“No toda innovación tecnológica es beneficiosa”, advirtió recientemente el pensador italiano Loris Zanatta.
A su vez, en los últimos años, han proliferado trabajos sobre los problemas de la democracia liberal representativa. Algunas de esas observaciones provienen de fuertes críticos de la democracia clásica. Se trata de los partidarios de otro tipo de democracia, que se ha dado en llamar “democracia iliberal” -como se ha referido Fareed Zakaria-, denominación posteriormente utilizada por Rosenvallon y el primer ministro de Hungría Viktor Orbán, y a la que se conoce con el nombre genérico de “populismo”.
Otros autores defienden la idea de democracia liberal pero perciben y analizan sus debilidades y los peligros que enfrentan. Algunos de estos pensadores son Yascha Mounk, Giovanni Sartori, entre otros. Ellos parecen responder a la recomendación de Toni Judd, quien en su obra The Twentieth Century (2012) sugería que era mejor prestar atención a las falencias de la democracia, en lugar de promoverlas sin analizar aquellas falencias.
Daniel Innerarity es uno de los más destacados de este último grupo de intelectuales. En su obra Una teoría de la democracia compleja: Gobernar en el siglo XXI, Innerarity sostiene que la democracia tal como la entendemos es demasiado simple para responder a los problemas actuales y que debemos actualizarla. Lo que necesitamos es que, a partir de esas observaciones de Innerarity, aparezcan ideas, marcos referenciales e instrumentos a los cuales poder incorporar y enriquecer la idea de una democracia compleja que le sirva de mejor manera a la sociedad.
Por su parte, Martín Parselis -un argentino doctorado en la Universidad de Salamanca- hace un aporte muy importante a través de “Dar sentido a la técnica” para validar ese cuestionamiento de Innerarity: se pregunta hasta qué punto es posible analizar la democracia sin considerar los cuestionamientos de la tecnología a la realidad actual. La esperanza es que a través de ese agregado podamos abordar con mejores herramientas los desafíos que tendremos por delante y refinarlos para lograr una cierta “nueva normalidad”.
Desde ya que es una tarea compleja, pues las cuestiones que nos plantea la crisis deberán ser abordadas desde múltiples perspectivas disciplinarias y del pensamiento en general. De hecho, aproximaciones muy interesantes ya están apareciendo y nos van permitiendo salir de la maraña de información/desinformación que nos aturde a diario. Este nuevo trabajo de Parselis se encuadra dentro de lo que ya había propuesto al referirse a “tecnologías entrañables”, un trabajo colectivo que se publicó bajo el titulo de “Tecnologías Entrañables ¿Es posible un modelo alternativo de desarrollo tecnológico?”.
Dice Parcelis que “el atrincheramiento tecnológico, la pérdida de flexibilidad, es un efecto del desarrollo de las tecnologías y el establecimiento de múltiples vínculos de interdependencia con intereses industriales, valores culturales y formas institucionales, entre otras cosas”. Visto de esa manera, es innegable que los sistemas tecnológicos tengan una marcada influencia en la vida social y en los sistemas políticos. Es imprescindible el relevamiento del protagonismo humano en el cambio tecnológico.
En el desarrollo tecnológico hay buenos ingenieros, pero también intereses comerciales y una gran variedad de agentes influyendo sobre las trayectorias tecnológicas. Carecemos del conocimiento acerca de los impactos que resultarán de su desarrollo: cuando la tecnología ha madurado, ya tenemos la información, pero carecemos entonces del poder para modificarla.
No hay un solo futuro tecnológico, sino muchos posibles. Alcanzar uno u otro depende de las personas que toman decisiones. Es por eso que la primera y principal pregunta es a dónde queremos ir y quién debe tomar la decisión. Ello abre un abanico sobre el alcance del sujeto que debe decidir, abriendo la decisión de sujetos que deciden a la participación ciudadana. “Constituye un espacio de reflexión, dice Parselis, sobre la naturaleza de la tecnología y el cambio tecnológico, sobre los rasgos que contribuyen a hacer de la tecnología algo deseable o indeseable”. En el fondo se trata de abrir un espacio central para la ética y la participación democrática, corrigiendo el tradicional déficit normativo en la regulación del cambio tecnológico.
