De tanto en tanto, los gobiernos registran que aumenta de manera sensible la preocupación de la sociedad por la inseguridad. Entonces, organizan un acto en el que anuncian un aumento presupuestario para el sector. Esas medidas, hasta ahora, no han logrado reducir el fenómeno, tal vez porque éste obedece a causas más complejas que el tamaño de partidas presupuestarias. Por eso, el anuncio que hizo el presidente Alberto Fernández el viernes, en la quinta de Olivos, no reviste mayor relevancia, si no fuera por un detalle por varios motivos sorprendente: a su lado estaba Sergio Berni, el ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires.
La presencia de Berni, por primera vez, junto al Presidente no es un hecho casual ni menor. Por si alguna duda quedaba sobre el estado de las cosas, horas antes del acto fue el mismo Alberto Fernández quien lo reivindicó: “Yo lo conozco hace muchos años. Cuando llegamos al Gobierno con Néstor, en el 2003, teníamos todos los días un piquete en cada esquina. En ese momento, Néstor me dijo que tenía un médico, y ex militar, que sabía de esto. Y nos dio una mano bárbara (…) Tengo mucho respeto por él porque es un hombre que le mete mucha garra al trabajo. Nunca lo vi condecorar a Chocobar”.
Sergio Berni tal vez sea el funcionario más desafiante de los que asumieron el 10 de diciembre. Desde aquel día confrontó varias veces en público con la ministra de Seguridad de la Nación, Sabina Frederic, a quien cuestionó por su supuesta falta de experiencia en el terreno y por su aparente reticencia a enviar fuerzas federales a Buenos Aires. El episodio más violento de esa disidencia se produjo en el puente de la Noria, cuando Berni irrumpió, a principios de julio en un operativo de la policía federal y destrató al oficial a cargo, que pertenecía a una fuerza que él no comandaba. Todo ello, como de costumbre, rodeado de cámaras y micrófonos.
El episodio derivó luego en una reunión privada que terminó a gritos entre ambos ministros. Mientras tanto, Berni recorría los programas de televisión para desafiar al propio Presidente. “No hablo con Fernández”, “La única conducción que reconozco es la de Cristina”, fueron algunas de sus frases. En condiciones normales, un presidente no tolera ese tipo de insolencias. Sin embargo, Berni permaneció en su puesto y ahora es reivindicado por el propio Presidente: un deleite para quienes sostienen que el verdadero poder del Gobierno no está en la Casa Rosada.
Pero hay algo más delicado. En estos meses, Berni ha desplegado su escala de valores con irreprochable franqueza. Hace un par de meses, por ejemplo, respaldó al jubilado que, luego de ser asaltado, baleó a uno de sus agresores, lo persiguió y lo remató en el piso, cuando estaba herido y desarmado.
En estas últimas semanas, se produjeron varias tomas de terrenos en el gran Buenos Aires. Como cualquier persona inteligente puede entender, esas situaciones son muy complejas. Las familias con niños que se establecen en esas tierras son las más desamparadas del país. Armadas con algunos plásticos, unos piolines, tal vez una carpita, o capas de nylon, se refugian en terrenos que carecen de agua potable, luz eléctrica o cloacas, porque no tienen ningún otro rincón donde caer, en este extenso y despoblado país. Naturalmente, en el medio de eso pasa de todo: aprovechadores, barras bravas, especuladores. Y, por supuesto, existen, muchas veces, los dueños de esos terrenos, que en general están deshabitados, y que reclaman con toda razonabilidad que el estado proteja sus derechos.
Juan Grabois intentó defender a las familias que, desesperadas, toman terrenos, con una vieja máxima peronista: “Donde hay una necesidad hay un derecho”. Berni sostuvo un criterio opuesto. En medio del debate, subió un impresionante video a sus redes sociales, donde suena de fondo una percusión dramática y se lee: “En el año 2020, desalojamos 868 tomas de terrenos y fueron presas 548 personas. Seguimos firmes”. Luego, se lo ve a Berni arengando en tono castrense. “En esta provincia, el derecho a la vida, el derecho a la libertad y el derecho a la propiedad privada son innegociables”, grita el ministro. “La usurpación de tierras es un delito”, es la leyenda que cierra el video. El mismo día, volvió a expresar sus ideas: “Estoy harto de que se repartan planes sociales. Hay una mafia que maneja los planes sociales”.
