Fue otra semana fatal para nuestros corazones oprimidos. Hace pocos días fue el asesinato de Blas a manos de dos policías que no deberían haber estado en servicio y el sábado la muerte de Solange, esa joven enferma que no pudo recibir ese abrazo tan esperado que le traía su papá. Así están nuestros ánimos, por el piso y preocupados, muy preocupados porque, atónitos, observamos cómo quienes deben cuidarnos maltratan a nuestros hijos y a nosotros.
Solange Musse, la joven presa de un cáncer que ya se presumía terminal y que pasaba sus horas en Alta Gracia esperando el momento de ver a Pablo, su papá que vivía en Neuquén, escribió, días antes de morir, una conmovedora carta con una frase que hoy recorre las redes sociales. “Hasta mi último suspiro tengo mis derechos”. Por estas horas estas palabras se han convertido en un poderoso grito para quienes, como ella, sólo reclamamos respeto, aún en tiempos de pandemias y cuarentenas. Bueno, Solange murió sin recibir esa caricia de su papá y, desde el mismo momento en que nos enterábamos de su partida, su nombre se incorpora a esa interminable lista que nos debe avergonzar como ciudadanos de estas tierras. El corazón de Solange se quedó sin esos besos y esos mimos que su papá traía desde el sur y que un, por lo menos, desaprensivo funcionario del supremo COE le impidió recibir.
Beatriz, la mamá de Solange que la acompañaba en su lucha contra la enfermedad en esta provincia no sale de su asombro. No alcanza a entender cómo la naturaleza humana fue capaz de hacerle tanto daño a alguien tan indefenso. Beatriz, en un momento que sólo una madre puede sentir, fue lapidaria: “No tengo palabras para tanto dolor”. Así resumió la angustia de cientos de miles de cordobeses que, absortos, todavía no podemos entender tal grado de deshumanización entre los funcionarios que el gobernador Schiaretti eligió para cuidarnos.
“Me hubiese gustado abrazar a mi hija con vida, no en un cajón”, escuché decir a Pablo cuando llegó a Córdoba para el velatorio de Solange. Esa frase de un padre que todavía no alcanza a entender por qué tanto destrato termina de cerrar el cuadro para un episodio tristísimo y que, hay que decirlo, volvió a desnudar la fragilidad de nuestros servidores públicos. Son tiempos de gran sensibilidad porque el confinamiento sin plazo nos está llevando a situaciones como la de Solange. Por esa razón sería muy bueno que quienes tienen responsabilidades por sus condición de funcionarios públicos en tiempos de excepción, entiendan que más que nunca el sentido común debe primar para la toma de decisiones. Si ese funcionario hubiese acompañado a Pablo hasta Alta Gracia tomando todos recaudos para evitar posible contagios (en el caso que Pablo hubiese tenido Covid, algo que después un análisis desestimó) hoy estaríamos hablando de gestos nobles para ayudarnos a transitar este duro momento. Pero no fue así. Pareciera ser que el COE, puntilloso como pocos a la hora de elaborar protocolos, no tuvo en cuenta uno esencial, el Protocolo para situaciones especiales.
Por eso Pablo, y si nuestro gobernador aún no lo hizo, le pido perdón y le digo que no todos los cordobeses somos iguales a los que le impidieron darle un abrazo a Solange.
El autor es diputado nacional