¿Qué presidente quiere ser Alberto?

¿Está eligiendo el Presidente una estrategia de continuidad con lo que fue el kirchnerismo, abandonando su idea original de representar algo distinto al período 2007-2015?

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El presidente Alberto Fernández (REUTERS/Agustin Marcarian/File Photo)
El presidente Alberto Fernández (REUTERS/Agustin Marcarian/File Photo)

¿Qué es lo que determina el éxito presidencial? Según Richard Neustadt, unos de los más célebres analistas de las presidencias, la fortaleza de un Presidente depende de su influencia: la combinación de reputación profesional y de prestigio público que determina cuánto se alinean los actores políticos detrás de la autoridad presidencial. Más tarde, el politólogo Stephen Skowronek sofisticó esta definición diciendo que los presidentes más exitosos son los que se erigen como constructores de un orden nuevo, denunciando el orden previo en el momento en que este orden viejo se desmorona. En sintonía con la frase de Víctor Hugo acerca de que no hay nada más poderoso que una idea a la que le ha llegado su tiempo, los presidentes “reconstructores” son rupturistas, reemplazando un paradigma decadente y encabezando el movimiento por uno nuevo.

¿Quiere Alberto encabezar un nuevo paradigma? Al comienzo parecía que sí. En dos discursos (de asunción y de inicio de sesiones legislativas) el Presidente rompió el molde de los gobiernos peronistas y planteó una estrategia productiva basada en recursos naturales y sectores exportadores, en lugar del énfasis tradicional de su partido en la industrialización y el mercado interno exclusivamente. A la vez, desplegó una agenda reformista en lo institucional que parecía tener poco que ver con lo que había sido el gobierno de su ahora vicepresidenta.

La pandemia trastocó todo pero le ofreció a Alberto una oportunidad que en su momento aprovechó: un liderazgo decidido que ante la catástrofe que traían las noticias europeas pudo ponerse encima de rencillas partidarias y articular una respuesta concertada. Pero la escasez de alternativas racionales al insólito y costoso “cuarentena o muerte” le jugó en contra: la caída de su popularidad ya es evidente.

En este contexto, Alberto desplegó una serie de estrategias que para varios sectores lo acercan demasiado al cristinismo mas duro: Vicentin, Latam, la reforma judicial y ahora el decreto sobre telefonía e internet despertaron la alarma de los sectores opositores. ¿Está eligiendo el Presidente una estrategia de continuidad con lo que fue el kirchnerismo, abandonando su idea original de representar algo distinto al período 2007-2015?

Los presidentes que llevan adelante estrategias de continuidad se enfrentan a un riesgo: que el paradigma al que deciden darle continuidad se esté desmoronando. Independientemente de las evaluaciones que puedan hacerse sobre las medidas tomadas por Alberto, no parece haber espacio para una estrategia de continuidad con el período peronista anterior. Fernández fue elegido con la promesa de que su gobierno iba a revertir la situación económica heredada del macrismo, pero que iba a ser a la vez distinto del periodo cristinista; y de hecho él mismo fue un crítico severo del período 2007-2015. Esto fue parte central de su contrato electoral. No parece racional su estrategia entonces de acercarse a los sectores más duros de su coalición, si él mismo fue elegido moviéndose hacia el centro del espectro político.

Hay un efecto negativo adicional en esta estrategia. Si los sectores opositores ven radicalización en el gobierno, es probable que eso fortalezca a los halcones de ese espacio también. Una escalada de gestas épicas tanto en el Gobierno como en la oposición es una pésima noticia, ya que nuestro país necesita de un reformismo concertado entre todos los sectores; y para ello es necesaria una calma política que no tenemos (la oposición, claro está, también lleva también mucha responsabilidad en esto). Aún más, los sectores refractarios al cristinismo al interior del peronismo (el Frente Renovador) podrían también comenzar a inquietarse y marcar sus diferencias si esta tendencia se profundiza. Y una interna en las entrañas de los oficialismos nunca es una buena noticia.

Los presidentes, naturalmente, tienen electorados propios a los que quieren satisfacer y agendas propias que quieren llevar adelante. No es mi intención señalar qué es lo que el Presidente debe hacer en términos de política pública. Sí me parece importante recordar que los primeros meses mostraron al Presidente como un hombre de compromiso; y por esas épocas gozaba de la mayoría de la aprobación. Correrse de ese lugar puede ser un error.

El autor es docente de UNSAM y UTDT

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