Todo esto ocurrió, además, en el marco del asunto más delicado que complica a Berni: la desaparición seguida de muerte del joven Facundo Castro. Como se sabe, Castro desapareció el 30 de abril luego de intentar llegar a Bahía Blanca para encontrarse con su ex novia. En esos días, la cuarentena era realmente estricta y fue detenido dos veces por agentes de la policía bonaerense. Las últimas personas que reconocen haberlo visto vivo fueron, precisamente, miembros de la fuerza que conduce Berni. La mamá de Facundo, Cristina Castro, una humilde trabajadora, comenzó entonces un raid desesperado.
Con el correr de las semanas, Cristina fue recogiendo testimonios alarmantes que contradecían las versiones policiales. Su hijo había sido golpeado, había sido visto tirado en la ruta, lo habían subido a un patrullero, decían esos testigos. Un amuleto de su hijo apareció en una comisaría. Cristina debió ir contra todo. Hubo testigos de identidad reservada amenazados y otras personas que recibieron aprietes para que testimoniaran que habían visto a Facundo en Bahía Blanca.
El sistema judicial de Bahía Blanca es extremadamente conservador –muy vinculado a la familia militar-, y existe allí además una estructura de prensa que reproduce los relatos oficiales. Uno de los periodistas que, desde el primer momento, defendió la versión que exculpaba a la policía se llama German Sasso, y es el director del medio La Brújula. “Yo sigo todo lo que dice Germán Sasso sobre el tema, que es un periodista muy serio”, dijo Berni, cuando le preguntaron por el caso. A Cristina Castro se le quitaron todas las dudas. Desde el Ministerio de Seguridad Bonaerense también respaldaban a la policía. Luego salió por C5N para denunciar que también en ese canal, tan cercano al Gobierno, se reproducían las operaciones de la policía. Es muy llamativo el silencio sobre el tema de la Secretaría de Derechos Humanos, conducida por Horacio Pietragalla.
A la dirigencia del Frente de Todos la estremece que se compare este caso con el de Santiago Maldonado. Sin embargo, las similitudes son tremendas. Un joven desaparece, su cuerpo es hallado debajo del agua, en la causa aparecen todo el tiempo testigos extraños que intentan desviar la investigación lo más lejos posible de la fuerza de seguridad que interviene, la familia acusa a los uniformados, el Ministro de Seguridad se inclina por las versiones policiales. El caso puede ser aún peor que el de Maldonado si la autopsia determina, como sugieren algunas filtraciones, que Castro murió debido a una asfixia forzada por otra persona, a pocos metros del lugar por dónde anduvo un patrullero que no tenía ninguna razón para desplazarse por la zona.
Hay todo un programa político detrás de cada palabra de Berni: una convicción que se expresa sin grietas. En ese sentido, es respetable porque no esconde nada. Muchas personas, dentro del oficialismo, sostienen que Berni crece por una decisión de Cristina Kirchner, que confía en él para resolver el atávico problema de la inseguridad bonaerense. Otros aseguran que las encuestas muestran a Berni en ascenso, y sería un buen candidato para encabezar las listas el año que viene. Se trataría de un fenómeno similar al que benefició en su momento a figuras como Carlos Ruckauf, Aldo Rico o Luis Patti. En momentos de disgregación social, la sobreactuación del policía duro seduce a porciones importantes del electorado, aunque su utilidad real para combatir el delito sea algo más discutible.
Sea como fuere, el crecimiento de Berni en el mundo oficial refleja un orden de prioridades en el cual aparecen subordinados temas como la desaparición de un joven, la autoridad presidencial, la defensa de familias desamparadas, la asistencia social o el rechazo al gatillo fácil. Además expone el estrecho margen en el que le permiten moverse al gobernador Axel Kicillof, un dirigente con origen de izquierda, que resulta desbordado por el poder de su superministro. ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Se habrá puesto alguien a pensar serenamente sobre los efectos sociales de respaldar un discurso tan extremo como este?