“La patria es un dolor que aún no sabe su nombre”
La frase hace referencia a un verso del poema “Descubrimiento de la Patria” del escritor Leopoldo Marechal, que viene a mi memoria con motivo del dolor que ocasiona la brecha o grieta existente entre los argentinos, que tiene su origen en los albores de nuestra Nación y que, con distintos matices y virulencias, atravesó el siglo XIX.
En el siguiente siglo se perpetraron seis golpes de Estado y más de cincuenta intentos y chirinadas. Culminó con la última dictadura militar, la más feroz de todas, que desató una represión que aún hoy estremece.
No fueron ajenos a ellos importantes sectores del quehacer nacional, que los instaron, apoyaron y favorecieron la inconducta, porque al afectar la disciplina y la lealtad institucional de las Fuerzas Armadas destruían el principio esencial de su existencia, las minaban por dentro. Por supuesto, ello no justifica -en absoluto- que las mismas escucharan cantos de sirenas que los llevaran a vulnerar la Constitución Nacional, las leyes de la República, y elementales preceptos éticos, morales y hasta religiosos.
Hace pocos días, un ex presidente de la Nación se refirió a lo expresado calificando a nuestra Argentina como “la campeona de las dictaduras militares”. Y también habló de la posibilidad actual de un golpe de Estado, de una guerra civil y de que pudieran volver a gobernar los militares. Totalmente errónea y disparatada apreciación en boca de un experimentado político porque todos los golpes de Estado fueron cívico-militares. Hoy, han madurado las convicciones democráticas de la sociedad y ni un solo delirante se atrevería a golpear la puerta de los cuarteles. Además, el poder político debería recordar y valorar que la subordinación de las Fuerzas Armadas a las instituciones republicanas, en nuestro país, se materializó en el cruento enfrentamiento del 3 de diciembre de 1990.
Hagamos memoria: en el pasado, todos los atentados contra el orden constitucional contaron con la activa participación de importantes sectores políticos, empresariales, sindicales, corporativos, mediáticos y hasta de algún miembro de la Iglesia.
Me remitiré solo a algunos de entre los cientos de ejemplos.
En 1955, después del derrocamiento de Juan Domingo Perón, se instaló una Junta Consultiva presidida por el almirante Isaac Rojas e integrada por todos los partidos opositores, incluido el Partido Comunista. En 1966 (antes de la ominosa expulsión del Presidente Arturo Illia de la Casa de Gobierno), muchos manifestaron: “Hoy las reservas morales del país son dos: una, el Ejército, y otra es Onganía”. Otros, en 1977, se refirieron a Eduardo Massera como: “Una mentalidad abierta, lúcida, inteligente y hábil (…) Un espíritu abierto a la reconciliación y ajeno a todo sectarismo que lo honra”. En oposición a esto, no puedo obviar mencionar que un reconocido y digno hombre de prensa, José “Pepe” Eliaschev, dijo: “Massera es un delincuente (…) Es el símbolo del gobierno del terror, de un sistema de impunidad e ilegalidad, y de la violación sistemática de la juridicidad”(A las 6 de la tarde, Ed. Sudamericana, 1994).
Centenares de conocidos miembros de los principales partidos políticos ocuparon importantes cargos en nuestro país y en el exterior, y juraron por el Estatuto del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional (PRN), durante la dictadura presidida por el entonces general Jorge Rafael Videla (fueron 310 de la Unión Cívica Radical, 180 del Partido Justicialista, 115 de la Democracia Cristiana, 100 del Movimiento de Integración y Desarrollo, 80 de la Fuerza Federalista Popular, entre otros). En 1982, concurrieron a Puerto Argentino los presidentes de todos los partidos, algunos líderes sindicales y empresarios, a presenciar la jura del gobernador, general Mario B. Menéndez, comitiva que fue presidida por el Ministro del Interior del PRN, general Alfredo Saint Jean.
No tiene desperdicio recordar también que en el ocaso de la dictadura cívico-militar, en 1983, “más de un centenar de las principales instituciones privadas del país” (como las llama el general Díaz Bessone) dio a conocer, mediante la prensa, la siguiente solicitada: “Los argentinos estuvimos en guerra (…) Todos la vivimos y sufrimos. Queremos que el mundo sepa que la decisión de entrar a la lucha no fue privativa de las Fuerzas Armadas. Tampoco fue privativa del gobierno argentino. Fue una decisión de argentinos. Todos, absolutamente todos los hombres de buena voluntad que habitan el suelo argentino, pedimos en su momento a las Fuerzas Armadas que entraran en guerra para ganar la Paz, nuestro derecho a la misma, y nuestro tradicional modo de ser, que una minoría cuestionaba (…) Hoy, la guerra terminó, aunque no la vigilia (…)”.
El listado parcial de firmantes es harto elocuente: Asociación de Bancos Argentinos, Asociación de Industriales Metalúrgicos, Bolsa de Cereales de Buenos Aires, Bolsa de Comercio de Buenos Aires, Cámara Argentina de Comercio, Cámara Argentina de la Construcción, Cámara del Comercio la Industria y la Producción, Centro Argentino de Ingenieros, Consejo Empresario Argentino, Liga de Madres de Familia, Rotary Club de Buenos Aires, Sociedad Rural Argentina…, entre otros. (Quiroga y Teach, Compiladores, Argentina 1976-2006, Homo Sapiens Ediciones, pág.101 y 102).
Quiero enfatizar que la única guerra que nuestro país libró en el siglo pasado fue la de Malvinas.
