Hay avances para salir del default y en la colocación de deuda en pesos, y dudas por el déficit del Tesoro

El equipo económico generó en las últimas semanas buenas noticias en el frente financiero, pero deberá enfrentar desafíos en el plano fiscal

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Junto a la extensión del horizonte financiero, tras el acuerdo del ministro de Economía, Martín Guzmán, con los bonistas se pueden computar a favor una mejora de las expectativas el gradual repunte del nivel de actividad desde el mínimo de abril y una tasa de inflación menor a la esperada (Reuters)
Junto a la extensión del horizonte financiero, tras el acuerdo del ministro de Economía, Martín Guzmán, con los bonistas se pueden computar a favor una mejora de las expectativas el gradual repunte del nivel de actividad desde el mínimo de abril y una tasa de inflación menor a la esperada (Reuters)

Junto a la extensión del horizonte financiero, tras el acuerdo del Gobierno con los bonistas se pueden computar a favor una mejora de las expectativas el gradual repunte del nivel de actividad desde el mínimo de abril y una tasa de inflación menor a la esperada. Pero todas esas razonablemente buenas noticias de coyuntura, en el marco de una situación difícil por las consecuencias sociales al presente y al futuro; y con enormes problemas estructurales, no pueden ocultar las lógicas alarmas que el enorme déficit fiscal causa en la totalidad de los economistas.

Algunos de ellos han planteado en estos días el “dilema del déficit”: o se lo financia con deuda externa o con emisión monetaria; aunque toda financiación neta del déficit por deuda externa genera emisión monetaria, y en ese caso es un negocio para el colocador y prestamista y en consecuencia un costo para el fisco.

Hay un arraigado argumento popular en favor de la “deuda” y en contra de la “emisión”. Para muchos la emisión de pesos contra deuda externa (o dólares financieros), es una muestra de solvencia de la economía. La idea se basa en el “confort psicológico” que brinda emitir (siempre es emitir) contra deuda externa (o dólares financieros) porque entonces se “emite con respaldo”. Sin embargo, emitir contra deuda externa implica que habrá que devolver dólares; y por lo tanto se trata de un “respaldo” transitorio, que luego tiene consecuencias negativas sobre el mercado de cambios, más aún si se trata de un financiamiento atraído con altas tasas de interés que da lugar a los muy conocidos escenario de “bicicleta financiera”.

Toda financiación neta del déficit por deuda externa genera emisión monetaria, y en ese caso es un negocio para el colocador y prestamista y en consecuencia un costo para el fisco

La experiencia del gobierno de Mauricio Macri, con dólares de la bicicleta financiera y dólares del FMI, obligó a poner un cepo cambiario, porque dólar que entraba dólar que salía y aún en momentos de emisión cero y tasas de interés por el cielo para absorber los pesos en circulación.

Descalce de monedas

Es que la diferencia entre un país “sin moneda” (la Argentina) y el resto del mundo, es que los países con moneda, cuando tienen déficit fiscal, “no emiten dinero” sino que “lo absorben” tomando préstamos en la moneda que emiten.

En la Argentina los desajustes, por ejemplo en el plano fiscal (que es la expresión de otros desequilibrios mucho más profundos) obligan a emitir. Y cuando existen presiones inflacionarias (cualquiera sea la causa adicional), aunque haya estancamiento, acelera las expectativas de alza de los precios al consumidor, por ejemplo a través de las cotizaciones de otras monedas.

Es que la diferencia entre un país “sin moneda” (la Argentina) y el resto del mundo, es que los países con moneda, cuando tienen déficit fiscal, “no emiten dinero” sino que “lo absorben” tomando préstamos en la moneda que emiten (Reuters)
Es que la diferencia entre un país “sin moneda” (la Argentina) y el resto del mundo, es que los países con moneda, cuando tienen déficit fiscal, “no emiten dinero” sino que “lo absorben” tomando préstamos en la moneda que emiten (Reuters)

Si esa emisión se realiza a cambio de dólares, obtenidos por deuda para financiar el déficit y si hay mercado libre de cambios, ocurrirá lo mismo con el agravante que habrán desaparecido los dólares que luego se deben devolver. Deuda y fuga de capitales, un cruce de cables que anuncia un estallido.

