En Argentina no hay, hasta ahora, muertes de embarazadas, pero sí 4 fallecimientos de puérperas hasta el 9 de agosto del 2020. El escenario no mejora, se federaliza y la campaña contra las medidas no farmacológicas para evitar la propagación del coronavirus puede subir los riesgos de infecciones y contagios (también) para las personas gestantes.
Hasta ahora, en el país, hay 1.639 casos confirmados de embarazadas con Covid-19 y 1.087 recuperadas. También hubo 3.359 casos descartados. El promedio de edad de las embarazadas con Covid-19 es de 29 años.
En la Provincia de Buenos Aires hay 941 casos de personas gestantes con Covid-19 y en la Ciudad de Buenos Aires hay 559. No todas las embarazadas tienen los mismos recursos para cuidarse y ser cuidadas. Pero la desigualdad no puede generar que sus vidas importen menos. En los barrios populares porteños hay 198 embarazadas con coronavirus.
El riesgo es federal. En el Chaco hay 58 embarazadas con Covid-19; en Río Negro 18, en Santa Fe 13; en Entre Ríos 10; en Córdoba, Mendoza y Neuquén 6; en Salta 5; en Tierra del Fuego 4; en Chubut y Tucumán 3; en La Pampa y Santa Cruz 2 y en Jujuy, La Rioja y Misiones 1.
Hay 33 embarazadas con coronavirus que requirieron internación en Unidades de Terapia Intensiva (UTI). En el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) la ocupación total de camas UTI ya llega al 68,5% y, en toda la nación, al 58,6%.
En la Argentina fallecieron 4 mujeres después del parto o cesárea por Covid-19. Dos madres tenían 39 años, una 19 y otra 44 años. Tres vivían en la Provincia de Buenos Aires y una en la Ciudad de Buenos Aires. Las embarazadas no fueron un grupo especialmente vulnerable en esta pandemia. Pero no son inmunes. Y cada muerte duele.
¿Les duele a todos?
Los derechos sexuales y reproductivos implican defender siempre el derecho de las mujeres a ser madres y a que no mueran por razones evitables. ¿Cómo se puede estar a favor de la vida e intentar que se interrumpan las medidas que apuntan a cuidar las vidas?
La prohibición de la Interrupción Legal del Embarazo no preserva vidas, controla y castiga a los cuerpos gestantes. Hay mucho por hacer para preservar la vida y para que la maternidad deseada no sea, también, desprotegida, vulnerable o jaqueada en su propia existencia.
¿Cómo van a decirse pro vida quienes se manifiestan en contra de la cuarentena como una postura de boicot a una medida que permitió que no se mueran más personas de las que ya se murieron y que estemos lejos de cifras mucho más dolorosas que las que ya tenemos?
La palabra vida no es un comodín para usar cuando cada uno quiera. Y la libertad tampoco. En nombre de la vida y de la libertad no se puede estar en contra de evitar muertes y de preservar la vida. Y tampoco de que las mujeres no puedan decidir sobre su cuerpo, su destino y sus decisiones. En la Argentina hay 5.565 muertos por coronavirus. Hay que evitar que se produzcan más perdidas.
Los sectores anti derechos nunca apoyaron a las embarazadas adolescentes, las madres que quieren tener muchos hijos, las que necesitan contención para poder ser madres en medio de la soledad o la falta de recursos, cuando quieran y cuantas veces quieran. Y ahora tampoco. Pero nunca habían mostrado tanto que la vida es un valor devaluable cuando cuidarla tiene costos.
El coronavirus no solo expone a toda la población, también a las embarazadas y a sus hijos e hijas. ¿Esas vidas no importan? ¿No es importante cuidarlas? En Brasil ya hay 107.000 muertos y, hasta el 29 de julio del 2020 se reportaron 236 muertes maternas, durante el embarazo, parto y puerperio.
“Estas muertes maternas pueden considerarse feminicidios de Estado”, denuncia la médica Melania Amorim, una de las autoras de la investigación “Disproportionate impact of COVID-19 among pregnant and postpartum Black Women in Brazil through structural racism lens”.
“La mortalidad materna en las mujeres pretas debido a COVID-19 es casi dos veces más altas que las visto en mujeres blancas”, describe Débora de Souza otra de las autoras de la investigación.
En la Argentina a la complicidad civil durante la dictadura militar se la calificó de una parte de la población que “tocaba la puerta de los cuarteles” para convocar a un golpe de estado. Si la memoria no puede ser enterrada como esperan los negacionistas es porque la desaparición y el asesinato dejan huellas sociales de miedo, ausencia y disciplinamiento.
¿Qué huellas va a dejar las muertes clasificadas, contadas, pero no relatadas del coronavirus?
Los femicidios no son cometidos solo contra una mujer o muchas, son un símbolo social para que no salgan, no denuncien, no se separen, no gocen, no bailen, no brillen.
Las muertes masivas, sistemáticas y no evitadas a pesar de ser evitables son una forma de disciplinamiento social.
¿Por qué ahora una parte de la sociedad está tocando la puerta de las morgues?
En la guerra de Vietnam Estados Unidos aprendió que podía perder una guerra, pero que además la perdía dos veces si mostraba los cajones de los muertos. ¿Por qué no se ven los muertos por coronavirus?
¿Dónde están sus vidas, sus historias, sus cuerpos, sus familiares desarraigados? ¿Dónde están sus entierros, sus avisos fúnebres, su ausencia, su herencia, el desgarro de sus seres queridos? ¿Por qué queda la cuenta como un cronometro que alarma pero que no sensibiliza?
