El ministro de Economía es un hombre de secuencias. Primero cerró el problema de la deuda y luego dio paso a la apertura de la renegociación con el FMI. Este trabajo seguramente se prolongará hasta bien entrado. Para entonces, si bien previamente enviará el Presupuesto para 2021, el 15 de septiembre, anuncia que pondrá a disposición de la sociedad su programa de gobierno en lo económico por escrito, como lo prometió en su primer discurso como ministro hace ya ocho meses. Casi un parto normal.
Pero, atención, está en vigencia la situación de difícil definición de la pandemia; y si el manejo de la cuarentena se complica, es razonable pensar que -dado los antecedentes de esta gestión- nuevamente ese anuncio, de un programa hecho y derecho, se postergue.
Cuando se mencionan “los antecedentes”, aparece como dominante una suerte de “espera de maduración” o, por ejemplo, “resolver el problema cuando lo tenemos encima”, en lugar de anticiparse. Un ejemplo es el manejo del cepo cambiario o la cuota de USD 200 por mes para ahorro. Este se ha convertido en un “IFE” de los sectores medios que buscan hacer una diferencia en el mercado negro para sumar $6.000 a los ingresos mensuales.
Aunque hay poco tiempo para resistir con las reservas disponibles, -de no hacer nada- obligará a manipular el mercado de cambios con el swap chino, implicará nuevos pasos en una dirección geopolítica de la casualidad y no de una definición estratégica
Aunque hay poco tiempo para resistir con las reservas disponibles, que -de no hacer nada- obligará a manipular con el swap chino implicará nuevos pasos en una dirección geopolítica de la casualidad y no de una definición estratégica.
Bajar tasas, postergar pagos y negociar con el FMI, no significa que el peso efectivo de esas políticas externas permita superar todos los problemas. Menos en una cancha embarrada por la pobreza y la decadencia productiva y social y ahora sometida a la lluvia anegadora de la pandemia que se complica en las zonas más vulnerables del país.
El ministro Martín Guzmán, en la nota enviada a Kristalina Georgieva, dijo que el país cumplió en 2019 con el FMI: bajó el déficit fiscal primario de 3,9% del PBI a 0,9%del PBI y el de la cuenta corriente de divisas de 4,9% del PBI a 0,9% del PBI.
Hoy ambos “déficit gemelos” están más complicados y seguirán estándolo para poder poner en marcha la economía, atender la pobreza y combatir la pandemia. Sin embargo, frente a esta situación de extrema complejidad y fragilidad, el Gobierno ha desistido de formular, y por lo tanto de pensar, un “plan”.
Un “plan” implica, entre otras cosas, integrar sistémicamente distintas perspectivas disciplinarias y regionales para pensar el futuro, desentrañar oportunidades y formular la “señalética del desarrollo”. Alberto Fernández, al igual que Cristina Fernández, parece detestar la palabra “plan”. Los Kirchner no tuvieron. Gobernaron “paso a paso”, a cada problema una solución y vemos. Pero para el peronismo de Juan Perón renegar del “plan” es una negación de la doctrina y del arte de gobernar.
Alberto Fernández, al igual que Cristina Fernández, parece detestar la palabra “plan”. Los Kirchner no tuvieron. Gobernaron “paso a paso”, a cada problema una solución y vemos
La aparición de las hojas de ruta en la política del fundador del peronismo se inició con el Consejo de Posguerra, a lo que siguieron los Planes Quinquenales y el Plan Trienal de su último gobierno. Con Perón no hubo gobierno peronista sin plan.
Pero sin Perón, los gobiernos que llegan gracias a la memoria del peronismo, gobiernan sin Plan. Pasó con Menem (10 años) con los Kirchner (12 años) y por ahora con Fernández.
La coyuntura se agravó y requiere una estrategia de salida
No hay duda de que salir de este pantano exige un plan económico, sostenido por compromisos y concertado con la política, las organizaciones de los trabajadores y de los empresarios. Más claro imposible y más lejos de esa claridad en los días que corren parece también imposible. Concertar para planificar y comprometerse, es construir la paz.
“La paz es, acaso, el estado de cosas en que la hostilidad natural de los hombres se manifiesta por creaciones, en lugar de traducirse por destrucciones como ocurre en la guerra”, sostenía Paul Valery. ¿Crear sin paz?
Salir de este pantano exige un plan económico, sostenido por compromisos y concertado con la política, las organizaciones de los trabajadores y de los empresarios. Más claro imposible y más lejos de esa claridad en los días que corren parece también imposible
Hay que dejar el ajetreado cuadrilátero móvil de la Argentina, que pasa del Parlamento a la TV a la que tan afecta parece ser el Presidente, y mirar ejemplos actuales de otros países a ver si inspiran para el camino de superación.
