Mario tiene 37 años, dos hijos y vive en Moreno. Trabaja en el área de siniestros de una compañía de seguros. Es decir, se encarga de procesar las denuncias para que el seguro pague en tiempo y forma. Hace 14 años Mario se despierta todos los días a las 5:30 am para desayunar, tomarse el tren y el subte y llegar a las 9:00am a su oficina en Microcentro. Por las tardes recorre el mismo trayecto para volver a su casa y poder estar a la noche compartiendo la cena con su mujer y sus hijos. Afirma que tiene ganas de empezar la carrera de contador en la Universidad de Luján, que le queda cerca. “La quiero hacer lento, a mi ritmo'‘, dice con modestia. Le preguntó a su jefe si los martes y jueves podía irse media hora antes, para llegar puntual a cursar. La voluntad de Mario conmueve. Además de las doce horas que le demanda su trabajo quiere sumar cinco de cursada. “Quiero darle el ejemplo a mis hijos” sostiene.
Valeria nació en Bariloche y estudió programación a distancia. Una persona brillante, con una mentalidad diferente al resto. Valeria no estudió programación por ser de las habilidades con más demanda del mercado, sino que la veía como una herramienta para transformar el mundo. Siempre le dolieron las malas experiencias con las empresas, la falta de digitalización, de instantaneidad y quería aportar su granito de arena para que éstas mejoraran la relación con sus clientes a través de la tecnología. Desde Bariloche, trabaja para una consultora de software con sede en Buenos Aires y ayuda a muchas empresas argentinas e internacionales a transformar sus productos.
Seguro que al leer los últimos párrafos, los nombres de Mario y Valeria se difuminaron y surgieron los de otras personas en situaciones parecidas. Amigos, compañeros de trabajo. A Mario y a Valeria los conocemos todos. Mario y Valeria somos todos.
La pandemia actuó como un acelerador de procesos que se fueron desarrollando durante años. Les dio otro ritmo, otra urgencia. Seguramente hizo más por la transformación digital que todos los proyectos pensados con anterioridad, entre los cuales está el teletrabajo. Antes de la pandemia muchos jefes desconfiaban de esta práctica. Había rubros, por estar más avanzados, como el tecnológico, donde se aceptaba y otros en los que no podía ni pensarse aquella posibilidad. Muchos trabajadores, en sus entrevistas de trabajo, reclamaban más días de home office como el beneficio principal y los empleadores solían ser reticentes a entregarlos. Ya sea porque desconfiaban de los trabajadores, por la ilusión de control al ver a todos en la oficina o por la simple idea de qué “ir a trabajar” tiene tan esencial la parte de “trabajar”, como la de “ir”.
Nunca está de más preguntarse qué hay detrás de una ley que pretende desalentar algo que venía funcionando bien, que los trabajadores lo exigían como beneficio, que evita viajes largos en transporte público o en auto, con el desgaste que esto significa, como así también sus costos económicos y ambientales. Un beneficio que permite que los trabajadores estén más tiempo en sus casas, con su familia, que ayuda a no seguir profundizando la concentración poblacional en las grandes ciudades. Nunca está de más preguntarse por qué quienes deciden estas leyes no quieren escuchar a los empresarios, cuando la base de la democracia está en escuchar a todos, cuando son ellos quienes están más cerca de los trabajadores y comparten su día a día. Nunca está de más preguntarse por qué un grupo de personas, con sueldos elevados, con pasajes pagos en avión, que en este momento está sesionando en forma virtual y que en la mayoría de los casos siempre trabajó para el Estado, no le presta atención a las encuestas, como la de Isonomia, que afirma que en un 69% los trabajadores creen que el teletrabajo es la herramienta mas adecuada para conciliar la vida laboral con la personal.
Las empresas (en su mayoría PyMEs) y los trabajadores, ambos tan dañados por esta pandemia, se encuentran con el absurdo de una ley que frena el desarrollo de una modalidad ventajosa para ambos. Si querés resultados distintos, no hagas siempre lo mismo, dice una frase popular. Argentina, otra vez, se encuentra con una ley que castiga tanto a las empresas y la creación de fuentes de trabajo, como también desconoce la propia voluntad de los trabajadores que cínicamente expresa querer defender.
Los argumentos en contra de esta la ley planteados por los empresarios y que nuestros legisladores pretendían no escuchar, van a hacer que simplemente no se permita esta modalidad. Las empresas, para operar, necesitan tener cierto grado de previsibilidad. Por ejemplo, cuánta gente estará trabajando desde la oficina corporativa es una de ellas. Hace a la cantidad de metros cuadrados necesarios, de puestos de trabajo, de baños, etc. La posibilidad unilateral para decidir retornar del teletrabajo a la oficina, no dando previsibilidad alguna sobre los puestos disponibles que debe tener la compañía, lo único que va a generar va a ser que la empresa haga ejercicio de su posibilidad unilateral de no extender esta modalidad, imposibilitando a muchos de poder gozar de ella. Lo mismo sucede con los horarios. La desconexión digital es un derecho sumamente valioso que todos debemos defender, con o sin teletrabajo. Sin embargo, si a esto le sumamos que aquellos que trabajan remoto pueden utilizar horas de trabajo para el cuidado de otras personas que viven en su casa (algo que lógicamente esta impedido en el trabajo presencial) y que si recuperan horas por fuera del horario laboral tienen derecho a hacer juicio, podemos predecir con claridad cual será la decisión de las empresas. Ejemplos como estos, en la ley, hay muchos.
Criticar un proyecto de ley de este tipo no significa menoscabar los derechos de los trabajadores, no significa estar en contra de todos los puntos allí planteados. Por el contrario, se trata de intentar generar una ley que fomente una práctica en la que coinciden todas las partes. Se trata de intentar empujar a la Argentina hacia el futuro y no clavar estacas en el pasado. Es querer aportar una herramienta que ayude a disminuir la contaminación y la concentración en áreas urbanas. Es pelear por el derecho, que debe ser defendido por toda la población, a que los legisladores escuchen a aquellos que van a implementarlas leyes que ellos escriben sentados desde sus casas y exigirles que tomen decisiones fundamentadas, pensadas.
Es, en el fondo, intentar darle una solución a Valeria para que pueda seguir trabajando desde Bariloche, cerca de su familia, y a Mario para que pueda estudiar, ver a sus hijos y para que no tenga que hacer cuatro horas de viaje todos los días.