Ciencia o religión, ¿una discusión relevante?

Hay diferencias que deben ser tenidas en cuenta para no confundir lo tecnológicamente posible con lo éticamente aceptable

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La respuesta es que no lo es y por dos motivos fundamentales. El primero es histórico y refiere al cambio del actual concepto de ciencia respecto del antiguo y medieval. El segundo radica en la diferencia entre el objetivo científico respecto del religioso. Ambas diferencias deben tomarse en cuenta para no confundir lo tecnológicamente posible con lo éticamente aceptable; no confundir lo existente, con las decisiones que resolvemos tomar al respecto. Y así, no eludir ni encubrir la responsabilidad de las determinaciones endilgándoselas al mero acontecer.

La ciencia moderna concibe y extrae información y conocimiento de la realidad como dato informativo, mientras que la antigua lo hacía como manifestación de un significado o expresión ulterior. Esta establecía como fundamento de lo existente cuatro causas: la material o composición del objeto; la agente, aquello que produjo ese objeto; la formal o constitución del objeto; y la final o para lo cual se lo produjo o existe. Es debido a esta última que la ciencia atribuía significado a la realidad que investigaba. Y si bien el actual determinismo científico es similar al de Aristóteles, éste presentaba uno teleológico, porque su noción de causalidad refería a un propósito y por ende se atribuía previamente un significado a todo objeto de estudio. La actual noción de causalidad no otorga significados, y por ello las ciencias naturales están formuladas en términos de leyes, mientras que antiguamente lo efectuaban mediante principios. Así, concibiendo la naturaleza y el mundo en relación a significados, sus investigadores observaban los datos como expresando un sentido que la ciencia debía revelar.

El cambio en la perspectiva científica desde el siglo XVII, fue la introducción del concepto de “relación funcional”, focalizando en la sola descripción del objeto de estudio y su interrelación con otros. De allí, que si bien la regularidad y constancia en el mundo era conocida por la astronomía pre-griega e incluso ya desde el Génesis 8:22 “Siempre, todos los días de la tierra, siembra y siega, helada y calor, estío e invierno, día y noche, no cesarán”, ello no fue derivado del conocimiento objetivo sino del significado atribuido al mundo. La cosmología geocéntrica sistematizada por Ptolomeo, con los cuerpos celestes, hoy nuestros planetas, circundando la Tierra con velocidades uniformes y en órbitas circulares no fue derivada de la observación, ya que ésta probaba para los antiguos griegos que los movimientos planetarios no son ni circulares ni uniformes. Hiparco, por ejemplo, a partir de la inconstancia del brillo de algunos planetas concluye la existencia de variaciones en sus distancias con respecto a la Tierra, y dedujo lo absurdo del geocentrismo y trayectoria circular del Sol a partir de la desigualdad de las estaciones. De hecho, calculó el mes lunar promedio difiriendo en menos de un segundo del actual. Pero el movimiento circular y uniforme era considerado perfecto, y los planetas concebidos intelectos así debían moverse, forzando una astronomía en contra de sus observaciones. Recién Johannes Kepler analizaría el fenómeno mismo del movimiento, y no el movimiento perfecto para luego atribuírselo a los planetas.

En resumen, la base de la confrontación entre fe y ciencia fue por no diferenciar entre los mecanismos funcionales del mundo y el significado atribuido a éste, percibiendo los fenómenos mediante significados que mediaban la observación y dirigían las conclusiones. Fue por compartir el mismo plano de acción, el significado, propio de la religión donde el humano y el mundo son expresiones de una voluntad divina. El actual método científico excluye la causa final, no está vinculado a un sistema de valores y, por fuerza de su objetividad, sus conclusiones no dependen de la voluntad del investigador, siendo uniforme y común a todos. Es por ello que no hay una confrontación directa entre ciencias naturales y filosofía, entre ciencias naturales e historia y menos aún entre ciencias naturales y religión. No obstante todavía se confunden estas dimensiones en algunas disciplinas como la biología, la cual alberga profundas controversias entre el estudio de los mecanismos en los organismos como constituyentes de la vida misma o el estudio de estos como elementos o expresiones de la vida, poseyendo ésta un significado anterior a develar.

Y más gravemente ocurre con la teoría de la relatividad, erróneamente considerada una revolución filosófica del espacio-tiempo, cuando en realidad fue una nueva metodología de observación y medición espacio-temporal que liberó a la física de presupuestos filosóficos metafísicos que todavía estaban en Newton, quien concibió el espacio como centro sensorial de Dios “God’s sensorium”.

Enfáticamente, la ciencia contemporánea no trata con la esencia del espacio y el tiempo sino que mediante formulaciones matemáticas fija los parámetros de distancia y tiempo más sus relaciones funcionales. No le interesan los problemas filosóficos, sino que su progreso está relacionado con la extensión del conocimiento liberada de la tarea de descubrir el significado de la realidad. Revolución análoga a la ocurrida en la filosofía cuando Sócrates se esforzaba en liberar el conocimiento de la verdad, de las diferentes opiniones respecto de la verdad, distinguiendo la episteme de la doxa.

La ciencia no aporta significado a la realidad ni pautas axiológicas para las decisiones normativas, así como la religión tampoco informa sobre la realidad. Mientras la ciencia provee el plano cognitivo en lo concerniente al mundo y al hombre, la religión provee el plano conativo demandando una conducta al hombre en el mundo mediante un conjunto de deberes por cuyo cumplimiento se realiza como tal. El conocimiento científico no hace diferencia respecto de la demanda religiosa, así como ésta no cambia lo sabido. El conocimiento por sí mismo no obliga a hacer nada, así como tampoco la preceptualidad, saber. Hay médicos que fuman así como devotos iletrados.

El hombre como objeto de investigación científica es parte de una misma red de relaciones funcionales pero adquiere significado por su marco axiológico y reconocimiento a la luz de su deber, de su demanda ética, moral o religiosa. Y por eso también el significado del término verdad en la ciencia y en la religión es diferente. En la ciencia la verdad es un instrumento y en la religión un valor. En la ciencia, es la conclusión conforme al método, no pudiendo calcular la distancia entre planetas usando una trigonometría falsa, ni hacer funcionar una máquina con una teoría mecánica errada. Aquí la verdad se impone necesariamente sobre el investigador según su resultado práctico. Pero también existe la verdad como valor, aquello que el hombre impone en la realidad actuando acorde a una demanda axiológica, cancelando acciones en pos de otras e incluso pagando un precio muy alto por ello. Su acatamiento no es necesario, sino más bien una determinación entre otras formas posibles de conducta. Así, hay honestos e inicuos. Esa es la verdad en las relaciones entre el hombre, su prójimo y la tarea que lleva a cabo. Tampoco aquí hay correlación entre la verdad instrumental y la axiológica, la científica y la religiosa.

La relevancia así entre ciencia y religión o cualquier otra disciplina normativa, no radica en el objeto sino en qué se decide hacer respecto de éste. Esa decisión conlleva responsabilidad y más cuando es ministerial, sin eludirla imputando el anochecer al cazar del búho, ni la mayor degradación de un país en todos sus órdenes a la presencia de un virus.

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