Aún lejos de sanear el desequilibrio fiscal y financiero

En todo este contexto es para celebrar las dos buenas noticias, aplazamiento y reducción de los compromisos externos y construcción de un proceso de endeudamiento en pesos y disminución en moneda extranjera. Pero no significa el saneamiento de los desequilibrios. Ese es otro tema. Por cierto, se está lejos de un saneamiento financiero, pero hoy hay señales de que ese camino se puede intentar transitar. Pero es necesario siempre recordar que todos los procesos de endeudamiento derivados de desequilibrios (no aquellos procesos estructurados para invertir y generar mejoras en la productividad) se originan en la enfermedad de la economía.

Más allá de estas dos buenas nuevas, escape del default y atisbos de un mercado de deuda en pesos para el fisco, subsiste lo que se ha denominado “una crisis fiscal (déficit real y potencial, enormes) y una “crisis monetaria potencial” atribuida a la expansión de la financiación en pesos. Ambas subsisten, como sostiene Pablo Gerchunoff, con una crisis social y una crisis productiva inéditas.

Subsiste lo que se ha denominado “una crisis fiscal (déficit real y potencial, enormes) y una “crisis monetaria potencial” atribuida a la expansión de la financiación en pesos

Aquí es necesario puntualizar una visión diagnóstica. En realidad, se vive hoy una etapa de un proceso que ya tiene 46 años, con muy pocos años, en todo ese tiempo, de efímeras excepciones: en dos oportunidades hubo crecimiento y baja o nula inflación. Esos dos períodos fueron efímeros porque cuando terminó la “cosa exógena” que los sostenía, la excepción dejó de ser y estallaron por los aires el estancamiento y la inflación.

Fueron efímeras las experiencias de la convertibilidad (estabilidad de precios y crecimiento sostenidos por la deuda) y los de la recuperación sostenida por los términos del intercambio y el default.

Fueron efímeras las experiencias de la convertibilidad (estabilidad de precios y crecimiento sostenidos por la deuda) y los de la recuperación sostenida por los términos del intercambio y el default, en los 90, bajo la presidencia de Carlos Menem y la instrumentación por parte de Domingo Cavallo
Fueron efímeras las experiencias de la convertibilidad (estabilidad de precios y crecimiento sostenidos por la deuda) y los de la recuperación sostenida por los términos del intercambio y el default, en los 90, bajo la presidencia de Carlos Menem y la instrumentación por parte de Domingo Cavallo

La convertibilidad duró lo que duró el endeudamiento. Cuando el financiamiento se cortó -más allá del enorme costo inferido- el régimen estalló por los aires con una colosal crisis bancaria y financiera, la secuela de desempleo y pobreza, el default, etc.

Hay que recordar que desempleo y pobreza durante un largo tiempo fueron “el precio” de la estabilidad de precios y cuando se agotó la capacidad de endeudarse se profundizaron y además los precios volaron por los aires y la devaluación que produjo el mercado (a pesar del encierre a corral de los pesos) fue de $4 por dólar.

Desempleo y pobreza durante un largo tiempo fueron “el precio” de la estabilidad de precios y cuando se agotó la capacidad de endeudarse se profundizaron y además los precios volaron por los aires

El otro período excepcional fue a la salida de la crisis de 2001, muchísimo más breve, se montó fiscalmente con la licuación del gasto que siguió a la devaluación acompañada del default, más las retenciones a las exportaciones, la pesificación de las tarifas y el hecho “exógeno” de los extraordinarios términos del intercambio (básicamente la soja) y el retorno de capitales fugados a la operación en bienes locales cuyo precio en dólares se había derrumbado, mientras las presiones de demanda interna partían de un subsuelo de 50% de pobreza sin ayudas sociales que las mitigaran notablemente.

En ambos períodos las estadísticas apuntan crecimiento y estabilidad de precios, y se acumulaba “dependencia” de factores “exógenos”. Cuando se agotaron esos procesos se volvió a la situación “normal” de estancamiento e inflación.

