Una vez mas, las calles de todo el país fueron el ámbito donde decenas de miles de personas salimos a demostrarle al kirchnerismo, que la Justicia, las instituciones, la corrupción y la impunidad sí nos importan.
No es la primera vez: ya ocurrió en defensa del fiscal Campagnoli y luego se repitió en la dura época de los aprietes contra jueces y miembros del Consejo de la Magistratura entre 2010 y 2014.
Esta vez confluyen varios aspectos inéditos, que convierten a lo sucedido el 17 de agosto de 2020 en otro hito de nuestra lenta pero progresiva maduración política e institucional.
Aunque Alberto Fernández tiene menos de 9 meses en el poder ya transcurre en un entorno de creciente disgusto.
Sería necio ignorar que heredó una economía débil, complicada antes de las PASO de 2019 y empeorada muchísimo cuando se perfiló el entonces futuro triunfo “k”.
A la crisis económica se sumó el cataclismo del Covid 19 y su efecto destructor multiplicado por una cuarentena eterna, que hace estallar economías individuales, regionales, provinciales y obviamente la nacional, agobiando psicológica y humanamente a quienes no hemos podido trabajar por prohibición o por pérdida de empleos, clientes y mercados.
El Presidente, designado sorpresivamente por su vice, es débil. Encabeza un gobierno al que con suerte podría calificarse de bicéfalo, algo que la historia demuestra disfuncional. Eso suponiendo que sea bicéfalo, algo dudoso en los temas medulares, como con frecuencia algunos voceros virtuales aclaran con una especie de “Alberto es el gobierno, Cristina es el poder”.
La incertidumbre ciudadana se agrava por los constantes cambios de opinión del presidente, que quitan certeza a los 44 millones de agentes económicos que en definitiva somos los habitantes.
En paralelo, crece la inseguridad física, promovida por una suelta masiva de delincuentes y coronada por una increíble ley provincial que prohíbe la acción policial y judicial en la toma de tierras, votada por quienes se suponía eran opositores al actual gobierno.
A ese panorama se suma la estrategia “k” de abrir grietas innecesarias, desde absurdos roces con varios países, protección a la dictadura de Maduro, acuerdos con China y hasta maltrato al idioma, castigado por funcionarios, legisladores, jueces y Banco Central.
Como si todo lo anterior no fuese demasiado, aparecen excesos en ciertas policías de provincia, a las que se imputan desapariciones y muertes que el silencio de los organismos militantes no logra ocultar.
En ese entorno hostil se detectan ataques a instituciones básicas de cualquier república, en pos de lograr impunidad para una corrupción de niveles homéricos. Tanto, que el icónico rey Juan Carlos de España tuvo que abdicar y hace poco, huir de su país, por sospechas sobre un monto menor a los que cada uno de los simples secretarios de los Kirchner, lograron “ahorrar” a escondidas de sus jefes y del actual presidente.
Quizás porque todo es ya demasiado, el 17 de agosto de 2020 la inmensa mayoría de quienes se manifestaron no clamaban contra la economía, ni contra la inseguridad, ni contra la ausencia de trabajo y de futuro, ni siquiera contra la cuarentena.
Quizás influyeron, pero el desencadenante medular del 17A fue la corrupción impune y el intento de reformar al Poder Judicial o mejor dicho, copar algunos pequeños pero decisivos lugares del Poder Judicial, donde la familia presidencial tiene problemas: el fuero federal y tan silenciado como evidente, la Corte Suprema de Justicia. De nada valieron los silencios de la dirigencia y de algunos medios, que instalaron a un Fernández moderado y diferente de una Cristina, que además había cambiado.
Quizás la política tradicional aún no percibe el inmenso y disperso poder de las redes sociales y siguen siendo sorprendidos por iniciativas de individuos anónimos. Es el síntoma mas claro de la endémica falta o debilidad de liderazgos que asola a nuestra política.
Afortunadamente, lo ocurrido el 17A es una demostración de madurez institucional enorme.
Como todas las marchas espontáneas desde hace 10 años, no ha habido incidentes, pese a algunos provocadores que nunca faltan pero a fuerza de reiterarse, ya son conocidos e ignorados.
Incluso se han respetado las precauciones que en esta pandemia imponen el sentido común y las órdenes oficiales dadas en una cuarentena que no es cuarentena pero sí lo es, por afuera de la Constitución.
Esa gran madurez institucional está en expansión y lo demuestra su asombrosa dispersión muchísimo fuera de los lugares usuales –Plaza de Mayo y obelisco- porque ocurrió en mas localidades que sus precedentes, incluyendo algunos bastiones de un peronismo atónito.
Salvo poquísimos carteles sobre otros temas, los manifestantes pedían que se proteja la independencia judicial. ¡La independencia judicial, un tesoro institucional que la Argentina casi nunca ha disfrutado a pleno pero corre el riesgo de desaparecer por completo! Con madurez, se está reclamando algo que excede el caso individual de cada uno de nosotros y supera la inmediatez de mañana o del año próximo. Eso debe darnos ánimo, mucho ánimo.
Quizás esté definitivamente despierta la clase media, esa columna vertebral de la Argentina que añoramos, caracterizada por una clase media que era mucho mas grande y fuerte que la de cualquier otro país sudamericano y atraía a quienes no la integraban pero querían hacerlo.
Los próximos meses nos van a arrojar a un 60% de pobreza, escuelas y empresas cerradas, injusticia social, planes y subsidios para la mitad de la población, que la otra mitad ya no puede pagar… un panorama nefasto.
Hay luz al final del túnel: muchísima gente no quiere que el país sea propiedad de una familia, o de un grupo, o de un partido. Y menos, de una persona. Para impedirlo está, en última instancia, el Poder Judicial. Por eso tenemos que defenderlo.
La inmensa demostración del 17 de agosto demuestra que nadie podrá meterse impunemente con quienes nos garantizar nuestras libertades. Nadie.