El asesinato de George Floyd disparó una ola de manifestaciones anti racistas no por ser un único caso, sino porque la rodilla sobre su cuello mostró la brutalidad policial con la impotencia de verlo quedarse sin aire frente a la filmación de un teléfono.
¿En qué se ha convertido este mundo con más miserias que duelos?
La antropóloga brasileña Débora Diniz creó el sitio reliquia rum para rendir homenaje a las mujeres afro fallecidas por Covid y recrear su historia en un relicario en Instagram. En Italia familiares de las víctimas despidieron a sus seres queridos en una página de Facebook.
El fotógrafo argentino Rodrigo Abd, que vive en Lima y trabaja en la Agencia AP, hizo un trabajo único en los hospitales desbordados y los cementerios mientras un músico tocaba el arpa para despedir a los muertos entre las tumbas que no alcanzaban para que la tierra se reparta entre los que ya no podían respirar. Pero que merecían la despedida y no el olvido.
Rodrigo fue parte del equipo ganador del Premio Pulitzer en 2013 por su cobertura de la Guerra Civil en Siria y fue finalista del Premio Gabo en 2019. En un mundo lleno de pantallas, sin embargo, él fue uno de los pocos que retrató el dolor de la despedida masiva en países sin camas, ni tumbas.
También mostró desde su Instagram como en el Instituto Nacional Perinatal y Materno de Perú fueron atendidas 2.000 embarazadas infectadas, entre abril y agosto que tuvieron que parir sin acompañamiento ni de sus parejas, ni de familiares. Y que 120 recién nacidos dieron positivo.
Mi abuela Tita se levantaba y agarraba el diario, siempre por las últimas páginas, no por los chistes, sino por los avisos fúnebres de La Nación, para ver si se había muerto alguien. La muerte merecía ser despedida, ser velada, incluso en un velo que generaba más muerte.
Mi abuelo Benito tocaba el bandoneón y dejo de tocarlo por el duelo de su padre, porque la música era una forma de deshonra. El silencio que tenía que hacer sonar el dolor.
-Vais a los cementerios?
-Mucho, mucho y le digo a los muertos mis amigos y a los vivos mis verdugos.
Con esa frase reivindicaba al lugar de los muertos la poesía Reír llorando, de Juan de Dios Peza, en donde al cómico Garrik le recetaban su risa y él remataba:
-Yo soy Garrik, cámbiame la receta.
Ahora también tenemos que cambiar la receta.
La poesía me la enseñó mi abuela. Es la única que no me olvido. Mi papá negaba la muerte desde que su hermana Diana murió por la pandemia de la fiebre amarilla, a los 18 años, en Villa del Parque. Esa muerte crucificó su vida. No hubo silencio ante su muerte, sino que se silenció la muerte. Y, como pasa siempre, cuando se la quiere tapar, la muerte brotó ramificada por la falta de duelo.
Hoy la pandemia por coronavirus es una muerte casi sin caras, sin nombres, sin duelos. Y sin el peso que la muerte genera. No solo la muerte, sino la posibilidad de evitar muertes. El confinamiento del 50 por ciento de la población mundial a lo largo del 2020 y la larga cuarentena en Argentina pueden merecer un largo camino de análisis y críticas.
La mirada crítica nunca se puede perder, tampoco frente a la necesidad de implementar medidas no farmacológicas que son necesarias, pero que siempre pueden ser más efectivas, mejor implementadas o señalar sus consecuencias negativas.
En relación a las mujeres y diversidades sexuales es evidente que el retroceso al espacio doméstico después de pelear tanto por el espacio público es un paso para atrás; la salida de las calles al rinconcito del balcón, la recarga de las tareas de cuidados; el aumento del desempleo; la baja de la productividad; la imposibilidad de compartir la crianza con abuelas, tías y la escuela; la imposibilidad de manifestarse en la calle implican un retroceso.
¿Por qué habría que negar lo evidente o analizar la realidad en un binarismo que solo agigante una grieta en donde no pueden verse los reversos de una medida que es efectiva para evitar muertes, pero que no pasa indemne por una sociedad contenida para poder preservarse?
Sin embargo, la apelación a manifestarse o romper el distanciamiento social o el tilde de infectadura y las muchas expresiones en la televisión y las redes sociales que no buscan mejorar la preservación de las vidas, sino quitar la protección social frente a la amenaza de muerte no puede pasar como un acto sin peso.
Una cosa es debatir sobre la economía, la política, la corrupción, el deporte y la justicia, entre muchos otros temas. Pero fomentar que el virus se esparza en un país con cero cultura de la distancia y un claro desapego a las normas (y muy alejado de la cultura asiática e incluso europea) excede la grieta. O crea una nueva.
No se debaten modelos de país, se tira leña al cansancio social para que las camas no alcancen, los médicos y médicas no den abasto y el Covid-19 se esparza y cobre más vidas.
El acuerdo con el que empezó la gestión de la pandemia se rompió. Pero también un acuerdo central: que es fundamental priorizar vidas y, fundamentalmente, evitar las muertes evitables. Siempre se puede discutir cómo es más efectivo hacerlo, pero es muy distinto decir que es mejor a no hacerlo.
Los rituales de despedida son imprescindibles para que la muerte no nos resbale.
Y para que la palabra vida sea un latido que no se apague, ni se gatille para controlar pero no para cuidar.
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