No obstante, no todos los economistas comparten que esta crisis es una “estanflación” de 46 años. En todo ese período el PBI por habitante creció 0,2% anual acumulativo. Del promedio de la tasa de inflación mejor no acordarse.

Sin recetas a la vista

¿Dónde radica la incapacidad para salir de esos males de la macro? Para la estanflación la teoría de la política económica no tiene muchos remedios. Es como el “coronavirus”. No hay tratamiento conocido, dice la ortodoxia de los infectólogos. Encerrados hasta la vacuna para evitar los contagios.

El tratamiento keynesiano al estancamiento está asociado a una economía de precios estables o a la baja. Cebar la bomba desde el Estado, pone al aparato en marcha. Pero si hay una economía con inflación, los precios aumentan y alimenta la fuga hacia las divisas, o ambas cosas a la vez.

El tratamiento ortodoxo de la inflación corresponde a una economía sobrecalentada que trata de funcionar por encima de su potencial. Cuando la inflación está acompañada de una economía estancada o recesiva, el método ortodoxo, “secar” el mercado, produce más recesión y difícilmente se noten consecuencias benéficas sobre los precios al consumidor antes de la muerte del sistema.

El tratamiento keynesiano al estancamiento está asociado a una economía de precios estables o a la baja. Cebar la bomba desde el Estado, pone al aparato en marcha. Pero si hay una economía con inflación, los precios aumentan y alimenta la fuga hacia las divisas (Reuters)
El tratamiento keynesiano al estancamiento está asociado a una economía de precios estables o a la baja. Cebar la bomba desde el Estado, pone al aparato en marcha. Pero si hay una economía con inflación, los precios aumentan y alimenta la fuga hacia las divisas (Reuters)

Objetivamente no hay éxito posible ni para keynesianos ni para ortodoxos. No es por ahí dónde se va a encontrar la salida.

Pero además hay dos crisis adicionales como recuerda Pablo Gerchunoff: 1) la gigantesca acumulación de pobreza y pérdida del capital social que se estás experimentando. En 46 años se pasó de 800 mil personas a 16 millones; creció a una tasa de 7% acumulativa anual. No hay que buscar culpables, está en el espejo: nadie cambió esa dirección; y 2) la productiva, es decir la gigantesca desacumulación que hace día tras día al país menos competitivo. Los “competidores” invierten y los argentinos no.

En 46 años la pobreza pasó de afectar a 800 mil personas a 16 millones; creció a una tasa de 7% acumulativa anual. No hay que buscar culpables, está en el espejo: nadie cambió esa dirección

Recientemente ha comenzado una cierta consciencia que sin inversión reproductiva no hay manera de tener bases materiales para resolver problemas. La Argentina no produce. El 80% de su fuerza de trabajo está asignada al sector servicios y no como consecuencia de la “modernidad” de la economía sino como consecuencia del atraso, con excepciones. Un ejemplo lo pone de manifiesto el número de trabajadores industriales es aproximadamente igual al de personas que trabajan en el servicio doméstico (en blanco y negro).

Pero además de no invertir, se destruyó capital productivo. No se puede dejar de recordar, en la Argentina de la convertibilidad se levantó el servicio ferroviario y se multiplicó por 3 el costo de transporte. Además, en los últimos años se sumó una carga tributaria imposible de soportar por el sector productivo, financiando una expansión del gasto público mientras, por falta de cantidad y calidad de servicios públicos, aumentan las prestaciones privadas de salud, de educación y hasta de “seguridad”.

El resultado de esta mezcla de desatinos es una caída sostenida de la productividad de la economía.

El efecto de la cuarentena

En los días que corren, además, están los efectos de la cuarentena preventiva de la pandemia y sus enormes costos directos, como la caída en picada de la productividad de los factores. Se pagan salarios aún con instalaciones paradas y no se permite generar valor.

