Esta semana, Transparencia Electoral realizó un webinar presentado como “Elecciones Argentina 2021: radiografía de la baja intensidad democrática”, que puso el foco en las grandes diferencias que existen en nuestro país entre distritos. Algunas provincias, donde la oposición no tiene chance real de llegar al poder, el gobernador tiene reelección indefinida o capacidad de designar al sucesor, maneja el 60% del poder legislativo y controla el poder judicial, no son precisamente democráticas. Es el caso de Formosa, Santiago del Estero, San Luis, La Rioja, Misiones, Neuquén y Santa Cruz; provincias “rojas” según el índice elaborado por esta organización civil.
Las verdes son aquellas donde no hay reelección del gobernador o la hay por un solo período, la oposición tiene chances reales de llegar al poder, hay equilibrio en el legislativo y el ejecutivo no tiene control del Poder Judicial. Es el caso de Mendoza, Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos y Ciudad de Buenos Aires. En el medio, están las provincias amarillas, como Salta, Jujuy, Chaco, Río Negro, entre otras, donde hay posibilidades de que la oposición llegue al gobierno, aunque normalmente los oficialismos manejan el Poder Judicial y alcanzan fuerte control del Poder Legislativo, sin llegar a niveles hegemónicos. Sin embargo, existe libertad de expresión, de prensa y respeto por las minorías, lo que las coloca en un estadio intermedio.
Según este índice, amarillo es también el color de la provincia de Buenos Aires, en la que existe una competitividad electoral notable, al punto que el peronismo cayó derrotado en 2015 por Cambiemos y en 2019 la oficialista María Eugenia Vidal perdió frente al opositor Axel Kicillof. “El peronismo ganó la mayor cantidad de las veces en el territorio bonaerense, pero de ningún modo podemos decir que tiene la vaca atada”, explicó el académico Carlos Gervasoni, experto en democracia y sistemas electorales, uno de los disertantes del webinar. Aunque, claro, hay una particularidad.
En el interior de la provincia, las intendencias son verdes. Se trata de distritos productivos, con poca dependencia de los recursos del Estado, sectores privados fuertes y una sociedad civil activa que logra hacerse oír en los medios de comunicación locales. En el conurbano, en cambio, la democracia es de baja intensidad, alcanza el rojo en la gran mayoría de las intendencias, con una institucionalidad controlada por los “barones” de distrito, con baja o nula capacidad de la oposición de llegar al poder, bajo o nulo control en sus legislaturas locales, dependencia del empleo municipal y los planes sociales y un control territorial que condiciona a gobernadores y presidentes.
En su ponencia, Gervasoni refirió en varias oportunidades el pensamiento del polaco Adam Przeworski, profesor de ciencia política en la Universidad de Nueva York, quizás el mayor experto mundial en democracia. “Democracia es el sistema en el cual los partidos políticos pierden las elecciones”, dijo en 1991, fundando una marcación que no deja lugar a equívocos. Pocos años después fue aún más preciso: “Ningún gobierno donde un partido gana dos elecciones consecutivas por el 60% de los votos es una democracia”.
¿Qué son entonces José C. Paz, La Matanza, Malvinas Argentinas, Florencio Varela, Moreno, Merlo? ¿Cómo pueden convivir esos sistemas con la Ciudad de Buenos Aires, un distrito que es inescindible del conurbano, con el que forma una región única pero a la vez institucional y políticamente tan distinta? “En el primer cordón siempre hay más competencia, la gente es más libre a la hora de votar, porque hay más industrias y servicios, la hegemonía se da en los municipios más lejanos y muy pobres”, acotó Gervasoni.
Suele creerse que el peronismo que llegó al Gobierno provincial con el Frente de Todos es el mismo de siempre. Sin embargo, el equipo de Axel Kicillof carece de experiencia territorial, tiene formación técnica sustentada en una ideología que se reinvindica marxista y casi ninguno de los funcionarios de la gestión bonaerense vivió en la provincia de Buenos Aires. Vecinos de La Plata aseguran incluso que el Gobernador y su familia no viven en La Plata como se habían prometido. Aunque todo indicaría que no pueden evitar su vocación hegemónica, tal vez puedan mirar la gestión desde una perspectiva nueva.
A poco de iniciada su mandato, vino la pandemia y el mundo de Kicillof pareció venirse abajo. Pero lo que podía ser una tragedia tal vez sea una oportunidad. La emergencia sanitaria le está dando a la provincia de Buenos Aires los recursos presupuestarios que necesita y, dada su población y aporte al PBI, que merece. Con el firme padrinazgo de Cristina Fernández de Kirchner y el respaldo consistente de Máximo Kirchner y de La Cámpora, lo que Mauricio Macri inició en la gestión de Vidal se está consolidando con mayores aportes y sin la presión de las provincias que miraban con lupa lo que recibía Buenos Aires.
