Una idea para que Cristina cruce la grieta

El acuerdo con los bonistas ha cambiado el clima. Y abre la posibilidad de que, apoyados en este primer logro, el oficialismo sienta el impulso de un gesto de amplitud

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Cristina Fernández de Kirchner presidiendo una sesión del Senado (Foto archivo: REUTERS/Agustin Marcarian)
Cristina Fernández de Kirchner presidiendo una sesión del Senado (Foto archivo: REUTERS/Agustin Marcarian)

El acuerdo recién alcanzado con los acreedores de la deuda cambió de momento el estado de ánimo de los actores que componen la opinión política, económica y social del país. Y reabre en ellos la expectativa de que el Gobierno, removido uno de los principales obstáculos para cualquier previsión a futuro, los convoque a aportar para sentar las bases de un plan estructural de crecimiento.

Ello permitiría alcanzar un grado de estabilidad y previsibilidad hasta ahora inexistente pero indispensable para que el país pueda recibir inversiones públicas y privadas que lo saquen de su crónico y cíclico estancamiento.

Como vimos, el acuerdo alcanzado generó una pluralidad de adhesiones en virtud de un hecho que se reconoce unánimemente como beneficioso para el país, pero a la vez renovó la demanda de una convocatoria al conjunto que hasta ahora el gobierno no sólo no ha formulado sino que reiteradamente ha comprometido, al enrarecer el clima de convivencia con la arbitrariedad de iniciativas inconsultas respecto de temas que atañen a todos, como por ejemplo la reciente propuesta de reforma judicial, caracterizada por el sello sectario de la inclusión entre sus redactores del abogado defensor de la vicepresidente.

El efecto negativo de esa modalidad queda circunstancialmente disipado por el recibimiento positivo del acuerdo con los bonistas. Se renueva así la oportunidad para que el Gobierno promueva una iniciativa que sirva de puente para unir a las partes que hoy la denominada grieta divide.

Esa propuesta debe tener un signo distintivo tal que le permita al Gobierno cruzar el puente con la convicción de no recibir agresión alguna de los que están del otro lado, porque la bandera que porta también los contiene a ellos.

Y una bandera que nos representa a todos es aquella que contribuye a nuestra unidad de cultura, base para la unidad política, base para un proyecto común de Nación.

Aunque el espíritu de facción ha sido hasta ahora la norma del kirchnerismo, que lo configura casi como una secta para la cual todo lo de adentro es bueno y todo lo de afuera es malo, no se puede descartar la posibilidad de que, apoyados en este primer logro, sientan el impulso de un gesto de amplitud.

Por todo ello no hay mejor bandera para cruzar ese puente que la disposición a ceder algo que fue apropiado por el espíritu de secta en vez de ponerlo al servicio de todos.

Por ejemplo, sustituir el nombre de Néstor Kirchner del Centro Cultural ubicado en el Palacio del Correo por el de un escritor argentino de dimensión universal como es Jorge Luis Borges sería una decisión tan inobjetable como convocante.

El Palacio del Congreso refaccionado para albergar un Centro Cultural que iba a llamarse "del Bicentenario", pero primó el espíritu sectario (Télam)
El Palacio del Congreso refaccionado para albergar un Centro Cultural que iba a llamarse "del Bicentenario", pero primó el espíritu sectario (Télam)

Este hecho tendría resonancia nacional e internacional porque Borges es considerado como el mejor autor argentino y también el más trascendente a nivel universal.

Un gesto así se inscribiría en una tradición que hemos visto presente en muchos episodios de nuestra historia. Oportunamente, cuando el kirchnerismo quiso sustituir la figura de Roca por la de Evita en el billete de 100 pesos, propusimos ¿por qué no Evita y Roca? Teniendo en cuenta que el general Perón, que se reconocía en la línea histórica hispánica, cuando nacionalizó los ferrocarriles, los bautizó con los nombres de figuras como Roca, Mitre, Urquiza y Sarmiento, identificadas con la corriente anglosajona, como aporte a la unidad al asumir la totalidad de la construcción histórica argentina, por encima del signo ideológico de cada uno de sus protagonistas. Consciente de que el todo es contenedor de todas y cada una de las partes pero ninguna de las partes es contenedora del todo.

O Sarmiento, que pese a sus diatribas contra el gaucho argentino, lo retrata mejor que nadie en su Facundo.

La propia Cristina Kirchner, que se siente identificada con Napoleón, debe conocer mejor que nadie su frase sobre la historia de Francia: “De Clovis al Comité de Salvación Pública, me hago cargo de todo”.

Sirvan estos antecedentes entonces para que la Vicepresidente de la Nación, al sustituir el nombre de su extinto esposo por el de Borges, dé una muestra de apertura cultural en grado tal que permita abrigar la esperanza de estar dispuesta a abarcar la diversidad sobre la base del diálogo y con una política que le otorgue un carácter concurrente a los intereses de todos los argentinos y no sólo a los de su facción. Neutralizaría de este modo el eterno uso que muchos hacen de la opinión política del escritor para ahondar la grieta entre los argentinos.

Y, si no se atreve a tanto, le queda Leopoldo Marechal...

El autor es dirigente justicialista; ex subsecretario general de la Presidencia y ex vicepresidente de la Internacional Demócrata de Centro (IDC)

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