Ella tiene 10 años. Solo 10 años. Vivió demasiado. Pero, lo más importante, es lo que tiene que seguir viviendo. En el hospital juega con sus muñecos de peluche: un sapo y una jirafa, de esa tela suave que hace pensar que el mundo es más leve, aunque ya se conozca la crudeza y el desamparo.
Su tío la violó desde los seis años. La amenazó con hacerle daño a ella y a su familia si lo contaba. Descubrió que estaba embarazada cuando fue al hospital porque le dolía la panza. Es una niña. Después de una larga odisea y de lidiar con obstáculos y ataques logro la Interrupción Legal del Embarazo (ILE) en Brasil.
Se aferró a sus peluches, a los partidos de fútbol, las formas que moldeó con masa y a la mano de su abuela en el hospital. Pero tuvo que soportar una doble violación: fue presionada, insultada y revictimizada por grupos radicales evangélicos que revelaron su identidad e intentaron presionarla a convertirse en madre antes de los 11.
Le gritaron “asesina” a una niña violada que, en la Argentina, estaría apenas en quinto grado. El tío de la niña, de 33 años, ya fue detenido. Pero ella iba a ser condenada a perder su vida y su libertad como si fuera la culpable del delito del que es víctima. No puede ser presa en su propio cuerpo.
Impacta la posibilidad de tildar de asesina a una niña víctima de un delito por ser una niña. Y conmueve más en medio de un país desbordado de muerte y de desidia frente a la inacción para no evitar las muertes. En Brasil ya hay 110.000 muertos y 3.407.354 infecciones confirmadas por coronavirus.
El Presidente Jair Bolsonaro se opuso a implementar aislamientos sociales, cierre de negocios, distanciamiento y veto una ley que obligaba a usar tapabocas en centros educativos, comercios y hasta en las cárceles. No se tomaron medidas no farmacológicas para evitar muertes evitables. Pero una niña de 10 años es tildada de asesina.
El coronavirus hizo estragos en la población. Pero también le quito la vida a embarazadas y a puérperas. Brasil tiene la mortalidad materna más alta del mundo por coronavirus. Hasta el 18 de junio habían muerto 74 mujeres embarazadas por COVID-19 y 50 mujeres después del parto. La mortalidad materna por coronavirus asesinaba –no solo por la pandemia, sino también por la inacción gubernamental- a 124 mujeres.
Y, solo hasta el 29 de julio del 2020, fallecieron 236 personas gestantes por Covid-19 al que Jair Bolsonaro tildaba de “una gripecita” e incitaba a que la sociedad no cambie por el miedo al contagio. ¿En un país en el que 101 puérperas no van a poder criar a sus bebés y en el que 135 embarazadas perdieron la vida por una enfermedad que se podría haber evitado se puede tildar asesina a una niña una sociedad que no cuida a las mujeres embarazadas, las vidas por nacer y las madres que dejan huérfanas a sus hijas e hijos?
El derecho de las niñas a interrumpir el embarazo es anterior a la pandemia y está contemplado en toda América Latina, salvo casos excepcionales de violación a los derechos humanos como Nicaragua y El Salvador.
El aborto es legal por causales en casi toda la región. No hay dudas sobre el derecho de abortar en casos de violación. Y, mucho menos, que la violación no puede perpetuarse en la obligación de ser madre y en hacer madres a niñas que tienen que ser maternadas y no maternar.
Pero en medio de una pandemia que arrasa con vidas y en una gestión que se opone al aborto y, simultáneamente, a cerrar comercios para evitar contagios y que llega a una cifra de muertos escalofriante y deja en el camino, sin respiro, a embarazadas y a sus bebés, que un grupo anti derechos quiera condenar a una niña a parir, delate su nombre y la nombre como “asesina” no parece un acto más.
La falta de movilización a favor de la vida de las personas gestantes y la furia sin control contra una niña delata que esos sectores conservadores no pelean por la vida (que tendrían que defender para que no mueran más embarazadas), sino contra las niñas.
La niña tuvo que tomar un avión desde Vitória hasta Recife el domingo 16 de agosto. Tenía un vestido con flores azules, zapatos rosas y un bolso también rosa, cuando aterrizó para poner fin a su calvario, según relata la periodista Marina Rossi en una crónica del diario El País.
“La chica sufrió hasta el último minuto las presiones de activistas y médicos ultraconservadores. Ya ingresada en el Centro Integrado de Salud Amaury de Medeiros (CISAM), en Recife, referencia en la atención a víctimas de violencia sexual, fue acosada por un obstetra y una pediatra que trataron de hacerla cambiar de idea. Pero tanto ella como su abuela, responsable legal de la niña, estaban seguras de la decisión de interrumpir aquel embarazo”, relata la nota.