Frente a todas estas cuestiones y la necesidad de respuestas de acción inmediata para el frente de batalla un “policy maker” -a mi criterio- como es Ricardo Arriazu dijo: “Los principales objetivos de cortísimo plazo deberían ser el evitar el colapso social y la quiebra de las empresas. Como la Argentina no tiene moneda, ni reservas, ni confianza, el único mecanismo disponible para alcanzar estos objetivos es la emisión monetaria, por lo que el tercer objetivo debería ser impedir que esa emisión se transforme en una inflación descontrolada”.

Ricardo Arriazu: “Los principales objetivos de cortísimo plazo deberían ser el evitar el colapso social y la quiebra de las empresas. Como la Argentina no tiene moneda, ni reservas, ni confianza, el único mecanismo disponible para alcanzar estos objetivos es la emisión monetaria, por lo que el tercer objetivo debería ser impedir que esa emisión se transforme en una inflación descontrolada” (EFE)
Ricardo Arriazu: “Los principales objetivos de cortísimo plazo deberían ser el evitar el colapso social y la quiebra de las empresas. Como la Argentina no tiene moneda, ni reservas, ni confianza, el único mecanismo disponible para alcanzar estos objetivos es la emisión monetaria, por lo que el tercer objetivo debería ser impedir que esa emisión se transforme en una inflación descontrolada” (EFE)

Pues bien, bastante hizo y hace el Gobierno en este campo. Aunque tal vez no sea suficiente. Sólo se va a saber si fue lo necesario cuando, terminada la cuarentena, se haga la cuenta de cuántos quedaron en pie. La tasa de mortandad de empresas, de desempleo, de colapso social dependerá de la llegada a tiempo y propiedad de los recursos. Lo que no se ponga, en tiempo y forma, de modo que evite mortandad, desempleo y colapso será la medida del esfuerzo escaso, a destiempo o inútil.

Es que en una economía en decadencia como la que recibió Fernández y también Macri y la sucesión decadente desde el “rodrigazo” de 1975, lo que se debería colocar es mucho más que lo que requieren las economías que han crecido en las últimas décadas. Pero hasta ahora se ha puesto en la economía de la pandemia el 5% del PBI que es nada comparado con lo gastado por el resto del mundo.

En una economía en decadencia como la que recibió Fernández y también Macri y la sucesión decadente desde el “rodrigazo” de 1975, lo que se debería colocar es mucho más que lo que requieren las economías que han crecido en las últimas décadas

Sin posibilidad de ortodoxia o keynesianismo en estado puro, se necesita el llamado del Estado a la concertación que tiene que ser primero política y luego económica y social. El orden de los factores, en política, altera el resultado. La única palabra valida es diversificar. Para eso es necesario un “acuerdo para una economía de control”. Para salir del pantano es mejor atarse a varios palos con varios malacates.

El peor de los caminos

Por ahora se está apostando al desacuerdo. Y eso es extremadamente grave. Es incomprensible que en una situación extremadamente crítica cuando se necesita más acuerdo sobre las cuestiones prioritarias y urgentes, la política y en particular el Gobierno nacional y algunos de sus aliados, se ocuparon con su voto decisivo de definir cuestiones que dividen, como algunos temas de la Justicia, eludiendo la búsqueda de un consenso razonable.

Afortunadamente voces económicas oficiales sensatas, como las recientes declaraciones de Cecilia Todesca, han planteado cuestiones centrales, como las del mercado cambiario y la cuenta de capital, que necesitan una fuerte cobertura política para que conformen una señal de largo plazo. Y sin embargo el equipo político del Frente y sus aliados, hacen lo necesario para impedir un acercamiento que fortalezca las medidas de excepción imprescindibles que conforman la “economía de control” que, sin consenso, será muy difícil de implementar.

En otras palabras: no procurar el consenso, primero político, es - tal vez sin saberlo - caminar al descontrol que hará todo más difícil. Por eso los avances suman y la pregunta por “después” sigue sin encontrar respuesta. Grave.

El autor fue subsecretario de Economía del ministro José Ber Gelbard y uno de los que redactó ese plan, además de escritor, autor del libro “Economía y política en el tercer gobierno de Perón”, y profesor en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA

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