La cuarentena ya dio todo lo que podía ofrecer: es hora de cambiar de estrategia

Al final de la pandemia algunas naciones saldrán debilitadas y otras fortalecidas. Nuestro desafío es quedar con los vencedores

Guardar
Personal de la policía realiza controles el 29 de junio de 2020 en un ingreso a la ciudad de Buenos Aires (Argentina). EFE/Juan Ignacio Roncoroni/Archivo
Personal de la policía realiza controles el 29 de junio de 2020 en un ingreso a la ciudad de Buenos Aires (Argentina). EFE/Juan Ignacio Roncoroni/Archivo

Es un hecho que se desprende de los números oficiales que, luego de cinco meses de cuarentena, nunca dejaron de aumentar los casos diarios de COVID-19 y sus víctimas fatales. Además, casi la mitad de quienes se testean arroja resultados positivos, lo que indica un indudable descontrol respecto de lo que realmente ocurre en la realidad con los contagios. Las proyecciones internacionales para nuestro país muestran una tendencia sostenida y preocupante. Es el momento entonces de plantearnos (o no) un cambio de estrategia.

La epidemia tanto como sus derivaciones ocurren en una sociedad. Virus, contagio, enfermedad y muerte, acontecen en simultáneo con miedo, angustia, y conflicto. Economía, pobreza, y pérdida de la cohesión social son otros tantos eslabones de este círculo vicioso que oprime a la comunidad. Los expertos coinciden en que aún con una vacuna eficaz pronto, el problema se extenderá hacia bien entrado el año próximo igual que sus consecuencias a largo plazo. Para la Argentina, niveles de pobreza, destrucción de negocios y empresas, deserción escolar, violencia social e inseguridad, probablemente inéditos. Ya nada será lo mismo. Pretender que todo pase rápido para “dar vuelta la página” es poco realista, además de una mala preparación para el día después. Negar la gravedad del presente ahora presente nos volverá insensibles a lo que viene; un desempeño equivocado nos haría inútiles para el desafío futuro. Nos espera una “nueva realidad” más que una nueva normalidad. Esta es la secuela de una enfermiza relación entre virus y sociedad.

De la pandemia hay una única forma de salir y es con el Estado. Los humanos formamos comunidades para enfrentar la adversidad, desde que se tiene conocimiento. No se obtendrá mucho entonces delegando el futuro en la “responsabilidad individual” frente a los contagios; equivale a pretender ordenar el tránsito o combatir el crimen en base a la disponibilidad de cada uno. Sería un fracaso, además de insensible para con quienes no pueden rehusar sus deberes, como ser personal de salud o seguridad. La naturaleza del problema es colectiva lo mismo que su resolución. Y es esta conciencia de lo comunitario lo primero a mejorar, o el virus nos mostrará el error. El cambio cuesta porque lo anterior era cómodo para muchos; pero es irreversible.

Todos los países se encuentran en una encrucijada parecida, y al final de la pandemia algunas naciones saldrán debilitadas y otras fortalecidas. Nuestro desafío es quedar con los vencedores. Para ello debemos incorporar nuevas prácticas sociales, siempre partiendo del Estado. Porque la cuarentena en sus diferentes modalidades ya dio todo lo que podía ofrecer. Esta lucha prolongada requiere otra forma de intervención estatal, una tal que nos equipe, a su vez, para la “nueva realidad”.

Necesitamos urgente un gabinete de crisis multidisciplinario para salir a combatir al virus en terreno, sectorizadamente, con tecnología digital a gran escala y herramientas de vigilancia epidemiológica; todas estas capacidades servirán luego para combatir los grandes problemas de salud que nos aguardan al término de la pandemia y como consecuencia del empobrecimiento masivo y de un año o dos de desatención de la diabetes, la enfermedad cardiovascular, y el cáncer. Las universidades nacionales vienen realizando un aporte invariable en la pandemia; es momento de volcar toda su actividad para los testeos, laboratorios de biología molecular, producción de tecnología sanitaria, capacitación de equipos de epidemiología en terreno (rastreadores), concepción y ejecución de nuevas estrategias de desarrollo local, y otras actividades indispensables para sostener la lucha prolongada contra el virus y para resurgir en la nueva realidad.

Tenemos además motivos para propiciar una nueva cooperación en América Latina. Cooperar para la salud y el desarrollo humano, y aliarnos desde ahora para el progreso del continente actualmente más inseguro e inequitativo de la Tierra. Nadie podrá solo. La cancillería es crítica entonces. Además, los sectores más vulnerables se beneficiarían de un servicio nacional de salud. El ministerio puede retomar el control de algunos hospitales nacionales del interior y repetir las experiencias del Garrahan o del Cruce en los cuatro puntos cardinales. Un programa nacional único y unificado de formación de recurso humano en salud es otra prioridad, así como la implementación de una estrategia nacional para asistir a las comunidades vulnerables.

Los cambios necesarios son muchos y profundos. Nunca lo económico será prioridad frente a lo sanitario, a menos que aceptemos la explotación del hombre por el hombre. Pero sí podría ocurrir que se termine imponiendo el caos. Para que ello no suceda la “mesa del hambre” es más urgente que nunca, lo mismo que una “mesa de diálogo”, e instancias barriales de participación popular. Porque debemos ponernos de acuerdo ya mismo para enfrentar la enfermedad, pobreza, y conflictos que hacen a la dimensión social del ataque del virus sobre una comunidad ya seriamente dañada. De continuar la grieta, esta vez encontrará tres grupos: unos de un lado, otros del otro, y una inmensa muchedumbre desconcertada batallando en el fondo.

El autor es doctor en Medicina y fue titular del PAMI

Guardar