El 25 de abril de 1995, mediante un mensaje institucional, el Ejército aceptó en público la comisión, por parte de algunos de sus hombres, de inadmisibles delitos contra los derechos humanos. Lo hizo al margen de cualquier conocimiento, orientación o condicionamiento del poder político de entonces. Entre otros conceptos, expresó: “Nuestro país vivió en la década de los ’70 momentos signados por la violencia, el mesianismo y la ideología (…) Que algunos miembros del Ejército deshonraran el uniforme que no eran dignos de vestir, no invalida en absoluto el desempeño abnegado y silencioso de los miles y miles de sus hombres de entonces (…) Han pasado veinte años de hechos tristes y dolorosos, sin duda ha llegado la hora de mirarlos con ambos ojos. Al hacerlo, reconoceremos no solo lo malo de quien fue nuestro adversario en el pasado, sino también nuestras propias fallas (…) Siendo justos, veremos que del enfrentamiento entre argentinos somos casi todos culpables, por acción u omisión, por ausencia o por exceso, por anuencia o por consejo (…) Si no logramos elaborar el duelo y cerrar la heridas no tendremos futuro. No debemos negar más el error vivido (…) Asumo la responsabilidad del presente y toda la responsabilidad institucional del pasado (…) Sin embargo, de poco serviría un mínimo sinceramiento si al empeñarnos en revisar el pasado no aprendiéramos para no repetirlo nunca más en el futuro”.
Ninguno de todos los sectores citados reconoció –hasta ahora– su responsabilidad en ese lamentable pasado.
A muchos les costó –y les cuesta– reconocer y valorar a quienes en Malvinas lucharon por un sentimiento y no por una incalificable dictadura cívico-militar. En el caso del Ejército, no olvidemos que el recibimiento dispuesto por el entonces presidente de la Nación, general Reynaldo Bignone, y el Jefe de la Fuerza, general Cristino Nicolaides, a los combatientes fue injusto, ignoto y humillante.
El reconocimiento del Congreso Nacional a los veteranos recién se concretó casi diez años después, en 1990. Nuestros hombres fueron reconocidos por su profesionalidad, entrega y valentía, antes por los británicos que por muchos compatriotas. Combatieron acorde con el precepto sanmartiniano, que dice: “Una derrota bien peleada vale más que una victoria casual”. Posturas ideológicas o políticas no deben prevalecer por sobre el respeto y consideración que merecen nuestros veteranos de guerra, particularmente los que están inmortalizados en el Cenotafio de la Plaza San Martín.
Aprecio que el mensaje institucional, de1995, debe ser analizado con la hermenéutica de ese entonces; quizás la juventud –que nos está dando oportunos ejemplos y consejos– no recuerde que en esa oportunidad los responsables de lo expresado gozaban de un indulto dispuesto por el Poder Ejecutivo Nacional desde el mes de octubre de 1989, que había otorgado impunidad jurídica, política, moral e histórica a todos los imputados –civiles y militares– por delitos de lesa humanidad.
El mensaje fue recibido muy positivamente por nuestra sociedad y en el extranjero, excepto por sectores radicalizados de distinto signo, curiosamente uno de ellos, que posteriormente se desempeñó como Secretario de Derechos Humanos de la Nación, que lo calificó de “reticente, engañoso y poco ético” (El Estado Terrorista, EUDEBA, Bs. As.1999). Otro, el fiscal del tribunal que juzgó a las Juntas Militares, Julio César Strassera, expresó: “El Ejército dijo todo lo que podía decir. No podía decir más”.
A propósito de nuestras actuales vivencias, recuerdo que al referirse a la historia, Paul Valéry dijo: “Es la ciencia de las cosas que no se repiten, no nos permite prever, pero puede ayudarnos a ver mejor”. Y a la luz de lamentables hechos actuales, agregaría que el pasado es una construcción completamente mental.
Desde 1955, pareciera ser que la llamada grieta o brecha pasó de ser un angosto arroyo hasta convertirse en el Paraná Guazú. Vivimos atrapados en un pasado, pero, ¿y el futuro? ¿Hemos olvidado que en una democracia el sufragio es la esencia de la misma? Su irrespeto lo es al pueblo mismo.
Periódicamente no ocultamos lamentables brotes de violencia, intolerancia, descalificaciones groseras y aún de un ostensible odio “para con los otros”. ¿Qué tal si privilegiamos el respeto al disenso y al diálogo? A veces, pareciera que nos remitiéramos a Roberto Arlt, y al personaje Remo Erdosain de la novela Los siete locos, pero con miles. O que se cumpliera la sentencia de Albert Camus: “La estupidez es una pasión universal, e insiste siempre”.
Metafóricamente, estamos siendo agredidos por un enemigo (COVID-19) invisible, letal, que atraviesa fronteras y ataca a todos sin preguntar condiciones sociales. En estos días y en homenaje a este año belgraniano, no me canso de recordar que hace doscientos años, en 1820, en plena anarquía y con tres gobernadores requiriendo rapiñar el poder, Fray Francisco de Paula Castañeda (el único que se acordó entonces del fallecimiento del creador de nuestra Bandera), dijo al respecto: “Cedan todos los partidos / basta ya de loquear / que no es cosa de juguete / el interés nacional”.
Cualquier similitud con nuestra situación actual podría no ser mera coincidencia.
*Ex Jefe del Ejército Argentino. Veterano de la Guerra de Malvinas y ex Embajador en Colombia y Costa Rica.