En los últimos 46 años el número de personas pobres creció 7% anual acumulativo y se multiplicó por 20, mientras la población se duplicó. Las políticas sociales de este gobierno, y las de los anteriores, no apuntan a las causas y se concentran en paliar las consecuencias.
Por eso en materia social no existe sólo una deuda gigantesca sino que se está en default. Y cuando eso ocurre se pierde el crédito. No se ha avanzado nada. Siete meses es poco, casi nada, para cambiar esa falla estructural. Pero no es menos cierto que hace décadas que crece y crece la pobreza y ninguna reacción ha pasado de la aplicación de políticas paliativas. No hubo y no hay hasta ahora, y tampoco ha trascendido idea alguna.
Pero siete meses es tiempo suficiente como para diseñar una salida, alguna luz que ilumine el futuro colectivo. En esto, como en otras muchas cosas, esta gestión sigue en default.
Siete meses es poco, casi nada, para cambiar esa falla estructural. Pero no es menos cierto que hace décadas que crece y crece la pobreza y ninguna reacción ha pasado de la aplicación de políticas paliativas. No hubo y no hay nada hasta ahora
La buena noticia es el avance en el camino de salida del default de la deuda financiera externa, un logro, una mejora para las posibilidades de futuro, porque la situación más insustentable, de las imaginables, era la de agregar a todas las plagas (pandemia, estanflación, inseguridad, pobreza, etc.) la del default que sería el heredado de la gestión del gobierno anterior.
Si todo sale bien, además de pagar menos (a la tasa de 7% anual la deuda se duplica en 10 años y a la de 3% en 23 años), durante el mandato presente solo se deberá oblar, a los acreedores privados de ley extranjera, sumas manejables, dejando para los próximos mandatos las importantes y crecientes hasta 2028 que, según el “Perfil Comparativo” bajan en 2030.
Una mirada gráfica, como lo propuso el ministro Guzmán en su conferencia, señala que los tres años que le quedan a este mandato presidencial deberán ser, para no volver a lidiar con la sombra del default, unos en los que habrá que ganar la confianza de los mercados internacionales para que, a partir del próximo gobierno, el país sea acreedor de la “confianza” o el crédito, que es la misma cosa.
Confianza y crédito para renovar gran parte del capital ya que se supone que se estará en condiciones de cancelar los servicios de intereses pactados e inclusive bajar parcialmente el stock de esa deuda.
La lógica de las finanzas es que existiendo enormes masas de capitales, que aspiran a obtener rendimientos financieros, existen deudores capaces de pagar esos rendimientos y mantener la confianza en la colocación. Lo que está implícito en las palabras de Martín Guzmán es que posee un programa que necesariamente incluye las consecuencias:
1. Para los próximos años hay que tener capacidad de generar la cancelación de servicios de interés (para no aumentar la deuda), reducir en parte el saldo de compromisos; y además, fundamental, generar la confianza de los mercados para la refinanciación a la misma tasa (3% anual) o menores. Más allá de la no exposición de proyecciones sólidas de las cuentas necesarias lo que está implícito es que todo eso ocurrirá (cancelación y confianza).
2. En esas cuentas que tienen que ver con la generación de dólares netos, deberán computarse las que resulten de la negociación con el FMI que son cantidades casi equivalentes a las acordadas con los bonistas, considerando que difícilmente haya quitas o cambio de tasas pactadas. En este caso, se pueden computar alargamiento de plazos e inclusive -así lo requiriera el país- más fondos.
En las negociaciones con el FMI se pueden computar alargamiento de plazos e inclusive -así lo requiriera el país- más fondos
El peso de las condicionalidades
Naturalmente nadie desconoce que el FMI, al contrario de los financistas privados que exigen tasa, exige condicionalidades. Es decir medidas, programas, que en su concepción suponen la manera de permitir el cumplimiento de esas obligaciones y “ordenar” la economía para que no resulte en un demandante permanente de recursos.
Las “condicionalidades” o las “supervisiones” programáticas del FMI fueron las que Néstor Kirchner quiso evitar cancelando USD 9.500 millones de deuda de un plumazo (2006) y a los pocos años, en 2009, el entonces presidente del Banco Central, Martín Redrado, accedía al swap chino cuyas condicionalidades no se hicieron esperar.
El ministro Martín Guzmán ratificó en su última conferencia la “visión” de Alberto Fernández al afirmar: “no deberíamos esperar un plan” y si objetivos, los cuales sintetizó como un “desarrollo inclusivo, dinámico y sostenible”.
En una presentación en la Universidad de Columbia, Martín Guzmán, hizo pública una proyección de su mirada de largo plazo en términos de objetivo y mostró una tasa de crecimiento del PBI de 1,7% anual hasta 2030. Es obvio, no lo duda el ministro, que a esa tasa de crecimiento - dejando de lado las obligaciones externas- es imposible incluir al 60% de los que estarán excluidos en la pandemia del COVID-19, según Unicef, porque a ese ritmo el PBI demoraría 41 años en duplicarse. Y descontando el crecimiento de la población, a esa tasa, el PBI por habitante se duplicaría en 116 años. No se lo ve ni inclusivo ni dinámico. Tal vez pueda ser estable. Pero de ninguna manera sostenible.
Hay que pensar en otro objetivo. Porque por escaso, por minúsculo, es una quimera. Su gran desafió, aunque no enuncie un plan o un programa, es convocar a los argentinos a crecer “en serio” a tasas casi chinas, para que el crecimiento sea inclusivo, y la economía sea dinámica y la vida nacional sostenible. Tasas de crecimiento que deben eliminar por lo menos la pobreza que se agregó en 46 años cuando era de 4% de la población.
El gran desafío del ministro Guzmán, aunque no enuncie un plan o un programa, es convocar a los argentinos a crecer “en serio” a tasas casi chinas, para que el crecimiento sea inclusivo, y la economía sea dinámica y la vida nacional sostenible
Esa tragedia de estancamiento generadora de deuda social y financiera, es el fruto de un concepción y de instrumentos y de políticas equivocadas que ignoraron el concepto del Bien Común que le da sentido a la vida en común.
Por eso le cabe esta pregunta: ¿Cómo nos convocará? ¿Y a qué? La respuesta, aunque no lo diga el ministro, es un plan. Y ese plan es muy difícil ejecutarlo con la grieta estúpida que “la política minúscula” agiganta cada día.
El autor fue subsecretario de Economía del ministro José Ber Gelbard. Es autor de “Economía y política en el tercer gobierno de Perón” y profesor en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA
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