La semana anterior el gobierno de Francia anunció un “Plan de Relanzamiento” de su economía con 70 medidas. Vale la pena revisarlo como un ejemplo de articulación del presente y de la vocación de construir el largo plazo.
Dice el documento “el plan de relanzamiento sigue un método estratégico que tiende a incluir a todos los actores alrededor del diálogo y la concertación”. Esa concertación, esa Mesa tripartita, es lo que reclaman hoy los dirigentes sindicales conocedores como nadie de la dimensión, la densidad y la territorialidad de la crisis actual. La obstinación de no tener un plan es pareja con la obstinación de no querer concertar.
La obstinación de no tener un plan es pareja con la obstinación de no querer concertar
El Plan de Relanzamiento de Francia es “un gran plan de inversiones” -dijo el primer ministro Jean Castex - que privilegia las inversiones a largo plazo acompañándolas de un empuje fiscal. Inversiones e incentivos para atraerlas es el primer mandamiento del desarrollo capitalista contemporáneo.
El paquete argentino de 60 medidas
Si bien las 60 medidas de Matías Kulfas están en proceso, el ministro finalmente pudo anunciar parte de sus ideas.
En el Día de la Industria el ministro de Desarrollo Productivo anunció los cuatro ejes en los que desarrollará sus medidas de estímulo y apoyo. Financiamiento productivo, desarrollo de proveedores, industrias 4.0, y programa de parques industriales.
Para el primer tramo hay financiamiento de “alivio” a tasas bajas; en el segundo se propone instalar una suerte de “banca de desarrollo” que consolide el financiamiento de largo plazo de distintas entidades nacionales y provinciales, destinado a inversiones que apunten al cambio estructural. Como tercer eje destacó el apoyo financiero a proveedores industriales y tecnológicos de sectores estratégicos (incluyó a la industria ferroviaria y naval) con aportes no reembolsables de hasta el 70% y un Plan de Transformación Digital 4.0 con financiamiento e incentivos fiscales. Y el cuarto eje es apoyar el desarrollo de 300 parques industriales.
Antes de estos anuncios el presidente de la UIA describía el contexto de los futuros beneficiarios a los que, en la situación actual, hay que pensar como abrirles la boca para que ingieran tantas promesas. Desde 2011, dijo Miguel Acevedo para no ir más atrás: “perdimos un cuarto de la producción industrial per cápita y se contrajeron un tercio las exportaciones industriales. Entre 2011 y 2019 se perdieron cerca de 108 mil empleos en la industria”; la utilización de la capacidad instalada estuvo en junio al 53,3%. Kulfas había dicho antes “hay una recuperación importante, pero nada está resuelto”.
Desde 2011 perdimos un cuarto de la producción industrial per cápita, se contrajeron un tercio las exportaciones industriale y se perdieron cerca de 108 mil empleos (Miguel Acevedo)
Si, pero no. Pues bien es en este contexto en el que hay que leer la gran noticia política de los próximos días: el proyecto de ley de impuesto a la riqueza. En sus fundamentos se sintetiza que su propósito es “brindar la mejor protección a las personas afectadas, evitando en todo lo posible que se vea restringida la satisfacción de necesidades básicas como la salud y la alimentación”. Y al mismo tiempo se trata de “minimizar los impactos negativos en el empleo y en las condiciones productivas de la Nación, apuntando en paralelo a una más rápida recuperación”.
Dos objetivos: brindar protección a las personas y minimizar los efectos negativos (de la pandemia) sobre las condiciones productivas que, en definitiva, generan el malestar de las personas. A ese último objetivo responden las políticas de expansión del gasto público que se están ejecutando y todas las que acaba de anunciar el ministro Kulfas, que lo son para enfrentar la crisis sanitaria y las consecuencias económicas de la cuarentena en las empresas.
Y aquí, otra vez, se cuela -como en todo- el loteo, las voces distintas, la ausencia de partitura y de director: El texto del proyecto del nuevo impuesto excluye de manera expresa a todos los bienes productivos instalados en el país mientras estos sean de propiedad de extranjeros. Dos fábricas de galletitas, una nacional y la otra propiedad de una multinacional, el dueño de la primera pagará el impuesto solidario y el dueño de la foránea no lo pagará. Algo está mal.
¿En que se inspiró Carlos Heller para redactar este impuesto discriminatorio y achicador de la base? Lo sostiene Máximo Kirchner y ¿qué piensa el Fernández que habló a los industriales? “Usted dirá que un pasaporte no modifica la índole de un hombre” (José Luis Borges, El soborno) Si. Pero baja la recaudación y obliga a aumentar la tasa.
El autor fue subsecretario de Economía del ministro José Ber Gelbard y uno de los que redactó ese plan, además de escritor, autor del libro “Economía y política en el tercer gobierno de Perón”, y profesor en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA
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