La política puesta a prueba

Hoy necesitamos la reconstrucción de nuestro sistema político e institucional, sin el cual no tendremos ni desarrollo económico, ni equidad social

Horacio Rodríguez Larreta, Alberto Fernández y Axel Kicillof

“La guerra es la continuación de la política por otros medios”. Esta es una definición del general prusiano Carl von Clausewitz, autor de un tratado De la Guerra, que fue estudiado y valorado por todos los estrategas de guerras post napoleónicas. Participó de la resistencia a la invasión de Napoleón a Prusia (1806), luego fue jefe del Estado Mayor y director de la Academia Prusiana en Berlín. Clausewitz pensaba que la guerra moderna es un “acto político”, el único racional.

Occidente eligió sistemas políticos basados en la democracia para resolver sus diferencias y evitar la guerra, bajo nuevos paradigmas: respeto por los derechos humanos, libre determinación de los pueblos, división de poderes y libertad de expresión. Después de la Segunda Guerra Mundial y ampliándose tras la caída del muro de Berlín, estos conceptos fueron incorporándose paulatinamente, con interrupciones en algunas regiones, pero salvo excepciones hoy tiene vigencia en todo este lado del mundo.

Para Maquiavelo “la política es el arte de lo posible”, aunque también se sostiene es una frase de Aristóteles, luego expresada por muchos líderes mundiales: Winston Churchill, Otto von Bismarck, Juan Domingo Perón, Konrad Adenauer, François Mitterrand, entre otros.

La política es el instrumento de la democracia, busca el ejercicio del poder del Estado, pero en la sociedad moderna también actúan corporaciones representativas de intereses particulares, de distinta índole: profesionales, empresariales, gremiales, financieras, nacionales e internacionales que también detentan poder.

En ese conglomerado de intereses contradictorios se desarrolla el mundo de la política hoy, en un proceso de globalización y con un avance tecnológico sin precedentes. En ese escenario el poder del Estado (la política pública) debe armonizar los intereses locales e internacionales, con permanente diálogo, negociaciones, acuerdos, liderazgo y audacia en la toma de decisiones. Allí radica la responsabilidad mayor de los dirigentes de cada nación: “La tarea de un líder político es llevar a su pueblo, desde donde esta, a un lugar mejor” (Henry Kissinger).

Los países con sistemas políticos e institucionales sólidos son los que fortalecieron la política, tanto sean presidencialistas, parlamentarios, semi-parlamentarios y hasta en monarquías constitucionales. Allí está la posibilidad cierta de consolidar un Estado moderno, con un modelo de desarrollo económico, equilibrio social e integrado internacionalmente, independientemente con mayor o menor participación estatal en su economía. Sabiendo que no son gobiernos perfectos, porque la democracia en sí no lo es, pero tienen previsibilidad y confianza.

En nuestro país, y casi toda Latinoamérica, devaluamos la política y tenemos sistemas débiles con Estados frágiles, independientemente de quienes nos gobiernen.

Hay dos maneras devaluatorias. Una, las generalizaciones, “todos son iguales”, un mecanismo utilizado por sectores que necesitan desacreditar la política para hacer primar sus intereses. En el poder no hay casualidades. Y sin ser los responsables los medios masivos de comunicación contribuyeron.

También la política se autodevaluó por mezquindades, personalismos, corrupción, grescas permanentes, destrozamos los partidos y los reemplazamos con alianzas, coaliciones y /o frentes fallidos, sin capacidad de gestión. Hoy debatimos tuits o fotos como hechos políticos: es pobrísimo, mediocre y paupérrimo en términos de la política.

Desde finales del siglo XX el mundo cambió: en lo productivo, económico, educativo, tecnológico, social y geopolítico. Empujados por las nuevas tecnologías y la incorporación vertiginosa en el intercambio comercial de los países asiáticos, en especial China e India, los marcos ideológicos y conceptuales que conocimos quedaron viejos. Otros conceptos y relaciones entre naciones ocupan hoy el centro de la escena. “Los países no tienen amigos ni enemigos permanentes, tienen intereses permanentes”. Más vigente que nunca la frase de Henry Temple, más conocido como Lord Palmerston, primer ministro inglés (1855).

Mientras ese proceso mundial transcurre, acá continuamos discutiendo la grieta, los anti, los 50, los 60, los 70, los 80, los 90 o el 2001, anclados al pasado.

Y llegó “la peste”, o la guerra como denominan muchos jefes de Estado a esta pandemia del Covid-19. El mundo entró en una nueva modalidad, ante un virus desconocido que trae los efectos devastadores de la guerra, en términos humanitarios y materiales.

Las naciones están aplicando hoy, ante este enemigo invisible, métodos y acciones coyunturales (aislamientos, testeos, etcétera) de acuerdo a su criterio, su cultura y sus recursos económicos en mitigar los efectos inmediatos de la pandemia. Estas son tácticas que continuarán hasta lograr la vacuna.

Pero el futuro está puesto en la reconstrucción, es decir la posguerra o pospandemia. Eso ya depende de la estrategia que debe estar compuesta de una serie de acciones desarrolladas y planificadas cuyos objetivos son el mediano y largo plazo.

Ahí (en la poscuarentena) se pone a prueba la fortaleza de los sistemas políticos de cada país, su calidad institucional, sus recursos económicos y su eficacia estatal para dar respuestas a sociedades que volverán a demandar, libertades, derechos plenos y bienestar económico.

La Unión Europea ya comenzó con un plan de asistencia económica de 750 millones de euros a distribuir entre sus países miembros, con estrictos mecanismos de control, cumplimiento de objetivos y normas de transparencia para la utilización de los recursos. La garantía es la fortaleza de sus instituciones y sus economías previsibles, construidas en base a la política.

Otras naciones también empezaron y están planificando la recomposición en sus estructuras productivas y económicas, aun sabiendo que deben convivir con este enemigo por un tiempo más.

Pero todas saben que el mundo volverá a ser muy parecido al pre-coronavirus (con pequeños cambios en sus formas), para grandes transformaciones mundiales o epopeyas revolucionarias no hay ni pueblos dispuestos al sacrificio ni liderazgos para conducirlas, dos condiciones indispensables para cualquier modificación al actual orden internacional.

En estas circunstancias, no alcanza con armar los reiterados programas económicos de emergencia. Hoy necesitamos la reconstrucción de nuestro sistema político e institucional, sin el cual no tendremos ni desarrollo económico, ni equidad social. ¿Quién debe ordenarlo y organizarlo? La política, con los parámetros de occidente en el siglo XXI.

No hay destino de Nación si carecemos de un sistema institucional sano y fuerte donde se pueda disentir, proponer, competir electoralmente, cuyo resultado final sean políticas de estado con metas y objetivos posibles de cumplir, porque si no estaremos debilitando nuestra democracia en la percepción y valoración de los argentinos.

Hace algunos años el director de Colegio Universitario de Periodismo, profesor Miguel Pérez Gaudio, me dijo: “Nunca hubo tantos medios para debatir ideas como hoy, pero tampoco nunca hubo tan pocas ideas para debatir”.

Siento que en nuestro país hace bastante tiempo sobran gritos, exabruptos, descalificaciones y faltan ideas.

Aspiro a que esta trágica pandemia nos haga reflexionar, pensar y realizar una nación, pero recordemos qué debemos hacer para lograrlo. “El éxito no viene al paso, por suerte o casualidad. Se concibe, se prepara y recién después se realiza. Es decir depende de todas esas acciones, es preparación y organización. El éxito es obra de la previsión” (Juan Domingo Perón, Política y estrategia).

El autor fue defensor del pueblo