En busca de un círculo virtuoso

Ejercer la política es una profesión destinada a gestionar el bien común, siempre difícil y complejo. El Estado no debería nunca ser el botín de guerra de la política

FOTO DE ARCHIVO: Una mujer usando una máscara por la pandemia de coronavirus (COVID-19) camina frente al Palacio Presidencial Casa Rosada, en Buenos Aires, Argentina 21 mayo, 2020. REUTERS/Agustin Marcarian

Nuevamente la realidad se desploma como un rayo sobre la política. Sorprendida, sólo atina a resolver a las apuradas; tapando agujeros, aunque más tarde se destapen otros. Así vamos a los tumbos desde hace décadas y parece que nadie quiere tomar al toro por las astas. Posponer (procrastinar) es el verbo más usado de la política argentina. Desde la vuelta a la democracia, casi ningún gobierno ha realizado mínimos planeamientos estratégicos sostenibles en el tiempo y con cierto consenso multipartidario. Los resultados están a la vista; acumulación de capas geológicas de problemas, unas sobre otras y en todos los sectores. No hay políticas de ocupación territorial, crece sostenidamente la pobreza y los barrios carenciados, a la par del trabajo en negro y el narcotráfico. La educación estatal en deuda permanente y con conflictos seriales.

A este tradicional modus operandi, se le viene a sumar los efectos de la pandemia, que dejará un desastre económico, claramente inocultable. Son visibles los cierres de empresas; hay muchos despidos de empleados en blanco; los gastos del Estado se incrementan para sostener ciertos niveles de actividad (IFE, ATP y otros) y también porque son necesarios urgentes aumentos salariales de policías, personal de salud y otros trabajadores vitales. El futuro se vuelve cada vez más incierto. No se trata de “tirar pálidas”, sino de exponer la realidad tal como es, aunque no sea agradable. Como dice Joan Manuel Serrat: “Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio. Y no es prudente ir camuflado eternamente por ahí”. Nadie podría resolver problemas que “oficialmente” no son reconocidos como tales.

Pronósticos internacionales indican que los Estados tendrán mayor participación en la vida económica que en el pasado. Si el sector privado nacional en blanco se sigue achicando, muchos sectores de la economía se ilegalizarán (“emprendedorismo” en negro) para sobrevivir, como ocurre en varios países cercanos de Sudamérica, con 70% de su población obteniendo sus escasos recursos en actividades no registradas oficialmente. Ese proceso conlleva a una merma en la recaudación impositiva solo salvable durante un cierto tiempo mediante la emisión monetaria. Esto repercutirá en la calidad de los servicios públicos, parcialmente subvencionados. Además, deberán reducirse los aumentos salariales, para no tener que reducir personal. El consumo masivo en baja y en pleno proceso de reconfiguración, así lo va mostrando. Todos disconformes y echándose las culpas unos a otros. Ese escenario es bastante probable y debería alertarnos para que se adopten sensatas medidas preventivas para mitigarlo.

La pandemia encuentra a la Argentina bastante maltrecha económica y socialmente. Además, viene la ola del cambio tecnológico, que producirá mayor desocupación, que sólo podría mitigarse mediante una estrategia masiva de capacitación, que a su vez requiere una alta inversión del Estado. Asimismo debería crearse un clima pro inversión en un ecosistema innovador, sin el cual no habrá creación de empleo privado. No será posible volver a reiterar los mismos errores del pasado, porque obtendríamos los mismos resultados. Si sólo seguimos emparchando proseguirá indefinidamente el ciclo vicioso de mayor pobreza, más marginación, más tasa de delitos, más necesidad de fuerzas de seguridad, más enfermedades, más gasto en salud. La escalada interminable nos llevaría al estado de guerra civil molecular (todos contra todos), que ya se muestra incipiente. Recomiendo leer a Hans Magnus Enzensberger.

No se puede seguir jugando inconscientemente a la polarización ideológica para beneficio de unos pocos. Todos nos hablan de sus nobles objetivos: “pobreza cero”, “hacer crecer la economía” y tantos otros. Sin embargo cualquier modelo, con cualquier ideología, debe organizar el país según los medios disponibles y no sólo con promesas. Cada gobierno debería ser juzgado sólo por su actuación, según los resultados que obtenga, y en el contexto que le tocó gobernar. El gobierno de Mauricio Macri tuvo un fracaso estrepitoso, pese a sus declaradas “buenas intenciones”. Las crisis cíclicas y reiteradas y el fracaso de los sucesivos gobiernos no se deben a las maldades intrínsecas de sus principales dirigentes, ni sólo a sus ideologías. Eso es un simplismo que difunde el ecosistema mediático, que se asienta en la hiper-fragmentación de la sociedad, expuesta en la hiper-segmentación de las redes sociales. Cada sector se conecta con su propio círculo y se escucha a sí mismo. En consecuencia no hay debate de ideas, una de las fortalezas del sistema democrático, por lo que todos terminan gestionando mal por no escuchar al otro y terminan posponiendo los problemas.

