Isabel Perón, primera presa política de la dictadura: ¿por qué el kirchnerismo no puso su busto en la Casa Rosada?

El Gobierno encargó la obra en 2007 y al día de hoy no fue colocada. Cuando la historia se niega, el futuro se hace difícil...

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La primera presidenta de la
La primera presidenta de la Argentina, ausente en la Casa de Gobierno

En los últimos meses viene dándose en el mundo un movimiento a favor de remover y voltear estatuas de hombres que en su momento llevaron adelante políticas antipáticas a los valores culturales modernos.

Estados Unidos, Inglaterra, Bélgica, Francia han sufrido estas agresiones impulsadas por un movimiento que confunde, memoria, historia, política, y revancha a destiempo, como si la historia pudiera modificarse, cambiarse por decreto o desaparecer. Por ejemplo, la presidente de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, Nancy Pelosi, ha obligado a retirar del Capitolio cuatro retratos de ex presidentes de la Cámara que en su momento figuraron en el bando confederado y que se oponían, por lo tanto, al fin de la esclavitud. La lista sigue con diez más. Habrá que ver.

En nuestro país ocurre algo parecido, pero el asunto no es nuevo sino que viene desde lejos. Caído don Juan Manuel de Rosas, su gobierno estuvo vedado al estudio y la investigación histórica. Tan grande fue la presión política que nadie se animó a la labor. Muchos años después Adolfo Saldias y Ernesto Quesada fueron los primeros en hacerlo. ¿Pero mientras tanto qué había pasado con su caserón, donde había vivido? A San Benito de Palermo, una obra extraordinaria de ingeniería y arquitectura, se lo descuidó, se le dieron usos militares y finalmente lo que quedaba fue dinamitado. Mobiliario, vajilla y demás enseres fueron robados. ¿Y su enorme extensión de bosques y arboledas trabajada por especialistas? Sencillo: el odio hizo que desaparecieran, pues el paisaje pampeano que abundaba en sus talas, ceibos, espinillos, chañares y algarrobos debían abatirse para crear un jardín europeo. ¡Y así se hizo!

Ya en el siglo XX, con el auge del nacionalismo y el consecuente revisionismo histórico, los bustos de Sarmiento, a lo largo del país, fueron agredidos con pintura y alquitrán, rotos y volteados. Hasta el monumental disparate que realizó el doctor Alberto Baldrich, nombrado interventor de la Provincia de Tucumán por el gobierno militar de 1943, quien al tomar el cargo y ya en la Casa de Gobierno observó en su despacho el cuadro de Bernardino Rivadavia. Personaje que lo irritaba en demasía. Ahí nomás lo trasladó a la plaza central y lo hizo fusilar por un pelotón policial.

El gobierno del general Perón, por el contrario, o los alcahuetes que lo rodeaban, bautizaban calles, jardines, plazas, provincias, escuelas, campanas, mástiles con el nombre de él y de Eva. Por lo tanto, la Revolución Libertadora triunfante intentó borrar al peronismo haciendo desaparecer sus símbolos y sus nombres. Incluso más: en un acto de higiene histórica, el general Pedro Eugenio Aramburu ordenó demoler el Palacio Unzué donde había vivido el ex presidente con Eva durante sus dos mandatos. La desratización debía llegar hasta el tuétano.

Estas conductas irracionales, muchas veces enunciadas en nombre de la civilización, no hacen más que revelar el pensamiento mágico y primitivo de los destructores. En las civilizaciones antiguas, desaparecido el jefe tribal, las multitudes se dispersaban o quedaban en manos del vencedor. Los tótems también eran centro del ataque. Tótems y monumentos han sufrido y sufren violencias inverosímiles. Miles de años no enseñaron nada.

La dictadura de 1976 ingresó a los canales de televisión, de donde se llevó e hizo desaparecer todas las filmaciones de la etapa política de Perón e Isabel. Había que sacarlos de la historia. El kirchnerismo hizo lo mismo con el general Jorge Rafael Videla y Cristóbal Colón.

El macrismo no se quedó atrás con las tropelías históricas. En la misma línea de pensamiento mágico -aunque con argumentos más sofisticados- retiró los bustos del hall de la Casa Rosada del general Félix Uriburu, Edelmiro Farrel, Pedro Pablo Ramírez, porque no habían alcanzado el poder a través de elecciones. Sin embargo, continuaron el general Lonardi, el general Pedro Aramburu y el general Juan Carlos Onganía.

Hay cuestiones que en ese hall no están claras. O, mejor dicho, en las cabezas responsables de organizarlo.

Lo que debería quedar establecido es que no se trata de un salón de homenajes, una galería donde solo donde están los ¨buenos¨. Porque de ser así no quedaría ninguno.

Se trata de un recorrido de nuestra historia, de un testimonio de lo que ha ocurrido. Aunque también ese hall debería indicar la integración de nuestro pasado.

En el año 2007 el gobierno de Néstor Kirchner realizó una licitación para la realización de tres bustos presidenciales: el del doctor Héctor Cámpora, el doctor Raúl Alfonsín y el de María Estela Martínez de Perón. La propuesta fue ganada por el escultor Cesar Fioravanti, quien se disculpó por no poder realizar las tres obras habiendo, además, tantos artistas plásticos. De modo que solo realizó la del doctor Héctor Cámpora. El de Alfonsín lo realizó Orio Dal Porte y el de Estela Martínez, Enrique Savio. Este último, un amigo de quien esto escribe, confesó que no sabe por qué lo llamaron siendo que él no se presentó en la licitación por no estar al tanto de la convocatoria. Supone que ha sido porque en su momento, bajo el gobierno de Raúl Alfonsín, cuando se aprobó la ley para realizar un monumento al general Juan Domingo Perón su propuesta había ganado. La condición que puso Raúl Alfonsín al doctor Antonio Cafiero para firmar la ley fue que, visto que su gobierno era extremadamente frágil, no se podía hacer uso de dineros del Estado para esa obra. Cafiero entonces le manifestó que no se hiciera problema, que el peronismo iba a poner el dinero. Pasaron los años y el monumento jamás se realizó.

“Cuando me llamaron de la Casa Rosada para hacer el busto de Isabel Martínez, yo todavía estaba penando con el monumento al General, que Cristina no quería realizar”, dijo Enrique.

El mármol de carrara importado de Italia fue enviado al taller de Savio y a mediados de año 2009, una vez concluida la obra, la envió por la empresa Full Time a la Casa Militar de la Presidencia. Y de ahí desapareció.

La sospecha es que en la Casa Rosada no la querían ni el hall de los bustos ni en un rincón oscuro. La decisión, naturalmente, fue de Cristina Kirchner: María Estela Martínez, Isabelita, no forma parte del imaginario reivindicatorio del kirchnerismo.

El busto de Isabelita fue secuestrado por la empresa que lo llevó por orden de la Casa Militar y fue a parar a la terraza del dueño de la empresa que no sabía qué hacer con él, sabiendo lo riesgoso del asunto. En un accidente automovilístico en la Panamericana el empresario murió y cuando todo parecía quedar como estaba, su viuda lo descubrió en el altillo y pretendió venderlo. A partir de aquí, la nota que Claudia Peiró escribió en Infobae cierra la explicación.

El general Julio A. Roca, Cristóbal Colón, el general Perón y ahora Isabelita forman parte, entre otros, de la galería de desaparecidos del kirchnerismo. Cuando uno preside o dirige un país, la historia se toma sin beneficio de inventario.

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