Más allá del beneficio económico: emprendedores que se reinventan con triple impacto

Ley de Sociedades de Beneficio de Interés Colectivo perdió la media sanción obtenida, pero reconocer a lo emprendedores que buscan hacer frente a desafíos ambientales, sociales, culturales es más relevante que nunca

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Lele Cristobal, de Café San
Lele Cristobal, de Café San Juan, cocina en tiempos de coronavirus

Desde hace un par de años, el término “empatía” resuena cada vez más fuerte. Entendida como la capacidad de ponerse en los zapatos del otro, de entender y responder a lo que le pasa al que tengo al lado, la empatía se posicionó como una habilidad codiciada en los ámbitos más diversos. Los emprendedores, por supuesto, no están exentos.

En un mundo volátil, de cambios acelerados y repentinos, la empatía en práctica permite que los emprendedores sean sensibles a cómo se modifican los patrones de consumo y cómo evolucionan las necesidades de sus clientes. Resulta, así, un elemento crucial para que los productos y servicios estén nuevamente centrados en las personas y logren satisfacer las necesidades reales.

De cara a la pandemia, esta empatía en acción recibió un nuevo impulso. Todavía no entendemos el alcance e impacto real de la crisis sanitaria y económica, pero sí sabemos que afecta profundamente la manera en la que trabajamos, consumimos y nos relacionamos. ¿Qué implica para los emprendedores, entonces? La necesidad de reconfigurar la propuesta de valor a partir de, como dice Otto Scharmer en la Teoría U, la escucha generativa: escuchar desde el campo emergente de posibilidades futuras. Es entender las nuevas necesidades y tipologías de consumo para ofrecer algo relevante.

Tito Loizeau
Tito Loizeau

Lo interesante es que muchos de ellos lo hacen, además, procurando el impacto social y ambiental junto al económico. En el mundo se están viendo casos diversos, como el de Epoque Evolution, una empresa de indumentaria de California que está generando unos pantalones que se caracterizan por su versatilidad: permiten transicionar de la oficina al tiempo libre y, además, están hechos a partir del nylon de alfombras y redes de pesca recicladas. O el caso de Danny Van Kooten, un programador holandés que adoptó la “programación verde” y simplificó sus líneas de código para bajar las emisiones de CO2 y reducir el impacto ambiental.

En la Argentina también tenemos casos de este estilo. Café San Juan, por ejemplo, cerró sus puertas en marzo y empezó una “fábrica” de comida desde la que cocina 700 menúes diarios y dona platos al SAME. O el caso de Xinca: si bien es un emprendimiento que desde el minuto cero tuvo el compromiso social y ambiental en el centro, el eje estaba en la producción de calzado a partir de materiales reutilizados. Sin embargo, con el comienzo de la cuarentena empezaron también a producir tapabocas lavables. También la alianza de Tito Loizeau, creador de la agencia Caramba! y varios emprendimientos, y Gastón Greco, creador de la marca de zapatos Posco. Juntos crearon The Micromask para dar trabajo a los empleados de sus propias empresas y también a talleres de costura, uno de los rubros más golpeados por la pandemia.

Vuelve a estar sobre la mesa la importancia de visibilizar y reconocer a los emprendedores que persiguen un propósito más allá de la generación de valor económico

Esta búsqueda de triple impacto también se da en las grandes organizaciones: en este contexto encontramos intraemprendedores, aquellas personas que llevan adelante sus ideas y buscan generar un aporte positivo como parte de una organización. Son, por ejemplo, aquellos referentes internos que buscaron establecer una cadena de valor con propósito y trabajar con proveedores sociales, o incluso aquellos que se movilizaron y propusieron acciones concretas -como donaciones- para ayudar a grupos afectados por la pandemia. Es el caso de Quilmes, que elaboró y donó 150.000 botellas de alcohol sanitizante usando el mosto fermentado de la cerveza.

Sin duda, todos estos casos evidencian de qué manera la crisis del COVID-19 llevó a los emprendedores a adaptar la propuesta de valor desde una mirada empática. Pero, además, vuelve a poner un tópico sobre la mesa: la importancia de visibilizar y reconocer a los emprendedores que persiguen un propósito más allá de la generación de valor económico, que trabajan desde la empatía para entender las necesidades profundas.

Es importante, entonces, ofrecerles un marco jurídico para que puedan prosperar. La Ley de Sociedades de Beneficio de Interés Colectivo (BIC), impulsada junto a Sistema B desde 2018 y que logró media sanción en su momento, busca precisamente eso: dar entidad a las empresas de triple impacto, aquellas que buscan generar un efecto positivo para la sociedad y el ambiente. Aunque esa media sanción se cayó por falta de tratamiento, reconocer a aquellos emprendedores que de manera empática buscan hacer frente a desafíos ambientales, sociales, culturales sigue siendo igual o más relevante que antes. Y, en un mundo postpandemia, retomar este tipo de proyectos de ley será clave para hacer frente a estos desafíos de larga data, a menudo arraigados a nivel sistémico y profundizados por este contexto.

El autor es director ejecutivo de la Asociación de Emprendedores de Argentina (ASEA)

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