Pensar la policía

Una imagen de las protestas policiales en la quinta presidencial (foto Julieta Ferrario / Zuma Press / Contactophoto)

Hay momentos de tormenta en que todo lo que se diga puede confundir y empeorar las cosas. En esos trances es necesario dejar que quienes están manejando la situación actúen, no molestar ni interferir. Pero después de la tormenta hay que ayudar a reflexionar.

Lo que pasó en la Provincia de Buenos Aires no es nuevo, sólo un poco más grave en lo simbólico institucional, pero viene precedido desde hace años por una serie de “acuartelamientos” policiales en varias provincias y también en la de Buenos Aires.

Desde hace años también, en África comenzaron los “golpes de estado policiales” y luego pasaron a América Latina: a Correa le hicieron un golpe en Ecuador, la policía le dio el empujón final a Evo en Bolivia, los hubo anteriores aunque no a nivel nacional en Río de Janeiro.

Evo Morales y Rafael Correa

Empecemos por destrabar la maraña que hay en toda esta información, que viene de lejos. Ante todo, en Estados Unidos no podría suceder, pero no sólo por su posición hegemónica, sino porque no tienen “una policía”, sino más de 2.000 policías entre federales, provinciales y municipales. En Ecuador y en Bolivia hay una única policía, al igual que en otros países de la región (los carabineros chilenos, etc.).

Estados Unidos nos aconseja tener policías únicas, pero, como señalamos, ellos tienen más de 2.000. Hace unos años intentaron hacer una especie de “Escuela de las Américas” para policías. Cuidado con esto: no hagamos lo que los Estados Unidos nos dicen, hagamos lo que ellos hacen, imitemos su modelo en la medida de lo posible, que en esto no parece haberles dado tan mal resultado.

Nosotros copiamos en 1853 la Constitución de Estados Unidos, pero no copiamos su “policía de condado”, la local, municipal. Copiamos la policía borbónica, la de control y ocupación territorial. Desde que Rivadavia acabó con los cabildos, la policía local se acabó, empezamos a concebir a las policías como ejércitos de ocupación territorial y, además, confundimos todo.

Policía en definitiva es “gobierno de la polis” y no hay país del mundo que no tenga “policía”, porque sin “policía” no se gobierna. Costa Rica no tiene ejército, pero tiene policía.

Pero cuando decimos “policía” en nuestro país no distinguimos funciones. No estamos acostumbrados a pensar que una cosa es la función de seguridad callejera, otra la de investigación criminal, otra la de seguridad del Estado, otra la de seguridad de fronteras, etc.

Todas son funciones policiales, pero la única que parece funcionar más o menos bien en nuestro país es la de seguridad de fronteras, salvo la injerencia nefasta que tuvo la anterior ministra de Seguridad (Patricia Bullrich), que espero no la haya arruinado. La de seguridad del Estado, mejor no hablar, porque la usaron para espiar y preparar procesos penales y extorsiones.

La ex ministra de Seguridad Patricia Bullrich (foto: Gustavo Gavotti)

Las de seguridad de calle y de investigación criminal las confundimos bajo el mismo mando, cuando son dos funciones, entrenamientos, infraestructuras y técnicas completamente diferentes.

La investigación criminal es básica, requiere una serie de conocimientos científicos –se llaman en conjunto “criminalística”- y si queremos eliminar la tortura, no hay otra forma que reforzar esta policía. Un viejo y sabio criminólogo mexicano decía siempre que “el laboratorio de criminalística reemplaza a la sala de tortura”.

Si queremos poner en vigencia el código acusatorio, las policías de investigación criminal deberían depender de los ministerios públicos, no de los ejecutivos. Eso de que dependen de uno pero están a las órdenes de otro, es un cuento que no funciona ni nadie lo cree en serio.

Por suerte, nosotros no podemos tener una policía única, gracias al sistema federal. Pero tenemos una deformación en la distribución poblacional y, por eso, tenemos la policía más numerosa en la Provincia de Buenos Aires.

No es posible mantener un control eficaz sobre una policía con semejante número de personas. Quien dice que la controla miente y, prueba de eso son los descontroles que se repitieron. Dicho más claramente: si bien por suerte no tenemos una policía única, tenemos algunas policías demasiado numerosas y con funciones mezcladas.

La imposibilidad de control eficaz se ha puesto de manifiesto con los sucesivos “acuartelamientos” y ahora, con más razón, cuando se ha visto claramente que fue infiltrada, que el desorden permitió que se metiesen “voceros” que no eran policías, un psicótico subido a una torre, cesanteados hablando ante las cámaras como si fuesen activos, en una palabra: el caos.