En Brasil hay 21.172 niñas, de entre 10 y 14 años, que son madres, según datos del Ministerio de Salud, del 2018. El racismo siempre está presente. La niña peluche –para no identificarla por su nombre- es negra igual que el 75 por ciento (15.851) de las nenas que pierden su infancia por la maternidad forzada.
En las muertes por COVID-19 donde mueren las madres y sus hijos e hijas no se trata solo de una enfermedad neutral, sino de las desigualdades por piel que imponen rejas en vez de piel en el cuerpo de las chicas, pero quitan protección cuando las mujeres están por parir y deben ser protegidas.
Las mujeres negras embarazadas tienen dos veces más riesgo de morir por coronavirus que las mujeres blancas en Brasil, según la investigación “Disproportionate impact of COVID-19 among pregnant and postpartum Black Women in Brazil through structural racism lens”, de los/las investigadores Débora de Souza Santos, Mariane de Oliveira Menezes, Carla Betina Andreucci, Marcos Nakamura-Pereira, Roxana Knobel, Leila Katz, Heloisa de Oliveira Salgado, Melania Amorim y Maira Takemoto.
Y, aunque no hay que recurrir a la justicia para acceder a un aborto legal, en el caso de la niña brasileña la justicia autorizó la Interrupción Legal del Embarazo (ILE). El permiso lo había solicitado la fiscalía del estado de Espírito Santo. Pero si los espíritus existen, los médicos en Espíritu Santo se cubrieron en cuestiones “técnicas” para no realizar el aborto, después de tener 36 horas internada a la niña.
Por eso tuvo que viajar 1.500 kilómetros y pasar por un viaje de seis horas –ya que no hay vuelos directos- de su casa para poder abortar. Por la extrema violencia de los grupos anti derechos, que difundieron su nombre y se manifestaron en contra de su derecho, se tuvo que montar un operativo de protección.
En el aeropuerto la esperaba un comité de recepción, la llevaron en auto al centro de salud y fue escoltada por miedo a que grupos de derecha radical la agredieran. Entró al hospital por la puerta de atrás para no ser encontrada. En el ingreso principal había un grupo de manifestantes que estaban en contra del derecho de la niña. ¿Por esa experiencia tiene que pasar una chica violada?
Los grupos conservadores no solo expresaron su opinión, sino que hostigaron a la nena. Y fueron fogoneados por la Ministra de la Mujer, la Familia y los Derechos Humanos de Jair Bolsonaro, la pastora evangélica Damares Alves (que no pidió medidas sanitarias para proteger a las embarazadas fallecidas por Covid en Brasil) pero que sí se manifestó en contra del derecho de la menor. Y que hace dos años dijo que las violaciones en el nordeste brasileño se producen porque a las chicas les faltan bombachas.
El caso se hizo público luego de que Alves se pronunció en contra de la decisión judicial. Dijo que iba a acompañar a la familia y a la niña, pero generó una ola de violencia contra ella. La publicación de la funcionaria que debe proteger a las mujeres y las familias provocó ataques de grupos evangélicos en el hospital donde estaba internada.
La activista Sara Winter publicó el nombre de la niña y el hospital donde se realizó el aborto. El nombre de Winter es clave para entender que no se trata de un hecho aislado. La activista anti derechos estuvo en la Argentina, en una gira federal, por Santiago del Estero, Jujuy, Catamarca, Mendoza y Tucumán durante el debate por la ley de Interrupción Legal del Embarazo (ILE), en 2018.
“Estoy en un grupo pro vida patrocinado por la Iglesia Católica. El trabajo es convencer a las mujeres que quieren hacer un aborto de que no lo hagan”, dijo en una entrevista con el diario Los Andes, el 6 de julio del 2018. Además ella participó del debate en la Cámara de Diputados sobre la legalización del aborto en Argentina. ¿Una agresora de niñas volverá a tener voz en Argentina?
La niña es fanática del fútbol e hincha del Flamengo. En el hospital pudo aislarse y ver el partido de la Liga brasileña entre Vasco y São Paulo y comentó el partido con su abuela que es seguidora del Vasco y con una trabajadora social que la acompañaba hincha del São Paulo. A ella, además de sus peluches, le gusta leer y jugar con plastilinas.
Más allá del partido el médico que realizó la intervención, Olímpio Moraes Filho (y director del centro de salud), fue vapuleado como “asesino”. El arzobispo de la Archidiócesis de Olinda y Recife, Fernando Saburido, se alió con los sectores evangélicos radicalizados: “Si grave fue la violencia del tío que venía abusando de una niña indefensa, gravísimo fue el aborto realizado en Recife”.
“Algunos diputados y fundamentalistas intentaron invadir la maternidad, que es una maternidad de alto riesgo, llamando a la niña asesina”, denunció a la agencia EFE Carol Virgulino, Presidenta de Derechos Humanos de la Asamblea Legislativa de Pernambuco.
