El título de esta nota le pertenece a un amigo muy querido, español, casado con una argentina, que vino a nuestras tierras para quedarse. Su idiosincrasia madrileña le corre por las venas, al mismo tiempo que su pasión por el Real Madrid y Racing Club de Avellaneda. Una combinación misteriosa.
La Argentina de estos días también nos llena de misterios e incertidumbres.
Superamos los doscientos días de cuarentena, ahora flex, a la vez que nuestra dirigencia (los unos, los otros, y los de al lado) se muestra perdida en una maraña de barro, chapucería y discusiones sin futuro alguno (no deja de llamarme la atención que hablemos de un “plan ahora 12” para la peluquería).
Nos hemos convertido en una sociedad anestesiada y cómplice. Perdimos el rumbo como colectivo social. No vamos a ninguna parte como país. No tenemos un proyecto de Nación. Los argentinos no nos estamos involucrando lo suficiente con el destino zigzagueante, dubitativo e incierto de nuestra nación.
El 13 de septiembre hablaba -en este mismo portal- de las cuatro pandemias del reino del revés: salud, economía, instituciones y educación. La tercera semana de septiembre nos terminó de poner la “ñata” contra el vidrio a una nueva y quinta pandemia: la de la seguridad.
Las imágenes que estamos viendo por los canales “oficialistas” y “opositores” nos dan una pequeña muestra de lo que está pasando.
La rebelión de los pitufos de la bonaerense no fue una casualidad más. Los cacos están desaforados y violentos. No se los está pudiendo parar, contener, encarcelar. La seguridad de todos los argentinos está hoy al borde del colapso a la vez que estamos anestesiados por la cantidad de incertidumbres que debemos enfrentar día a día, como por ejemplo el cambio repentino de las reglas de juego -una vez más- de las variables de nuestra economía, donde el dólar parece el hijo pródigo que siempre vuelve y hace de las suyas, pero al final lo terminamos apañando. Todos somos cómplices.
Mucho más grave que la pandemia es la pérdida de rumbo
Resulta imposible vivir con cierta “paz” en la Argentina versión 2020. La pandemia y su tratamiento, largo, tedioso prolongado y por momentos olvidado, ya es un fracaso consagrado. Los números oficiales, que no son los números reales, dan cuenta de ello.
El problema más grave que tenemos hoy, según mi parecer, mucho más grave que la pandemia, es la pérdida de rumbo; no tenemos un modelo de país que pueda trascender a los sucesivos cambios de gobierno que la democracia nos impone.
Se puede y se debe pensar diferente. Todos tenemos derecho a tener visiones disímiles de una misma realidad. Lo que no podemos ni debemos es perder la búsqueda de los consensos necesarios para avanzar en un rumbo determinado,pese a las diferencias: hacia un modelo de país que perdure.
En una nación azotada por las cinco pandemias la única forma de salir adelante es mediante la búsqueda de consensos, y en esto la responsabilidad es de nuestra clase dirigente. La gran mayoría de quienes la componen son “profesionales”, ya que hacen de la política su forma de vida. A lo largo de los años los vemos pasar de un lugar a otro, van y vienen, pero siempre terminan “estando”.
Por eso las conclusiones de mi amigo "el gallego” son tan ciertas como dolorosas. Estamos por un lado anestesiados, paralizados, tratando de ver para donde salir corriendo. Pero a la vez somos todos cómplices, votamos lo que votamos, porque somos como somos.
Lo que realmente importa es la continuidad de un modelo de país, a pesar de los cambios que la democracia impone en la vida de una nación
Y no importa en esto quien sea el titular de turno del Poder Ejecutivo. Lo que realmente importa es la continuidad de un modelo de país, a pesar de los cambios que la democracia impone en la vida de una nación. Si miramos al mundo hay ejemplos de sobra. No quiero hacer nombres para no caer en comparaciones. Pero todos sabemos que hay países ricos y países pobres. Países desarrollados, países en vías de desarrollo y países subdesarrollados.
Argentina viene muy atrás en la fila. Hace muchas, pero muchas décadas que venimos retrocediendo año tras año. A veces damos un paso adelante, pero al final terminamos dando dos hacia atrás.
La responsabilidad en esto es de todos y todas, no solo de los dirigentes que ni siquiera tuvieron el buen tino de reducir aunque más no sea simbólicamente sus dietas, para solidarizarse son la población. Pero sí se solidarizan con el bolsillo ajeno proponiendo un impuesto a la riqueza.
Como sociedad anestesiada y cómplice nos toca seguir penando o despertar. Hacer valer nuestros derechos y, a la hora de votar, dar un mensaje claro.
Para quienes saben leer entre líneas, los mensajes que estamos recibiendo, ya de cara a las elecciones de medio término que tendremos el año próximo, son muy claros y contundentes. El partido ya arrancó y salieron con los “tapones” de punta. Se juega el todo por el todo.
Los políticos ni siquiera tuvieron el buen tino de reducir aunque sea simbólicamente sus dietas pero luego se solidarizan a costa del bolsillo ajeno
Por eso es fácil advertir ciertas maniobras que, miradas aisladamente, podrían incluso carecer de sentido. Pero los políticos que hacen de la política su medio de vida lo tienen muy en claro. Saben la importancia de lo que estará en juego en el próximo turno electoral.
Así una devaluación, que para algunos fue, y para otros no fue, podría tener un claro direccionamiento a pagar hoy un costo político que más tarde podría tener una gravitación mucho más significativa, a medida que nos acerquemos al momento de poner el voto en las urnas.
La sociedad anestesiada es también el título de un libro de Pablo Kornblum (economista especializado en Relaciones Internacionales), en el que el autor se pregunta: ¿Entendemos los procesos que gobiernan el mundo en que vivimos? Este es el eje disparador de un libro que pretende clarificar, mientras nos mantenemos anclados a una coyuntura compleja y difusa, el sistema-global en el cual estamos inmersos.
Para Kornblum, el desarrollo histórico de escenarios geoeconómicos agresivos, en conjunción con una micropolítica concentradora que ha desatado nefastas consecuencias sociales, desnuda una inequívoca realidad plagada de pujas asimétricas de intereses que han derivado en una desigualdad estructural y crisis recurrentes. En este contexto, agrega el autor, cada uno de los actores posee un rol que hasta la fecha, ha perpetuado el statu quo. Para algunos pocos, conveniente. Para otros, la mayoría, sólo queda la resignación: estigmatizados y criminalizados, la historia los transformó de explotados a meros desechos.
La realidad es que la gravedad de la situación en la cual nos encontramos ya no radica en el cada vez más lejano sueño utópico; por el contrario, vivimos en la actualidad una realidad distópica que nos abraza en cada rincón de nuestro planeta, concluye Kornblum, en una opinión que comparto, a la vez que duele en el alma.
Mi amigo “el gallego”, es un tipo agerrido. No le gusta perder. Aprieta los dientes y va para a adelante, con una frase que lo caracteriza: “¡A por ellos!”
Quizás, los argentinos como sociedad, deberíamos seguir ese ejemplo.
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