Todos están pendientes del resultado de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, a comienzos de noviembre.
Para algunos la victoria de Joe Biden podría llevar un poco más de tranquilidad a un mundo atormentado por la pandemia y la parálisis económica. Es difícil que se diluya la tensión comercial con China, pronostican algunos economistas. Tampoco desaparecerá en Washington la crispación que produce la presencia de China en América Latina con asentamientos, créditos, ayudas especiales y promesas de compras masivas. Otros expertos señalan que el comercio con China será la salvación y eso perdurará. Es muy complicado de predecir.
Hasta ahora Biden ha concretado un discurso dirigido a los ciudadanos norteamericanos y sus necesidades; y habló poco o casi nada de las relaciones exteriores. Sí se sabe que si gana volverá a establecer un puente con Europa que Donald Trump rompió; trazará un nuevo esquema en Medio Oriente, distinto del actual; apaciguará el mal vínculo con Irán, que sigue desafiante; y se negará a ser “el policía del Mundo”, como es la tradición histórica en EEUU que se aceleró desde fines de la Segunda Guerra Mundial.
La candidata a vicepresidenta de Biden, Kamala Harris, tenaz emprendedora que no es blanca (su padre es jamaiquino y su madre de la India), se ocupará del principal drama de la Nación del Norte: la desigualdad. Las dudosas estrategias económicas de los gobiernos anteriores han aumentado las penosas diferencias económicas al interior de la población. La crisis del 2008/2009 dejó en condición de calle y abandono a centenares de miles en las grandes ciudades. Los presupuestos de los distintos estados han disminuido dramáticamente.
En el ínterin, Vladimir Putin, que se quedará hasta el 2036, seguirá buscando todas las alternativas para volver a erigir a Rusia en la gran potencia militar y nuclear que fue la Unión Soviética en la Guerra Fría. No es imposible que lo logre. Ya mismo interviene como mediador en las tensiones fronterizas entre India y China. Paralelamente, estrecha los vínculos entre Moscú y Pekín, firma 30 acuerdos de cooperación, demostrándole a Washington que han unificado sus fuerzas civiles y armadas. Con un arsenal nuclear importante. Tanto China como Rusia tienen regímenes verticalistas desde el poder supremo hacia abajo en la sociedad. Rusia, como si fuera poco, se consolidó en Medio Oriente; en Siria, especialmente. Y estrechó amistades con el mundo árabe.
El presidente Trump se ha ganado la desconfianza del mundo y de sus ciudadanos. No ha sido la suya una gestión serena y confiable. Ha perdido aliados, los militares lo miran con desconfianza y su manejo de la pandemia es cuestionado.
El Covid-19 ha dejado paso a una segunda ola de pánico ola. Ya la está experimentando gran parte de Europa. Entretanto, los expertos confirman que la globalización, proceso que tiene sus años y era considerado una fuente de riqueza para el mundo, ha fenecido. Estamos en la desglobalización. Por lo tanto, hay pie para que surjan los nacionalismos y los populismos, cargados de viejos odios y deseos de venganza.
Entretanto, los expertos confirman que la globalización, proceso que tiene sus años y era considerado una fuente de riqueza para el mundo, ha fenecido. Estamos en la desglobalización
No se volverá al pleno empleo. Sólo en la Argentina se aguarda para fin del 2020 una cifra que rondará el millón de nuevos desempleados. El virus es “loco” y no será fácil dominarlo por lo menos hasta que surtan efecto algunas de las 160 vacunas en experimentación en el planeta y cuyos resultados aún se desconocen.
El 2020 es un año perdido. La economía no se aleja mucho de una suerte de colapso. La imagen que más se le parece es la crisis de 1929 y el desmoronamiento de la década del treinta en las principales naciones. La caída del Producto Bruto Mundial será cercana al 10 por ciento. En la Argentina es probable que supere el 12 o 13 por ciento. Contradictoriamente, por momentos los mercados financieros tienen auges porque creen que la crisis se va a acabar. Pero habrá crisis serias, tanto de países como de empresas.
Todavía no se ha encontrado una respuesta en el nuevo orden. El consumo está cambiando aceleradamente y el riesgo inflacionario está latente. El dólar no se mantiene estable.
Europa dispuso ayudas multimillonarias a los países integrantes de la Unión pero aun así, las naciones mediterráneas (Grecia, España e Italia, pero no tanto Portugal) siguen sumergidas en una crisis que no desaparecerá en años. Lo fundamental para Europa es evitar el colapso social.
El comercio mundial cae y vuelve a caer. El precio del oro sube, pero el del petróleo bajó y la soja se recuperó. Los bancos están con liquidez. El shock es violento en un mundo extraño, atípico, por momentos indescriptible.
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