El caso puso en jaque incluso a las redes sociales ya que la Justicia de Espírito Santo ordenó a Google, Twitter y Facebook retirar, en el plazo de 24 horas, toda la información divulgada en esas redes sobre la niña.
Pero es increíble que un país que no se conmueve por las embarazadas que perdieron la vida y a sus hijos por no tomar medidas sanitarias de protección, y que parece anestesiado con la perdida de 107.000 vidas, monte un operativo de crueldad contra una niña aferrada a sus peluches y plastilinas.
En la Argentina, mientras tanto, en el día de la infancia, el domingo, se lanzó la campaña “Las queremos Vivas y Jugando”, con el lema “En un mundo justo las niñas no son madres”. “Deseamos un mundo, o muchos mundos, donde las infancias puedan ser pensadas en su pluralidad, en sus diferencias y singularidades. Reconocer a las infancias desde las múltiples vidas que construyen ese tiempo tan particular. Elogiarlas. Abrigarlas. Escucharlas. Albergar y expandir sus deseos”
“Pensar y sentir las infancias en su fragilidad requiere de tiempo hondo disponible, de cuidados y ternura. El tiempo de la infancia es tiempo presente. Es un aquí y un ahora. Y es en este tiempo que hay niñeces que cuidar para que no pierdan su infancia. Cuidar este tiempo de vida, estas vidas, estos mundos posibles”, propone la campaña.
“Las queremos vivas de risa, vivas jugando. Las queremos niñas, no madres. Necesitamos extender y dar alojo a los tiempos de la infancia. En un mundo justo, se cuida a las niñas de la tortura del abuso y las violaciones. Por eso mismo, en un mundo justo, las niñas no son madres”, apelan con el hashtag #VivasYJugando las Socorristas en Red.
La maestra de primaria y profesora en Ciencias de la Educación Ruth Zurbirggen, activista en La Revuelta (Neuquén) y en Socorristas en Red, interpela sobre lo sucedido en Brasil desde la realidad argentina: “¿Qué vida es la vida que quieren? ¿A qué vida condenan cuando intentan impedir por la fuerza el aborto a una niña de 10 años? ¿Qué vida y para qué vida? ¿Cuánta crueldad pueden desplegar? ¿Cuánta es la crueldad que les mueve? ¿Dónde la armaron? ¿Qué odios les mueven? ¿Y qué dioses les mueven?”.
Ruth trabaja desde la Patagonia, en donde el viento empuja y la solidaridad se hace nombre, cuerpo y presencia. Ella delinea sobre los sectores anti derechos: “Es el destino, estás destinada, no tenés escapatoria. Son la sierva de algún dios. Sos parte de su rebaño. Y si morís en el parto (cosa altamente probable), también lo quiso algún dios. Nada puede cambiarse. Ni torcerse. Ni vivirse. Porque no es vida. No es vida aquella que condena a una niña de 10 años a la maternidad. Aquella que le promete que podés morirte durante el embarazo o en el parto. O morite en vida. ¡Morite! Esa es la condena”.
El debate, en tiempos de coronavirus, desnuda que la vida no es lo que se defiende, ni la muerte lo que se ataca, sino la vida y la libertad de una niña. Y la palabra vida también se puede repensar más que nunca. Zurbriggen acentúa: “Vida es la de las mujeres que se agolparon para impedir la injusticia de querer detener ese aborto. Vida es la de aquellas que saben que en un mundo justo las niñas no son madres. Vida son todos aquellos feminismos que impiden muertes de niñas. Los que exigen justicia ante el abuso sexual. Los que prometen esperanzados otros destinos”.
Mientras que la Campaña por el Aborto Seguro, Legal y Gratuito de Argentina lanzó el hashtag #GravidezAos10Mata #AbortoLegalEsVida. Jenny Duran, integrante de la campaña, enfatiza: “El embarazo a los 10 años mata. Denunciamos que en gran parte de la región la interrupción de embarazo tras una violación está permitida por la ley. Lo que sucede son obstaculizaciones, como en esta historia que tuvo una resolución a derecho. Pero no podemos permitir que sea desde las propias instituciones de la democracia desde donde se ponga en riesgo la vida de una niña, su futuro y no sean respetados sus derechos”.
Duran resalta: “La propia Ministra de la Mujer de Brasil atentó contra la niña. Estamos hermanadas en toda la región para que estas situaciones no vuelvan a suceder, instamos a los Estados a que brinden garantías de los derechos de nuestras niñas, niños y adolescentes. También exigimos la acción de las distintas organizaciones sociales, políticas de derechos humanos ante estas situaciones en las que las fuerzas de la derecha y grupos fundamentalistas y conservadores intentan obstaculizar los derechos humanos”.
Ella enfatiza: “El movimiento de mujeres y diversidades estamos atentas y no vamos a permitir retrocesos, vamos a seguir luchando por aborto legal en toda la región”.
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