La mayoría de la población acepta el valor de la ciencia y la tecnología en procura de bienestar, salud y prosperidad. Pero al mismo tiempo desconfía de los peligros de una sociedad tecnificada y de las consecuencias indeseables del desarrollo tecnológico. Una de las razones que abonan ese temor o desconfianza y el pesimismo tecnológico de los filósofos del siglo XX es el carácter extraño y alienante de las tecnologías que afectan a la vida de las personas, pero que les son ajenas.
La tesis de Parselis es que se puede hacer las cosas mejor, ya que las cosas son como son porque hay personas que toman decisiones para que sean así, pero que a la luz de los análisis filosóficos y sociales se podrían tomar decisiones distintas sin renunciar por ello a impulsar el desarrollo tecnológico y a aprovechar sus consecuencias sociales y económicas beneficiosas.
Al hablar de “tecnologías entrañables” se hace referencia a una tecnología sobre la que podamos ejercer el control y hacernos responsables de su desarrollo como ciudadanos ilustrados, considerando su valoración estética, política y moral, así como la evaluación de riesgos, impacto ambiental y consecuencias sociales de una tecnología.
De lo que se trata es de tener nuevos criterios para dar sentido al desarrollo tecnológico. La perspectiva desde la economía, la política, la sociología, la ingeniería o la ciencia mantiene discursos que suelen simplificar demasiado. La perspectiva sociológica abre la discusión a las formas de poder que se manifiestan en la aceptación e implementación de ciertas tecnologías, que son depositarias de una carga valorativa que, a veces, nos resulta contradictoria, ambivalente y extraña, cuando nos damos cuenta de algún efecto nocivo o de consecuencias no deseadas. Solo en esos casos advertimos que estamos atrapados y alejados de toda posibilidad de tomar decisiones sobre ellas.
Es necesario entender el diseño y la producción como inseparable del uso, ya que ambos forman parte del mismo conjunto. Ya sea en forma consciente o deliberada, las sociedades incorporan estructuras tecnológicas que influyen en la forma de trabajar, de comunicarse, de consumir.
Nuestra cultura y nuestras manifestaciones técnicas no son fenómenos independientes y el siglo XXI volvió a pensar la técnica y lo humano como una unidad y no como categorías separadas. Técnica y cultura se entretejen de tal modo que una modifica a la otra: no toda producción técnica es deseable o buena.
Con esa visión en mente, Parselis propone un concepto de “tecnología entrañable”, una tecnología más cercana, más familiar, y que cumpla ciertos requisitos: que sea abierta, es decir que su diseño no sea ajeno al usuario; dócil, si su funcionamiento, control y parada depende de un operador; limitada, que su desarrollo sea compatible con los recursos disponibles y sus consecuencias; previsible; reversible, lo que implica que su diseño incluya procedimientos para su desmantelamiento; recuperable, con sistemas que faciliten la recuperación; comprensible, es decir, que se pueda comprender su funcionamiento a partir de una formación cultural no especializada; participativa, para promover la implicación ciudadana en su desarrollo y en la discusión de las opciones tecnológicas; sostenible, que minimice el impacto en los bienes comunes; polivalente, que responda a diferentes objetivos integrados; y socialmente responsable, y que apunte a combatir la desigualdad social y contribuir a mejorar la situación de las personas menos favorecidas.
Este decálogo establece las condiciones necesarias, según Parselis, para que la tecnología haga su aporte a la sociedad.
Con esas condiciones, se habrá dado un paso más para que la democracia pueda adaptarse a la complejidad del mundo actual.
El autor es director del Interamerican Institute for Democracy