—Vos querés llegar a presidente, ¿no? —preguntó con voz enfática el empresario.
Máximo Kirchner escuchó tranquilo y contestó con un gesto calcado de su padre. Ese que Néstor usaba tanto para decir “sí” como para decir “no” o, mejor dicho, para que su interlocutor de turno escuchara lo que quería escuchar sin que él se comprometiera con una respuesta.
“Bueno —continuó el hombre de negocios entendiendo el silencio como una afirmación— con esta ley no vas a ser nunca presidente”.
El tema en discusión sobre la mesa era la Ley de Aporte Extraordinario Solidario que se popularizó como impuesto a las grandes fortunas y que, según estimaciones de la AFIP, alcanzará a unos 12 mil contribuyentes. Es decir, al 0,03% de la población.
El proyecto se venía anunciando casi desde principios de la pandemia. La dilación en llegar al recinto obedeció a tiempos políticos que incluyeron convencer a todos los sectores del gobierno, incluso al Presidente.
Hoy ese proyecto ultra anunciado, que seguramente se aprobará en dos semanas, es la justificación/excusa perfecta para que los planetas del poder en la Argentina vuelvan a chocar con la misma contundencia con la que chocaron en el ocaso del gobierno kirchnerista. Con la diferencia de que, es bueno recordarlo, ahora estamos en el inicio de un nuevo gobierno.
Pero los puentes están tan cortados como entonces. Los dos extremos del poder, el Gobierno por un lado y el establishment por el otro, se miran con desconfianza, bronca, mal humor y hartazgo, una combinación que tuvo y puede volver a tener resultados macabros para el país.
Intentar dilucidar de quién es la responsabilidad de esta nueva ruptura es inútil. Para el kirchnerismo, el establishment sigue sin digerir que Cristina haya ganado las elecciones. Para el poder ecónomico, el Gobierno no paró de cometer errores desde que asumió y está convirtiendo a la Argentina en “inviable”.
Y lo peor es que están jugando con fuego. Sin que ninguno de los extremos haga lugar a la autocrítica y la racionalidad y pretendiendo que el otro, literalmente, desaparezca.
“Clarín va a cambiar el día que se muera (Héctor) Magnetto. Ese día van a empezar a ser más democráticos”, se escucha en el Instituto Patria. “Se habla de una Asamblea Legislativa pero no veo a la clase política comprometiéndose con algo así, nos vamos a tener que comer a estos tipos tres años más”, responden desde el otro rincón.
El clima, por demás enrarecido, se completa con banderazos, cacerolazos y hashtags en las redes que radicalizan aún mas la grieta.
De un lado contabilizan empresas que se van del país. Del otro responden con las que se fueron durante el macrismo y con las desmentidas de las que, como Falabella, solo terminan sólo cerrando algunas sucursales.
Para unos Glovo se va del país —errónea o maniquea tapa de Clarín el jueves—, para los otros la empresa tomó una decisión general, es decir Glovo se fue de la región y en Argentina fue comprada por Pedidos Ya. 🤷🏻♀️
En el medio se suman equívocos y lecturas por desconfianza o mala leche. Un aviso de los 75 años de Clarín con, posiblemente, un recordatorio poco feliz para el actual momento sobre los cacerolazos (“Cacerola. Lo que se usa para cocinar. Lo que se usa para protestar. En un día todo puede cambiar”) termina siendo visto como desestabilizador por sectores del gobierno que lo resignifican viralizando el contra-aviso (“Operación. Lo que se usa para salvar vidas. Lo que se usa contra los gobiernos democráticos. En un día todo puede cambiar”) 🤦🏻♀️
Mientras tanto en Olivos y en la Casa de Gobierno nadie parece hacerse eco de este clima contaminado. Ahí todo termina relativizado a su mínima expresión. Si bien el peronismo es el partido político que más golpes de Estado sufrió, todos esos episodios cruentos ocurrieron el siglo pasado. Solo los mayores de 60 recuerdan en carne propia el golpe del 76.
La actual clase gobernante sub 60 fue protagonista de un solo “golpe blando” o “recambio constitucional” en la crisis del 2001 y los tuvo del otro lado del mostrador. Es decir entre los que desplazaron y no entre los que eran desplazados.
Así que ninguna cacerola los hace dudar o sentirse amenazados. “Hoy no hay nadie que pueda hacer el papel de Eduardo Duhalde”, alegan casi en coincidencia justamente con los voceros del establishment que hacen la misma lectura política pero, con cierta desilusión.
Está claro que poder político y poder económico hoy están hablando lenguajes antagónicos. La ley de Carlos Heller y Máximo para el establishment representa quemar las naves hacia la posible reactivación de la Argentina.
Para La Cámpora, consolidar su compromiso con sus bases, pero además concitar la aprobación del 75% de la sociedad que es el nivel de aprobación de la ley, según marcan las encuestas.
Es lógico: teniendo casa propia, un departamento complementario, una casa para vacacionar y seis inmuebles para renta en el territorio nacional no llegás a pertenecer a ese 0,03%. Así que mientras el que la ponga sea el otro, nadie puede estar en contra.
El problema es que a los que sí los alcanza (Mauricio Macri por ejemplo casi queda afuera porque su última declaración impositiva dio 221 millones) es a quienes el mismo gobierno tiene que seducir para que vuelvan a invertir en un país donde el Banco Central está a punto de quedarse sin reservas y la pulseada con algunos sectores productivos por otra devaluación aún no esta saldada ni con el último torniquete al cepo cambiario.
El otro inconveniente es que las posturas antagónicas están haciendo radicalizar a los que se suponía habían llegado a la coalición gobernante desde posturas más moderadas o menos confrontativas. Un peronista que en la primera guerra del kirchnerismo y Clarín estuvo del lado del gran diario argentino comentaba ayer ante Infobae: “El problema es que el arma de extorsión del grupo (los medios) está siendo letal contra el arma de expansión (Telecom). No están sabiendo terminar a tiempo con el periodismo de guerra”.
En el medio, el Presidente. El mismo Alberto Fernández, quien en público una vez aseguró que su amigo “Héctor” -por Magnetto- no lo dejaba mentir. El mismo que dicen sus allegados está hoy más enojado que CFK con el holding.
El mismo que esta semana cuando Marcelo Tinelli lo llamó para contarle detalles sobre la futura grilla del fútbol y las transmisiones televisivas le advirtió: “Todo bien, Marcelo, pero no me hagan ruido con Clarín”.
¿El mismo que intentará, en medio de este clima enrarecido que aplasta más que la cuarentena que hoy cumple seis meses, volver a tender puentes? ¿Tendrá plafón?
Amén
Bonus Track
“Está todo bien con ellos, pero estos muchachos LTA”. La frase es de un integrante de la coalición gobernante. Los muchachos son Horacio Rodríguez Larreta y Diego Santilli y la expresión de tribuna futbolística se refiere al recorte de la coparticipación federal que Nación hizo por DNU a la ciudad y que ahora esta judicializada en la Corte. Para la fuente, la Corte se tomará su tiempo: “No te olvides que a Santa Fe el reclamo le llevo diez años. Y cuando la ley llegue al Congreso los gobernadores van a jugar con el gobierno”.