Para colmo de males, en lo que va de este siglo las cúpulas políticas de la Provincia tuvieron los discursos más contradictorios y desconcertantes imaginables, con pocas y temporales medidas racionales. No sólo se trata de una policía de imposible control eficaz, sino también con cúpulas políticas que cambian y bajan consignas contradictorias: es la frutilla de la torta caótica.

No necesitamos pensar en el “sheriff” electo, pero sin ir tan lejos, podemos imaginar un discreto modelo de policías comunitarias. Miremos a España, por ejemplo, con sus policías comunitarias. Vayamos imitando a los Estados Unidos en alguna medida.

Pensemos en ir marchando hacia un modelo en que las policías dependan de los municipios, para la prevención de la conflictividad de calle común, sin perjuicio de una provincial, para casos más graves y con armas más poderosas. Esos casos no son diarios, por suerte no todos los días hay asaltos a bancos, rehenes, etc.

Si separamos la función de investigación criminal de la de seguridad corriente y la de intervención en casos graves, con sus respectivas especializaciones, obtendremos mejores resultados, tanto en la prevención como en la represión. Con todo junto y mezclado, en un cuerpo que tiene más personas que el ejército, nunca vamos a obtener mayor eficacia.

Uno de los grupos policiales que se sumó a las protestas de la semana pasada (foto Gustavo Gavotti)

Por otra parte, saquémonos de la cabeza que la policía es un ejército. No lo es ni debe serlo. La Fuerzas Armadas tienen una función específica de Defensa Nacional, que nada tiene que ver con las funciones policiales. No todo uniformado es un militar, ni toda la policía está uniformada, y la policía es un servicio absolutamente civil y de primera necesidad.

No sé si es posible ahora en la Provincia de Buenos Aires, porque quizá se requieran reformas institucionales previas, pero más tarde o más temprano, al trabajador/a policial se le deben reconocer los derechos laborales. No hay razón para negarles el derecho de sindicalización, de paritarias, de petición colectiva, de discusión horizontal de las condiciones de trabajo.

Es inconcebible que cuando los/las trabajadores/as policiales quieren pedir algo colectivamente, lo hagan de espaldas a las cámaras, como si fuera una conferencia de prensa de un grupo terrorista y, además, tampoco sabemos quiénes son los que hablan y a quién representan.

En nombre de los/las trabajadores/as policiales hablan las cúpulas. No escuchamos a quienes ponen el cuerpo en las calles. Así no es posible crear conciencia profesional en ningún estamento o actividad, porque esta conciencia se adquiere y desarrolla en la discusión horizontal.

Sobra decir que se tratará de trabajadores/as que no podrán nunca tener derecho de huelga ni de trabajo a reglamento ni otra medida de fuerza que afecte el servicio, porque es un servicio de primera necesidad y ninguno de ellos puede tener ese derecho, en razón de la naturaleza misma del servicio.

Sobra más todavía decir que los/las trabajadores/as policiales no pueden cometer delitos, y amenazar con la presencia de armas. Las amenazas, coacciones y sediciones están en el código penal, incluso calificadas cuando se cometen con armas.

Pero que se descuente que no puedan cometer delitos –como cualquier otro ciudadano o trabajador- y que no puedan tomar medidas de fuerza que afecten el servicio  –como no lo pueden hacer las guardias de los hospitales-, no impide que se le reconozcan los derechos de sindicalización, de formular reclamos colectivos, de protestar pacíficamente, de discutir sus salarios, etc. Casi todas las policías europeas están sindicalizadas y funcionan bastante bien. Es interesantísimo tratar con los policías alemanes o con los de Scotland Yard.

Ningún problema de desorden se resuelve cuantitativamente, sino que debe resolverse cualitativamente, porque más gallos en el gallinero no lo ordenan; más policías entrenados de urgencia, en una institución desordenada, aumenta el riesgo de futuros descontroles; más cárceles para resolver la superpoblación, sirve para tener en el futuro más cárceles superpobladas; y así sucesivamente. El desorden se resuelve con orden, la desorganización con reorganización.

Algún día lograremos distinguir funciones, tener policías comunitarias para mejor prevención, policías de investigación criminal más profesionalizados, distinguir entre conflictividad cotidiana y extraordinaria y reconocer los derechos de los/las trabajadores/as policiales. Pero para eso debemos pensar, planificar, no especular coyunturalmente y sólo ver los problemas cuando se producen las emergencias. Los argentinos no tenemos menos neuronas que los europeos y norteamericanos; nuestro problema es que a veces no las usamos.

El artículo original fue publicado en La Tecla Eñe