Meritocracia, la movilidad social en base a la educación fue un ejemplo del siglo pasado

Sin capacitación no es posible generar el capital humano indispensable para contribuir a una sociedad sana que premie el esfuerzo personal y el mérito

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Si peleamos por la educación, venceremos la pobreza”. Si bien me gustaría que la frase fuese de mi autoría, obviamente no lo es, sino de Domingo Faustino Sarmiento. Sin educación no es posible generar el capital humano indispensable para contribuir a la movilidad social, en una sociedad sana que premie el esfuerzo personal y el mérito.

Al respecto, en 1995, el Instituto Smithsoniano le realizó una entrevista a Steve Jobs, quien se definió como un gran creyente en la igualdad de oportunidades, en oposición a la igualdad de resultados: “Yo no creo en la igualdad de resultados, porque por desgracia la vida no es así. Sería un lugar muy aburrido si lo fuera. Pero realmente creo en la igualdad de oportunidades. La igualdad de oportunidades para mí más que nada significa una gran educación”.

Educación, esfuerzo, mérito, movilidad social, aunque hoy pueda parecer una fantasía, la historia de nuestro país durante el siglo pasado provee claras ilustraciones de esta cadena causal. Recordemos sino aquella frase propia del campo argentino: “sembramos trigo y cosechamos médicos.”

Veamos un ejemplo. En 1887 el Barón Maurice de Hirsch, uno de los empresarios europeos más acaudalados de su tiempo, decidió retirarse de los negocios dedicando el resto de su vida a la filantropía. Su posición frente a la filantropía fue tan dura y exigente como lo era su modo de actuar en el mundo de los negocios. Se oponía firmemente a la entrega de subsidios que sólo hacían aumentar el número de pobres, consideraba que el mayor problema de la filantropía consistía en transformar en personas capaces de trabajar a individuos que de otro modo se volverían indigentes, y de este modo reconvertirlos en miembros útiles para la sociedad.

Con dicho fin fundó la Jewish Colonization Association (J.C.A.), la cual a partir de 1891 habría de conducir la inmigración de miles de personas, carentes del menor respaldo económico aún para el pago del pasaje, desde el Imperio Ruso hacia nuestro país, estableciéndolas en colonias agrícolas. Hirsch elaboró estrictos contratos haciendo a cada colono responsable de pagar no tan solo la tierra y todo préstamo que hubiese recibido, sino también el respectivo interés sobre los mismos. Luego de muchos años de duro trabajo agrícola, para el cual en la mayoría de los casos no tenían experiencia previa, muchos de los colonos repagarían sus deudas y obtendrían los títulos de propiedad de sus tierras.

Mientras tanto, sus hijos se educarían en las escuelas de las colonias, se trasladarían a Buenos Aires y realizarían estudios superiores. Como señalaba Iedidio Efron (padre de Blackie, aquella gran periodista), quien arribó a la Argentina de pequeño, estableciéndose en la colonia Barón Hirsch, y fue nombrado el Sarmiento de la cultura judía por su prestigio de gran docente: “Decenas de miles de niños judíos recibieron sus primeras letras en las escuelas de la J.C.A y centenares de intelectuales, profesionales y escritores de renombre se graduaron en las aulas de estos colegios”.

Sembramos trigo y cosechamos médicos, se escuchaba decir a los viejos colonos, aquellos gauchos judíos inmortalizados por Alberto Gerchunoff. ¡Qué mejor ejemplo de la movilidad social que durante el siglo XX caracterizó a nuestro país, basada en la educación, el esfuerzo personal y, por ende, en el mérito! Frente a la dura realidad que hoy nos toca vivir no debemos olvidarlo.

El autor es miembro de la Academia Nacional de Educación y rector de la Universidad del CEMA