Mientras que durante la gestión de Federico Sturzenegger se ignoró la “Gibson Paradox”, durante el actual gobierno, podría estarse acuñando una nueva regla no escrita sobre la política económica, que podríamos denominar la “Pesce Paradox”.
Según algunos autores, la eficacia de la política monetaria fue refutada en la primera mitad del Siglo XX por el economista británico Alfred Herbert Gibson, quien encontró que hay una correlación positiva entre las tasas de interés y la inflación. Este hallazgo, que fue llamado “la Paradoja de Gibson”, contradice la creencia de que los bancos centrales pueden regular la demanda de crédito, subiendo o bajando una tasa de interés de referencia.
Sin embargo, según Thomas Sargent, Premio Nobel de Economía 2011, las políticas de metas de inflación, que se generalizaron a partir de mediados de la década de 1990, han fallado trágicamente en algunos países no debido precisamente a la existencia de la observación de Gibson, sino a la falta de consistencia entre las políticas fiscal y monetaria.
Una libre interpretación de las teorías de Sargent, permite deducir que existe un grado óptimo de aversión a la inflación por parte del banquero central encargado de la política monetaria.
Existe un grado óptimo de aversión a la inflación por parte del banquero central encargado de la política monetaria
Una “paloma” que no tenga la vehemencia suficiente en la lucha contra el cruel flagelo, será derrotada fácilmente por las fuerzas del mercado y su esfuerzo será infructuoso. Un “halcón” cruel y despiadado, pondrá tanto énfasis en derrotar a la suba de los precios, pese a la inconsistencia de la política fiscal deficitaria de su gobierno, que impondrá tasas de interés excesivas que destruirán al sector productivo.
Es por este último motivo, que algunos economistas disienten con el rigor monetario extremo, como herramienta anti-inflacionaria, y pregonan que esta política lleva en su interior la semilla de su propio fracaso.
La idea central es que la inflación es, como estableció Milton Friedman, “siempre y en todo lugar, un fenómeno monetario”.
Los precios viajan al ritmo de la emisión que financia el déficit fiscal, y no existe alquimia monetaria o cambiaria que logre torcer su igualación en el largo plazo.
Las excesivamente altas tasas de interés sólo consiguen afectar negativamente el nivel de actividad y la recaudación, acentuando el déficit y la inflación. Algunos minúsculos resultados favorables en el muy corto plazo, suelen despertar la confianza, y a veces la euforia, de los creyentes en esta mágica pócima deflacionaria.
Las excesivamente altas tasas de interés sólo consiguen afectar negativamente el nivel de actividad y la recaudación, acentuando el déficit y la inflación
La “Paradoja de Pesce”, podría originarse en la lectura de “manuales heterodoxos”, si es que estos existen, mediante los cuales se pretendería refutar siglos de literatura sobre los alcances y posibilidades de éxito de la política económica.
La “buena nueva” de este particular catecismo indicaría que es posible domar la inflación, controlando el precio del dólar. Una particular incongruencia de las últimas medidas del gobierno actual es pretender fijar simultáneamente precios y cantidades de la divisa norteamericana.
Una de las reglas más antiguas que se conocen en el estudio de la política económica es la obligación de seleccionar una de ambas variables y dejar que la restante se acomode a la influencia del cambio realizado.
Cualquiera sea el producto o servicio sobre el que se quiera influir, tanto sean melones, lingotes de oro o barriles de petróleo, si el hacedor de política elige controlar el precio, debe permitir que el mercado determine libremente la cantidad a intercambiar.
Si, por el contrario, se elige determinar la cantidad de la mercancía que se puede intercambiar en el mercado, el precio se determinará en consonancia con esta decisión, ajustándose a la relación existente entre la oferta fijada por el gobierno y la demanda que libremente desean realizar los compradores.
El gobierno puede fijar el precio que quiera, pero no puede evitar las consecuencias de este acto. Si el precio es más elevado que el que se determinaría en un mercado libre, habrá un exceso de oferta. Si es, en cambio, menor al precio de equilibrio, habrá un exceso de demanda.
En este caso, se puede establecer, en consonancia con lo argumentado anteriormente, que existiría un grado óptimo de aversión al libre funcionamiento de los mercados. Solo que en este caso, no hay lugar para “palomas”. El exceso de voluntarismo suele confundir a algunos funcionarios que, creyéndose iluminados e infalibles, pretenden manipular a su antojo todos y cada uno de los delicados mecanismos que relacionan las variables económicas.
Creen que cualquier leve desviación en el resultado esperado, será fácilmente corregida mediante un delicado y suave movimiento de la variable antecesora, a fin de restablecer el equilibrio deseado por este particular artista de la “ciencia económica”. Los efectos de este último movimiento desencadenarán una nueva reacción, pero ésta, parecen creer los devotos de esta religión, será de menor dimensión que la anterior, y podrá ser controlada con otro toque de magia salvador.
El exceso de voluntarismo suele confundir a algunos funcionarios que, creyéndose iluminados e infalibles, pretenden manipular a su antojo todos y cada uno de los delicados mecanismos que relacionan las variables
Así, una y otra vez, se responderá en consecuencia, haciendo que los desequilibrios tiendan a cero, y los objetivos puedan ser obtenidos simultánea e infaliblemente. La divisa valdrá lo que el gobierno dice y todos tendrán la cantidad exacta de dólares que desean atesorar. Los que deben importar maquinarias e insumos obtendrán la cantidad exacta que necesiten y los que quieren viajar o hacer compras en el extranjero, podrán hacerlo sin inconvenientes.
Las probabilidades de alcanzar este inusual milagro no son pequeñas. Todo es una cuestión de fe. Hay que ponerle onda y saldrá todo perfecto, parecen creer.
Por último, se creen capaces de demostrar que el orden espontáneo de los mercados libres es una estupidez y que la “restricción externa” puede ser vencida.
Dicho en otras palabras, en la Argentina de hoy, según el relato prevaleciente en el gobierno, “el que apuesta al dólar, pierde”.
El autor es economista y asesor financiero
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