Por qué la elección de Claver-Carone significa una grave derrota diplomática para la Argentina

La estrategia de Alberto Fernández frente a la elección en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) tensa el vínculo con los Estados Unidos

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El canciller Felipe Solá (Gustavo
El canciller Felipe Solá (Gustavo Gavotti)

El candidato propiciado por los Estados Unidos Mauricio Claver-Carone fue elegido presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) durante la asamblea del organismo. El triunfo del cubano-americano supone una derrota diplomática para el gobierno argentino que desde hace meses se puso al frente de una desafiante campaña en contra del postulante auspiciado por la Administración Trump.

Sin embargo, al acreditar que su estrategia no conseguía ni votos ni vetos para alcanzar su audaz propósito de asestar una derrota a Washington, sobre el filo del vencimiento para anotar candidaturas, el jueves 10, el gobierno argentino anunció que no presentaría a su candidato para presidir el organismo y que se abstendría en la elección.

Catalogado como “halcón neoconservador” en medios oficialistas y “portavoz del exilio cubano” -probablemente representante de una sociología considerada indeseable para los parámetros éticos y estéticos del kirchnerismo-, Claver será el titular del BID, guste o no a las autoridades argentinas.

En las últimas semanas, en medios políticos y diplomáticos latinoamericanos se supo que el candidato impulsado por Trump contaba con los votos suficientes para convertirse en el primer norteamericano en ser elegido presidente del BID, en lo que constituye la ruptura de una tradición inaugurada a fines de los años cincuenta cuando la institución fue creada en el tramo final de la Administración Eisenhower. Pero frente a esta realidad, el gobierno argentino no sólo no apoyó al candidato ganador -lo cual podría haber sido legítimo- sino que se puso al frente de una arriesgada operación que pretendió boicotear la consagración de Claver. Ninguno de los otros países que cuestionaron al candidato norteamericano adoptaron una postura tan desafiante como la de la Argentina y optaron por votar en desacuerdo pero desde una posición de prudencia.

La posición maximalista del gobierno argentino dejó expuesto al país con una conducta que mezcló una combinación principista de idealismo, ingenuidad y una cierta dosis de temeridad. Una expresión de ello la ofreció el día 5 pasado una editorial en el Wall Street Journal titulada “La intriga en el Banco Interamericano de Desarrollo” que advertía que el gobierno argentino “conspiraba” para derrotar al candidato de Trump, quien declaró que en caso de resultar elegido, buscaría transformar el BID en una plataforma alternativa a la ofensiva china de desembarco en el hemisferio occidental.

Pero la osada estrategia argentina sufrió un serio revés cuando México rompió el bloque de países que se oponían a los deseos de Trump. Probablemente el gobierno azteca ha de haber desconcertado al Jefe de Estado argentino quien creyó ver en Andrés Manuel López Obrador (AMLO) un socio en su declarada y cándida pretensión de “cambiar el mundo”. Pero un criterio realista parece haber guiado la actitud de AMLO, quien lejos de estas alucinaciones optó por el camino prudente de no enfrentar a su poderoso socio del Norte. Casi con inocencia, las autoridades argentinas juzgaron equivocadamente cuál sería el comportamiento mexicano. De pronto habría sido útil que alguien evocara la máxima de Porfirio Díaz: Pobre México... tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos...

En tanto, dos días antes de anunciar que no presentaría a su candidato al BID, el canciller argentino había reconocido durante una entrevista radial en una emisora oficialista que el candidato norteamericano “parece que tiene quórum y los números para ganar”. El ministro de Relaciones Exteriores se quejó: “Hubiéramos preferido que nuestros vecinos nos consultaran y habláramos del tema. Pero da la sensación de que hay una barrera automática”. “No lo entiendo”, confesó.

Acaso podría entenderlo si advirtiera los costos de haber deteriorado prácticamente todos los vínculos diplomáticos con los países sudamericanos desde el 10 de diciembre del año pasado. Una política contraproducente que llevó al Presidente de la Nación a dejar plantado a su par brasileño el 1 de marzo pasado, cuando habían acordado reunirse en ocasión de la jura del nuevo mandatario del Uruguay. Aquella tarde en que el jefe de Estado de nuestro país optó por ir a ver un partido de fútbol desairando en simultáneo a dos de sus colegas.

Otros comportamientos similares del gobierno argentino condujeron a esta derrota. Por caso, los graves errores en que el Presidente incurrió el 27 de junio pasado cuando confundió su rol de Jefe de Estado con el de militante político. Aquel día en que expresó su nostalgia por los ex presidentes Hugo Chávez, Luiz Inacio Lula da Silva, Evo Morales, Michelle Bachelet, José Mujica, Tabaré Vázquez, Fernando Lugo y Rafael Correa, todos ellos adversarios políticos de quienes hoy son sus pares de la región, anteponiendo sus preferencias ideológicas y personales al interés nacional.

O el daño que el Palacio San Martín se auto-infligió cuando el 24 de abril pasado se anunció que la Argentina se retiraba de las negociaciones que el Mercosur lleva adelante con mercados como Canadá, Corea del Sur, India, Líbano y Singapur.

Del mismo modo, el 20 de marzo el gobierno argentino se colocó a si mismo al borde del aislamiento regional cuando votó en contra de la reelección del secretario general de la Organización de Estados Americanos. Al igual que en el BID, el gobierno actuó en la OEA enfrentando a Washington y a prácticamente todas las capitales sudamericanas poniéndose del lado de las dictaduras castro-chavistas de Cuba, Venezuela y Nicaragua, en una postura que sólo consiguió reforzar la pésima reputación que el kirchnerismo registra en la mayoría de los países de la región.

Desgraciadamente la imprudente estrategia de encabezar y pretender liderar el enfrentamiento a la candidatura al BID impulsada por Estados Unidos, la nación que sigue siendo la potencia más poderosa de la Tierra, redundará en costos adicionales para la Argentina. Un comportamiento cuasi-masoquista que induce a una nueva auto-derrota en la votación para escoger las autoridades del BID. Reiterando una vez más esa suerte de vocación por hacernos goles en contra de manera no forzada que en este caso nos predispone gratuitamente a confrontar con los Estados Unidos, algo totalmente contrario al interés nacional de la Argentina.

En términos talleyrandianos podría afirmarse que en el BID el gobierno ha incurrido en algo peor que una derrota. Cometió un error innecesario.

El autor es abogado, especialista en relaciones internacionales y sirvió como embajador argentino ante el Estado de Israel y Costa Rica.

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