La frustración crónica de la sociedad, producto de incapacidades propias, pero fundamentalmente del fracaso de la globalización financiera, que vendió como bueno un modelo global que produjo desigualdades extremas, a lo que se suma, la visión popular, que solo a un grupo selecto, relacionado al gobierno de turno, le va de maravillas y se enriquece de la nada, termina resultando en un clima de odio y grieta, que son utilizados como instrumento de poder por parte de los poderosos de la sociedad. Lo que está en crisis terminal es todo el sistema de poder (político, judicial, económico), porque ya cada vez menos argentinos creen en él y lo respetan o acatan. Los gobiernos seguirán actuando, pero deberían observar que el cauce del río se ha desmadrado y que ha entrado en una “nueva normalidad” social y política.

Un ejemplo es el manejo de la pandemia COVID, que se encuentra desbordado. La insistente grieta, la falta de diálogo, el encierro grupal y el dictado de normas propias en algunas provincias y municipios son algunas de sus manifestaciones más visibles. Parece que los políticos de la grieta han perdido en parte la autoridad moral y material para conducir a la sociedad. Los diálogos, el debate abierto y sincero parecen fracasar frente a tantas agresiones inútiles y confrontaciones mutuas. Algunas especulaciones malintencionadas agravan la situación. Frente a la pandemia, la gente común se mueve con criterios propios. La gran mayoría con alta responsabilidad porque entiende la situación, y no porque los gobiernos le indican lo que deben hacer. Las encuestas de opinión lo van mostrando.

Una visión más amplia describe que en la Argentina, en términos futboleros, hay dos equipos con flojos planteles de jugadores, los que, en reiteradas finales de campeonato, se juegan permanentemente su descenso a la Primera B, agarrándose, como su mejor habilidad, a trompadas en el campo de juego. Ese es su verdadero nivel. Mientras tanto, el gran público argentino está deseando que otros jugadores, probablemente más jóvenes e idealistas, vuelvan a ocupar la cancha para formar un brillante seleccionado nacional, que salga a competir en las grandes ligas mundiales contra los mejores del mundo, dejando de lado definitivamente ese fútbol mediocre que gasta esfuerzo y dinero, solo para terminar aburriéndonos como telenovela gastada, y para hacernos enojar a la mayoría de los argentinos.

Cada vez más se hace imperiosa una verdadera vuelta de campana. Un necesario nuevo modelo de sociedad no resultará de un promedio o una mezcla equilibrado entre los dos extremos de la grieta, sino que tendrá que resultar de una sinergia entre las buenas expresiones del pasado histórico, expresado por una doctrina o relato realmente original, basado en todo lo positivo que el grueso de la sociedad rescata y en la creencia de que debe planearse estratégicamente los objetivos consensuados por la mayoría social. Mayoría no es hegemonía sino tener una gran parte de la verdad, pero no toda la verdad. Tampoco creer que las buenas intenciones dialécticas son la clave de la gobernabilidad; ni que la política pueda ser asimilable al manejo empresario. Ejercer la política es una profesión destinada a gestionar el bien común, siempre difícil y complejo. El Estado no debería nunca ser el botín de guerra de la política.

El mejor ejemplo nacional de una exitosa política de estado consensuada, resultante de un riguroso planeamiento estratégico, ha sido la política nuclear, sostenida desde la creación de la CNEA hace 70 años tanto por gobiernos militares como democráticos. Sus conducciones, en cualquier período, se nutrieron de los conocimientos de sus anteriores. Un staff estatal técnico y político casi permanente permitió desarrollar sus complejísimas producciones, sus investigaciones e innovaciones. NASA (Nucleoeléctrica Argentina SA) gestiona tres reactores nucleares que nos proveen de energía no contaminante. CNEA es el órgano regulatorio. Hay desarrollos en medicina y otros campos civiles. Somos reconocidos mundialmente; máximas autoridades de organismos internacionales de regulación nuclear son argentinos. El famoso INVAP se originó en la CNEA, a partir de su Gerencia de Investigaciones Aplicadas. Hoy produce y envía satélites de comunicación al espacio, desarrolla radares, drones, tecnologías para alimentos y varios más, dando empleo a numerosos científicos y tecnólogos. Un verdadero círculo virtuoso que deberíamos imitar y expandir en todos los órdenes de la política. Fue creado por una política de Estado basada en los intereses nacionales y no en los intereses de pequeños círculos de poder.

En el 70° aniversario de la CNEA queremos mostrar que existe otro camino, factible, deseable, e imprescindible para transformar la Argentina en un país que ocupe racionalmente todo su territorio, se integre y desarrolle en todos los rincones de la patria, con progreso social, justicia, equidad y empleo para todos. Además, que sea respetado en todo el mundo por sus valores y su cultura. Es el deseo de la mayoría de un pueblo que estará realmente unido cuando adoptemos un proyecto para transformar positivamente al país.

El autor es consultor en temas geopolíticos