En las últimos días, el comité de campaña de Biden ha dado a conocer un conjunto de documentos en donde explicita los lineamientos generales de lo que sería su política exterior y en materia de seguridad nacional. En todo momento subrayan que no cabe esperar ningún tipo de recorte en el presupuesto de Defensa ni en otras áreas vinculadas a la protección del territorio americano y de sus instalaciones a lo largo del planeta. Bajo el lema “Los EEUU debe liderar nuevamente”, se indican los casos de Corea del Norte, Irán, Siria, Afganistán y Venezuela como desafíos a la seguridad nacional. En cuanto a China, se la caratula como un desafío especial y a Rusia como un actor que busca socavan la democracia en el mundo, marcando fuertes continuidades, al menos a nivel retórico, con lo visto durante los años de la dupla Obama-Biden. Asimismo, se puntualiza la importancia que tendrá la diplomacia para conseguir los objetivos nacionales así como la utilidad de limitar el uso de la fuerza en zonas que no lo requieren en realidad. No obstante, a continuación se destaca que EEUU es la mayor potencia militar sobre la tierra y que eso debe seguir siendo así sin la menor duda. También se pone como objetivo dar por finalizada la guerra en Afganistán, que el año que viene cumplirá 20 años y fue conflicto armado más largo del que haya participado esta superpotencia. Para tener una idea de la extensión temporal, cabría recordar que la presencia de masivas de fuerzas de combate americanas en Vietnam se extendió entre 1964 y 1973, año en que después de una semana con los mayores ataques aéreos que se hayan registrado en la historia con más de 200 bombarderos B52, el régimen comunista de Vietnam del Norte firmó en París la paz y el compromiso de respetar la soberanía de Vietnam del Sur. Esta última caería en manos del Norte recién en 1975, cuando la crisis política de Watergate provocó la renuncia en 1974 de Nixon y parte sustancial de su equipo de gobierno y el acercamiento entre Beijing y Washington diseñado por Nixon y Kissinger entre 1971 y 1972 disminuyó fuertemente el interés americano en la ex Indochina.
Volviendo al caso afgano, la promesa de Biden de retirar parte sustancial de las fuerzas militares no parece merecer tanta atención dado que las mismas han sido fuertemente reducidas por la administración Trump. Los documentos del Partido Demócrata agregan que esa menor presencia armada se verá acompañada por la atenta vigilancia para que no vuelva a ser un lugar de refugio y accionar de organizaciones terroristas como Al Qaeda y el IISIS. Llamativo que no aparezcan referencias a los talibanes, el grupo que con mayor posibilidad volver a tener un mayor espacio de poder con el repliegue americano. En estos años, Trump ha venido llevando a cabo diálogos y negociaciones con el Talibán, el cual se ha comprometido a no volver a tener alianzas con estos grupos enemigos de los EEUU. Todo parece indicar que Biden seguiría el mismo sendero. Mala noticia para los militantes demócratas que ponen el foco de atención en los derechos de las mujeres en Afganistán, cuya vida cambiará brutalmente con el regreso del fundamentalismo en ciudades.
Las pocas páginas dedicadas a temas estratégicos y militares dan a entender que la campaña de Biden decidió mostrarse obsesionada y centrada en temas domésticos, raciales, socioeconómicos y de minorías, con el claro objetivo de no entrar en conflicto con los votantes más radicalizados y de izquierda que nunca lo quisieron ni querrán pero que lo ven como el instrumento para poder destronar a Trump. Una fórmula para hacer gestos hacia el sector de la Defensa sin enojar a los ultras ha sido el dedicar más espacio que lo usual a promover mayores beneficios para las esposas e hijos de militares en actividad y retiro.
Al momento de tener que hacer alguna definición más precisa del tipo poder bélico que se piensa impulsar, se cae en generalidades ya vistas en la plataforma de Obama en el pasado, como menciones a nuevas tecnologías inteligentes, mayor flexibilidad operativa, etc. Una forma de criticar el exceso de confianza en grandes plataformas como son los portaviones nucleares e hiper sofisticados aviones de combate. Tal como hizo la dupla Obama-Bidem en el pasado, ningún cambio radical ni revolucionario se puede esperar. Básicamente, por el hecho que el principal rival estratégico, o sea China, está empeñado a dotarse de este tipo de sistemas de armas. En todo caso, tal como viene haciendo el Pentágono de Trump, se buscará combinarlo con un masivo apoyo a los estudios sobre la inteligencia artificial aplicada a la guerra, la fabricación de nuevas versiones de misiles hipersónicos, el uso de rayos láser en medios aéreos, navales y terrestres, así como una permanente modernización e inversión en ciberataque y ciberdefensa.
