, en cuanto a la pandemia, a la contaminación ambiental y a sus políticas expansionistas en materia económica.
En cuanto a la OMS, a quien considera un organismo controlado por China, denunció los errores y encubrimientos cometidos en etapas tempranas de la pandemia, en las que esta organización que no era posible transmisión entre humanos. Estas referencias condicen con la ideología de Trump contraria al multilateralismo y a la decisión política de su administración de retirar el financiamiento a la OMS y de reducir progresivamente las contribuciones a varios organismos de las Naciones Unidas, por considerar que no cumplen debidamente con su misión.
En otro orden de cosas, Trump mostró como logros las mejoras económicas durante su mandato, el detener los abusos comerciales de China y su rol central los recientes acuerdos bilaterales entre Israel, Emiratos Árabes Unidos y Bahrein. Hubo párrafos de rigor para los asuntos de seguridad, la acción en contra el terrorismo y el crimen organizado y el apoyo al pueblo de Cuba, Nicaragua y Venezuela en su lucha por la libertad. Finalmente, planteó su anhelo de no utilizar nunca las armas avanzadas de Estados Unidos y retrató al país como un “pacificador” pero a través de la fortaleza, lo cual no es tan así en una serie de ejemplos emblemáticos.
En forma previsible por ser el punto de origen de la pandemia, el jefe de Estado chino Xi Jinping adoptó un tono pacifista, entre empático y benévolo al asegurar que no es intención de China ni la expansión, ni la influencia ni participar en “guerras frías ni calientes”. Xi respaldó fuertemente a la OMS, apeló a la solidaridad, a la responsabilidad global y al trabajo conjunto de la comunidad internacional para superar la pandemia. Ofreció los desarrollos de la vacuna china como un bien global público, anunció donaciones y pidió no politizar la situación. No podía ser de otra manera, teniendo en cuenta que aún no se sabe si la expansión global de este virus que ha producido más de 32 millones de infectados y más de 980 mil muertos en todo el mundo, tuvo lugar por prácticas irresponsables insertas en la cultura nacional o por negligencias de bioseguridad en el laboratorio de investigación de Wuhan, dejando de lado cualquier otra hipótesis conspirativa. El caso es que es evidente que China ocultó información en etapas tempranas, silenció a quienes querían brindarla y no deja de ser sugestivo que aún declara un número ínfimo casos, alrededor de 85 mil y cerca de 4.600 fallecidos.
Dejando traslucir sus intereses estratégicos, y siendo uno de los pocos países cuyo PBI se mantendrá en crecimiento aún con la pandemia (+3,1% en el segundo trimestre versus el año pasado) criticó a aquellos estados que optan por el aislamiento frente a una globalización que vino para quedarse. Aunque no fue dicho, es evidente que la globalización es lo que permite la expansión planetaria de los productos y prácticas comerciales chinas, algunas de ellas muy cuestionables y a veces tildadas de depredadoras. Nadie diría que ese discurso proviene del jefe de un estado en el que las libertades individuales están reducidas a su menor expresión, la información está fuertemente restringida y en el que el control estatal se refleja en todos los aspectos de la actividad humana.
En una línea similar el presidente ruso Vladimir Putin exaltó los principios rectores del multilateralismo que inspiraron a la ONU aunque pidió su evolución para alcanzar los requerimientos del siglo XXI. Así y todo destacó como parte esencial de la gobernanza global el equilibrio de poder por diseño entre las cinco potencias nucleares con derecho a veto en el Consejo de Seguridad (Estados Unidos, Rusia, China, Reino Unido y Francia). Alertó sobre el vencimiento el año próximo del tratado sucesor del START por el cual Estados Unidos y Rusia se comprometen a mantener acotados y bajo verificación mutua sus armas nucleares estratégicas y que, de no renovarse, dejará al mundo sin la única restricción práctica de los arsenales nucleares de ambas potencias, que suman el 90% del total mundial. Ante un Trump no inclinado a la renovación de dicho tratado, Putin exhortó a la auto restricción por parte de ambas potencias, un gesto que lo ubica en un papel de interlocutor razonable en contraposición con las rigideces del presidente de los Estados Unidos.