Mientras tanto, otra parte del peronismo protege uno de los secretos mejor guardados de la política argentina como es el acuerdo que el albertismo tiene con el kirchnerismo para quedarse con la Ciudad de Buenos Aires en el 2023. Como se sabe, se trata de un territorio normalmente hostil para el peronismo, que desde el regreso de la democracia en 1983 solo ganó en las legislativas de 1993, cuando el candidato fue un riojano, Antonio Erman González.
El acuerdo incluiría el “retiro” de Alberto Fernández y su equipo a la gestión de CABA, en tanto la Presidencia quedaría en manos de Máximo Kirchner y la gobernación de Sergio Massa, siempre que las urnas así lo permitan. También hay otras combinaciones posibles, como la fórmula Massa-Máximo a la Presidencia y la reelección de Axel Kicillof en la provincia de Buenos Aires. Lo sustancial es sostener en el Frente de Todos un reparto equilibrado del poder, que permita la convivencia hacia el futuro.
Fernández es un militante del peronismo porteño. Como tal, se acercó a Néstor Kirchner en la prehistoria del kirchnerismo, allá por la década del 90, cuando se puso a armar el Grupo Calafate, integrado por Jorge Argüello, Eduardo Valdés, Carlos Tomada, Alberto Iribarne, Norberto Ivancich, Esteban Righi, Julio Bárbaro, Jorge Coscia, Héctor Recalde, Miguel Bonasso y Carlos Kunkel, entre otros.
No todos eran de la Ciudad de Buenos Aires, pero sí la mayoría, al punto que acompañaron la fórmula Domingo Cavallo-Gustavo Beliz en una lista que perdió frente al binomio Aníbal Ibarra-Cecilia Felgueras. De esa pelea electoral le quedó el conocimiento de otra dirigente porteña, Vilma Ibarra, quien más adelante fue su pareja por muchos años.
No es casualidad que buena parte de los dirigentes de ese Grupo hoy formen parte del Gobierno. Argüello es embajador en los Estados Unidos, Iribarne lo es en Uruguay, Valdés, presidente de la Comisión de Relaciones Internacionales de la Cámara de Diputados, Beliz, secretario de Asuntos Estratégicos, Vilma, secretaria Legal y Técnica. Algunos murieron, otros se alejaron o le pasaron la posta a sus hijos. Y otros más, que lo vienen acompañando con perfil más bajo, hoy ocupan posiciones destacadas.
Son Julio Vitobello, secretario general de la Presidencia, Juan Manuel Olmos, jefe de asesores presidenciales, y Claudio Ferreño, presidente del bloque del Frente de Todos en la Legislatura de la Ciudad. Y aunque no vengan de ese núcleo original, hay otros dirigentes porteños de vínculo estrecho con el Presidente que ocupan lugares destacados. Gabriel Fuks, secretario de Articulación Federal de Seguridad, y Daniel Filmus, secretario de Asuntos Relativos a las Islas Malvinas, entre tantos que andan más o menos escondidos por los despachos de la Casa Rosada y de los Ministerios más destacados.
Que busquen el poder es lo natural. Desde que Fernández ocupó el sillón presidencial se propusieron trabajar con base en la Legislatura para contarle las costillas al oficialismo porteño. La pandemia les jugó una mala pasada, porque obligó al Presidente a acordar políticas con Horacio Rodríguez Larreta, limando diferencias que le dieron al Jefe de Gobierno de la Ciudad una visibilidad nacional.
Esta es la solución que el peronismo tiene para la Argentina de los próximos años, equilibrio entre las distintas tribus que integran la coalición de Gobierno, a partir de un reparto equitativo de los principales estamentos del poder y una gestión centrada en el manejo de los tres presupuestos más importantes, dejando que para más adelante el análisis de qué hacer con las provincias.
¿Qué piensan en Uspallata, la sede del Gobierno porteño? “Si los argentinos en el 2023 quieren un presidente como Bolsonaro, no cuenten conmigo, tal vez podamos ganar las elecciones pero no vamos a poder gobernar”, dijo Horacio Rodríguez Larreta en un almuerzo con aliados de Juntos por el Cambio. Quienes lo escuchaban comentaron que “la construcción de un centro amplio” no les asegura la victoria, “pero él insiste en que durante 100 años el país vivió en la antinomia permanente y la decadencia no toca fondo”.
¿Habló Rodríguez Larreta de este tema con el Presidente? ¿Le explicó que su decisión es no confrontar?, quiso saber Infobae. “Claro que lo habló y le aseguró que él piensa lo mismo, lo que pasa que tiene una dependencia con los más gurkas de su coalición que lo lleva a contradicciones inevitables”, fue la respuesta.
La tranquilidad con la que el Jefe de Gobierno porteño explica sus planes contrasta con la voracidad carnívora del Frente de Todos, decidido a explorar todos los caminos posibles con tal de sostenerse y ampliar su poder. Lo que pase en las próximas semanas con la reforma judicial puede ser la clave de lo que viene.
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