¿Y dónde están los líderes?

La región no ha podido consolidar un liderazgo claro y eso potencia la crisis del coronavirus

Foto de archivo - Un hombre lleva una máscara facial como medida de protección contra la enfermedad del coronavirus (COVID-19) pasa frente a una casa de cambio de moneda cerrada, en el centro de Buenos Aires, Argentina. May 22, 2020. REUTERS/Agustin Marcarian

Si bien existen elementos comunes en toda crisis, cada una tiene sus particularidades que las vuelven únicas. En términos generales, sabemos que las crisis son sorpresivas, se caracterizan por desestabilizar el orden establecido, generan un clima de urgencia en contextos de alta incertidumbre, y resultan de difícil control. Por ello, muchos especialistas sugieren que las crisis no se superan o enfrentan, sino que se gestionan. En comunicación política esto asume particular relevancia, ya que se trata de un ámbito de trabajo que se caracteriza por una dinámica constante.

La complejidad de la crisis del Covid-19 remite eminentemente a su carácter global, por lo cual su gestión en el mediano-largo plazo no se puede limitar a los abordajes aislados de cada país. ¿Cuánto tiempo puede un país, en este mundo hiperglobalizado, cerrar herméticamente sus fronteras con naciones vecinas que están atestadas de contagios y muertes? Tal ha sido el origen y radicalización de este virus: desde un pequeño mercado en Wuhan hasta el pueblo más remoto de Sudamérica. Como señala el sociólogo especialista en globalización, Roland Rovertson, vivimos en tiempos de “universalización de lo particular y particularización de lo universal”.

Por otro lado, la imprescindible recuperación económica tras la catástrofe, en un mundo tan conectado e interdependiente, no sería posible si no se piensan políticas en conjunto a escala regional y mundial. Las crisis, como la recomposición, no son posibles de gestionarse en su totalidad de forma unilateral. La globalización echa sus raíces en todos los ámbitos de la vida cotidiana. Desde la producción de piezas electrónicas de los celulares que tan integrados están en nuestra cotidianeidad, hasta la elaboración de alimentos o la producción de medicamentos e insumos médicos. Resulta ingenuo pensar que la gestión pública podría lograr resultados positivos asilándose, cerrándose y evitando que las buenas ideas y esfuerzos de otros países se coordinen con los autóctonos. El mundo está interconectado y salvarse aisladamente es solo una ilusión.

Si los países que, en el mundo antes del Covid-19, tendían a cerrarse y a generar barreras para proteger sus economías, esta inercia llevará a ralentizar la recuperación económica. Con ese diagnóstico diversas regiones están trabajando en instrumentos que les permitan reactivar sus matrices productivas lo antes posible. La Unión Europea, por ejemplo, transita ese camino. Entre sus aliados, están algunos de los países más afectados: Italia acumula a la fecha más de 35 mil muertos, Francia más de 30 mil y España más de 28 mil. Sin embargo, han entendido que para reactivar cada país necesitan potenciar la región, mientras el resto del mundo se recupera. Proyectan construir así un fundo de 840 mil millones de dólares para generar un impacto positivo en cada uno de los países y así reactivar la producción y el consumo.

Es evidente que cada país y cada región necesita instrumentos diferentes para superar las crisis. No necesariamente la calidad de los proyectos se mide por un monto de dinero, pero sí por la coordinación de los esfuerzos y el diálogo.

Un desafío regional

A nivel latinoamericano es evidente una falta de cooperación entre los países. Con la caída de Evo Morales en Bolivia, la asunción de AMLO en México, el Brasil de un impredecible e inestable Bolsonaro, y su alineamiento con el siempre polémico Trump, sumado a los naturales recambios de signo político que se dieron en países como Argentina y Uruguay, la región no ha podido consolidar un liderazgo claro.

Sin dudas no es un problema excluyente de la región, sino que es una característica de nuestro tiempo. En un reciente informe realizado por la encuestadora Gallup, se puede evidenciar esta crisis del liderazgo global. Tomando como muestra 1000 casos de cada 135 países, hasta 2016 la percepción de los encuestados a nivel mundial era evidente: Estados Unidos era identificado como el país con el liderazgo mundial más claro. Sin embargo, desde entonces ese lugar ha sido ocupado -en términos de percepciones- por Alemania, y en menor medida China.

Cada presidente define sus alianzas y con ello intenta configurar escenarios internacionales que le sean favorables. Quizás con mayor pendularidad que en otras carteras, las relaciones exteriores de Argentina han oscilado en los últimos gobiernos desde una alianza bolivariana –con Venezuela, Bolivia, Ecuador y en menor medida el Brasil de Lula y Dilma- a una alianza liberal con Estados Unidos, Chile, Macron y otros líderes europeos. Sin dudas estos escenarios tuvieron tanto elementos positivos como elementos negativos. Lo llamativo –y alarmante- de nuestra política exterior es la falta de políticas que puedan sostenerse, no por 100 años, sino al menos por 10.

A diferencia de lo que ocurría en el gobierno anterior, Alberto Fernández dio cuenta de su capacidad de diálogo con propios y extraños. Logró comenzar a desandar el escenario de polarización y crispación reinante desde hace varios años. Comenzó su gestión de la crisis –allá por marzo- reuniéndose con gobernadores e intendentes oficialistas y opositores, dando cuenta de la necesidad de que el conjunto de provincias y distritos trabajen coordinadamente, pero con su necesaria autonomía. Nadie conoce los territorios como los gobernadores e intendentes, pero nadie puede articular acciones federales como el gobierno nacional.

Es evidente que, en la región, la crisis del Covid-19 se potencia con la crisis de liderazgos. Esta es una oportunidad para que Alberto Fernández exporte su modelo de trabajo hacia afuera, dialogando con otros mandatarios, construyendo consensos, y procurando gestionar la crisis de manera regional.

*Sociólogo, consultor político y autor de “Comunicar lo local”