Por su parte, el presidente de Irán Hassan Rouhani, se quejó del retiro de Estados Unidos del acuerdo nuclear en 2018 y de la reimposición de las sanciones económicas. Si bien se trata de una peligrosa movida de Trump que gran parte de la comunidad internacional no respaldó, por los riesgos de una vuelta de Irán a la búsqueda de un arma nuclear y los negocios ya establecidos con países de la Eurozona, subyacen los fundamentos de esa decisión, entre ellos la constante acción de Irán como promotor del terrorismo internacional, la falta de cooperación para investigar los ataques, ocurrido con los atentados a la Embajada de Israel (1992) y la AMIA (1994) y también, el fundamentalismo, las restricciones a las libertades individuales y la constante persecución de opositores en la República Islámica.
Yendo al plano regional, el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, marcó con firmeza su alineación estratégica con los Estados Unidos, celebró los acuerdos de paz entre Israel y los países árabes, señaló la creciente apertura de Brasil al mundo y la liberalización de la economía, luego de décadas de proteccionismo. Resaltó que bajo su administración Brasil se ha convertido en el cuarto mayor destino de inversión directa externa, así como el anhelo nacional de formar parte de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). También defendió el Acuerdo de Mercosur con la Unión Europea y tuvo un párrafo especial para la dictadura de Venezuela y para la labor humanitaria de Brasil en la frontera y la acogida de más 400 mil migrantes venezolanos.
En cuanto a la pandemia, defendió la decisión estratégica de privilegiar al mismo tiempo la salud y las fuentes de trabajo, remarcó el federalismo en las decisiones, criticó a los medios de comunicación por politizar la situación y sembrar el miedo al virus y confirmó una inversión de 400 millones de dólares en el desarrollo de la vacuna de Oxford. Este enfoque se ha traducido en buenos resultados económicos dado el contexto actual. La caída del PBI en Brasil en el segundo trimestre respecto del año anterior será de -11.4% (frente a -19,1% de Argentina), sus reservas se mantienen, la tasa de inflación es de 2,31% y la pobreza se redujo durante la pandemia.
Un comentario particular respecto del discurso del presidente argentino Alberto Fernández. El mandatario optó por una estudiada retórica plagada de expresiones de deseo sobre el “deber ser” de las relaciones internacionales. Intentó en todo momento mostrar el alineamiento del gobierno actual con el papa Francisco y defendió la solidaridad como concepto esencial de la gestión política, a la vez que planteó un cuestionamiento “ético” al pago de la deuda externa. Estos conceptos están en línea con el debate abierto que conmociona hoy a la ciudadanía argentina, expresado en antinomias tales como “solidaridad o mérito”, “asistencialismo o trabajo”, “exaltación de la pobreza o progreso social”, “respeto a las instituciones republicanas, al estado de derecho y a los compromisos contraídos o su destrucción”.
En cuanto a la estrategia para enfrentar la pandemia, se refirió a un estado presente, que privilegia la salud pero “cuidando” a los más vulnerables y sosteniendo a las empresas. Sin embargo, el discurso resultó disonante frente a una realidad que muestra la peor cara de esta cuarentena de 191 días. A la citada caída de -19,1% del PBI interanual en el segundo trimestre, se suma la pérdida estimada 1 millón de puestos de trabajo, la destrucción de un sinnúmero de empresas y comercios y un crecimiento de la pobreza cercano al 50% para los próximos meses.
En el discurso no faltó la alusión a la soberanía de Malvinas ni tampoco una exhortación al gobierno de Irán para que colabore en el esclarecimiento del caso AMIA. Esto último lució más como una desmentida a aquellos que hemos sostenido desde el principio que el propósito del pacto de 2013 fue el levantamiento de las circulares rojas de Interpol contra sospechosos iraníes, hecho que fue confirmado hasta por propios funcionarios de ese país.
Ante la frase “nadie se salva solo” cabe una reflexión final: cuánto mejor sería el futuro de los argentinos sumidos en una crisis tan profunda -no por la pandemia que golpeó a todos sino por la cuarentena- si el Gobierno pusiera todo su empeño, en vez de demoler instituciones y contribuir con sus dichos y hechos a la inseguridad jurídica, que espanta inversiones, a volver al pueblo los dineros mal habidos de la ya probada corrupción. Esa sería la verdadera ética de una deuda social que al parecer no se tiene intención de pagar.