Al llegar a la cuestión del armamento nuclear, el equipo de Biden formula generalidades políticamente correctas como el afirmar que se debe avanzar en una reducción de su rol así como priorizar las negociaciones con otras potencias para lograrlo. Una dificultad no menor en el caso que lo allí vertido sea algo que en realidad se pretende hacer, es que China no tiene ni tendrá ningún interés. Entre otros motivos por la relación 10 a 1 en cantidad de cabezas atómicas estratégicas a favor de Washington vis a vis Beijing. Sí podría haber un diálogo en esta materia con Rusia, país que tiene igual capacidad de ataque que los americanos, pero es muy poco probable que los demócratas cedan en su rusofobia en el único mandato que por edad tendría Biden en el caso de ganar. Desde 2016 este partido intentó demostrar que Putin fue el artífice de la victoria de Trump, lo cual nunca logró ser probado luego de tres años de masivas investigaciones del FBI y un fiscal especial. Por tanto, nada hace pensar que este relato usado para explicar la inesperada derrota de Hillary Clinton vaya a licuarse rápidamente. Desde ya, China sumamente agradecida y satisfecha con este enredo. Nada perjudicaría más a Beijing que la construcción de un clima de diálogo constructivo entre los EEUU y Moscú.
Llegando a los últimos capítulos de los documentos de campaña de Biden, en lo que hace a la exportación de sistemas de armas, se advierte que habrá un filtro exigente en materia de DDHH antes de autorizar las ventas. Desde hace tiempo ya, referentes de este partido han cuestionado la decisión de Trump de impulsar fuertemente la venta a países como Arabia Saudita. Con respecto a los aliados europeo de la OTAN, los demócratas parecer optar por no presionar en público y quizás tampoco en privado para que esos países cumplan con la promesa de invertir 2 puntos del PBI en defensa. En este contexto, Washington centraría sus argumentos en la búsqueda de consensos para que Europa tome conciencia de los riesgos.
Con respecto a las zonas claves para la seguridad internacional de las próxima décadas, o sea Asia Pacifico y el Índico, sólo generalidades sobre la promesa de un mayor diálogo, cooperación y multilateralismo. Poco para satisfacer a quienes temen más y más al poder y ambiciones territoriales de China. El firme apoyo discursivo y material de Trump a una potente modernización del poder bélico de Japón, Australia, Vietnam, Taiwán, Singapur, Corea del Sur e India, ha generado una buena química entre Washington y sus tradicionales y nuevos aliados. En este sentido, el Pentágono viene impulsando con éxito crecientes maniobras militares entre India, Australia, Japón y la marina y fuerza aérea americana. Cabe recordar que un análisis de los presupuestos militares del mundo nos mostrarían que EEUU lidera el ranking de países y que de los diez subsiguientes, ocho son aliados de la Casa Blanca. De estos, tres están en esta área vital para la estabilidad mundial.
Por último pero no por ello menos importante, en los últimos meses una de las sorpresas de la campaña electoral americana ha sido la decisión de varios íconos del movimiento neoconservador, ligado históricamente a ala más dura del Partido Republicano, de respaldar la candidatura de Biden. Entre los mismos se destaca W. Kristol, hijo de I. Kristol fundador de ésta corriente en la década de los 40. Este último, público décadas atrás su autobiografía titulada Memorias de un Neoconservador, cuyo primer y sustancioso capitulo se denominaba “Memorias de un trotskista” en donde relataba su militancia antisistema, lo que iría mutando en la década de los 50 y 60, hasta ser considerado el referente indiscutido de una nueva y dura derecha americana. Su hijo fue compañero de estudios universitarios de G.W. Bush, al que luego acompañaría como asesor en la Casa Blanca. Después de los ataques terroristas del 9/11, Kristol Jr y otros neoconservadores en puestos claves impulsaron la innecesaria invasión a Irak en 2003 a partir de la supuesta existencia, nunca comprobada, de armas de destrucción masiva. También pensaron y aplicaron la estrategia de la existencia de un supuesto lawfare que organismos internacionales y enemigos de EEUU usaban contra los militares y funcionarios americanos por su participación en la lucha contra el terrorismo de Al Qaeda y el empleo de campos de detención como Guantánamo.
Por esas vueltas de la historia, este invento conceptual de la más rancia derecha estadounidenses hoy es un estandarte protector de los sectores políticos latinoamericanos mas fóbicos a los EEUU. Con motivo de la cancelación por el Covid-19 de la Convención Demócrata presencial para formalizar la candidatos de Biden, estos neoconservadores perdieron la oportunidad de compartir el mismo techo y clima festivo con los grupos más radicales que ven en el ex vicepresidente de Obama un instrumento para terminar con Trump. Por esas circunvalaciones que de vez en cuando da la historia, los militantes de la izquierdista ANTIFA, con declaradas simpatías por el comunismo, hoy se encuentran del mismo lado de la trinchera política que Kristol y sus compañeros de ruta o la nueva derecha como se autodenomina su padre.