La última vez que compartí con ella un muy entretenido almuerzo fue en diciembre de 2010. Siempre elegante, llegó puntual a la cita como cada año cuando la Asociación de Mujeres Jueces la invitaba especialmente. Era querida y admirada por todas y en esa oportunidad nos contó que quería festejar sus cien años en el Luna Park. El destino le jugó una mala pasada y no pudo cumplir ese deseo. Murió el 1 de agosto de 2011. Sus restos fueron velados en el Salón de los Pasos Perdidos de la Cámara de Diputados.
Muchas fueron las personalidades que se acercaron a despedirla, pero hubo un emotivo y recordado momento del que fui testigo privilegiada: cuando una “atea militante” despidió a una “católica pensante”, destacando su trayectoria y sus valiosos aportes a favor de la igualdad de oportunidades y de la igualdad de género. Era Carmen Argibay que daba su último adiós a una señora “maestra por vocación, abogada por elección y política por pasión”.
Florentina había nacido el 14 de febrero de 1912 en Olavarría (provincia de Buenos Aires), la menor de ocho hermanos. Se recibió de maestra a los 17 años y, a pesar de que le hubiera gustado ser odontóloga, estudió abogacía en la Universidad de La Plata, donde se graduó en 1945. Al año siguiente se afilió a la UCR y comenzó su tarea militante.
De profundas e inclaudicables convicciones democráticas, luchó incansablemente por el reconocimiento de los derechos de las mujeres, de los derechos civiles y las minorías, bregando por la igualdad de género.
“Siempre les digo a las mujeres que todo se puede hacer si una quiere.” Y Florentina lo hizo. Entre 1983 y 1991 creó en el ámbito del Congreso de la Nación la Comisión de Familia, Mujer y Minoridad, que presidió durante varios años, y desde allí presentó más de 150 proyectos legislativos de gran trascendencia social que produjeron cambios profundos en la vida de los argentinos.
Temas que hasta ese momento eran impensados fueron abordados con valentía y compromiso. Puso en la agenda política nacional la discusión sobre la patria potestad compartida, el divorcio vincular, la pensión al viudo, la pensión a la cónyuge divorciada, la igualdad de los hijos extramatrimoniales, el derecho de la mujer a seguir usando el apellido de soltera luego de casada, la pensión a la concubina y concubino, la ley de cupo femenino, y muchos otros que no tuvieron tratamiento legislativo como el estudio obligatorio del Papanicolau y la planificación familiar. Respecto del aborto decía claramente: “…yo tampoco quiero que la mujer aborte, pero no la combato con la ley, sino con la educación sexual, con los anticonceptivos”.
A pesar de que no le gustaban los elogios, recibió numerosos premios y reconocimientos. En 1999, la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires la declaró ciudadana ilustre. La Universidad Nacional de La Plata la distinguió como Graduada Ilustre el 23 de noviembre de 2010 por su defensa de los derechos de la mujer. Fue la primera egresada en recibir esa distinción.
Decía “el único mérito que me reconozco es la coherencia, digo lo que pienso y hago lo que digo”, y a sus 99 años necesitaba -según sus propias palabras- 99 años más para lograr imponer la “revolución educativa” para terminar con las desigualdades y adquirir buenos hábitos. Ejemplo de rectitud, honestidad, coherencia y valentía. ¡Gracias, Florentina, por abrir caminos y habernos honrado con tu amistad!
La autora es directora ejecutiva de la Asociación de Mujeres Jueces de Argentina