El 1° de marzo, en su discurso de asunción, el presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou, expresó: “Estamos convencidos de que si al final del período los uruguayos son más libres, habremos hecho bien las cosas, de lo contrario, habremos fallado en lo esencial. Permítanme, entonces, invitarlos a trabajar por la libertad en todas sus formas: la libertad de poder vivir en paz, la libertad de poder elegir un trabajo digno, la libertad de poder darle un techo a la familia, la libertad de poder perseguir los sueños personales, porque se cuenta con las herramientas para hacerlo; la libertad de expresar las ideas de cada uno sin temor a ser hostigado por quienes piensan distinto, la libertad de crear, de innovar, de emprender y de tender a la excelencia; la libertad de criticar al Gobierno cuando se lo merezca, la libertad de buscar la felicidad de cada uno de nosotros por los caminos que cada uno elija recorrer”.
La crisis sanitaria que estalló pocos días después permitiría ver reflejado en los hechos dicha voluntad. Veámoslo sintéticamente a partir de la entrevista que le realizó Alfredo Leuco, a mediados de julio, en la cual Lacalle describió la metodología adoptada por su gobierno para hacer frente al coronavirus, sin decretar una cuarentena obligatoria, como la establecida en nuestro país: “El uruguayo tiene una vocación genética en la libertad. Es un bien muy preciado, que a veces en la lógica diaria se nos olvida. Pero, en las difíciles, el uruguayo sale adelante con ese valor y lo defiende. En eso obviamente nos inspiramos: yo no estaba dispuesto a obligar a los uruguayos a confinarse, a ir rumbo a un estado policíaco”. Y lo enfatizó con un ejemplo: “Les pregunté (a la oposición) si alguno estaba dispuesto a ir conmigo a subir a un móvil policial, y empezar en una feria a meter gente adentro, gente que está tratando de hacer un peso. No se puede meter preso al que trata de ganarse el peso. ¿No somos capaces en Uruguay de apelar al cuidado personal, individual y colectivo? El uruguayo dio una gran demostración”.
Libertad y responsabilidad, dos conceptos inseparables, como lo remarcó el mismo presidente uruguayo en una conferencia online organizada por la Fundación Libertad, el pasado 25 de julio: “Durante estos meses hubo un estricto autocontrol y censura popular a aquellas personas que no llevaban adelante los cuidados pertinentes. A partir de esta libertad responsable, que rigió sin obligatoriedades, se generó un empoderamiento en los ciudadanos que va a hacer que a los gobernantes nos tengan muchos más cercanos en el contralor”. ¡Qué distinto a nuestra realidad!
¿Libertad? Como señala el padre Pedro Opeka, un argentino propuesto varias veces al Premio Nobel de la Paz por su incansable trabajo con los pobres en Madagascar, uno de los países más subsumidos en la pobreza: “No debemos asistir, porque cuando lo hacemos, disminuyendo a la gente, los convertimos en dependientes, casi en esclavos de nosotros. Y Dios no vino al mundo para hacernos esclavos sino para liberarnos, ponernos de pie. Hay que combatir el asistencialismo hasta en la propia familia porque, si no, no dejamos crecer a los hijos. De lo contrario, los hijos se acostumbrarán a recibir todo de los padres, y estos envejecen. Lo mismo sucede con los pobres. El problema en muchos países, incluyendo Argentina, es que los dirigentes políticos se encargan de hacerles creer que el Estado les va a resolver todos los problemas”.
¿Responsabilidad? ¿Cuándo asociamos en nuestra vida cotidiana el resultado de nuestras acciones con nuestra propia responsabilidad y no con la del otro? ¿Cuándo aceptamos que nuestros hijos han sido aplazados porque no estudiaron y no por culpa del otro, de la injusta maestra que el azar les ha deparado? ¿Cuándo admitimos que nuestro equipo ha sido derrotado por su pobre desempeño y no por culpa del otro, del referee inepto o corrupto, según le resulte más satisfactorio a nuestro imaginario? ¿Cuándo?
El vivir en una sociedad normal, en una sociedad en la cual se favorezca la igualdad de oportunidades independientemente de la cuna, en una sociedad donde cada hombre sea libre de realizarse tomando los riesgos que desee afrontar, accediendo al fruto de sus decisiones acertadas y pagando los costos de sus errores, ¿de qué depende sino de la educación? De la educación formal, la cual nadie duda debe mejorar y mucho, pero fundamentalmente de la educación en valores. De enseñar a nuestros niños a amar la libertad, pero con la responsabilidad imprescindible, tal como lo remarca Luis Lacalle Pou.
Imaginémonos si lo hubiésemos hecho años atrás, ¿estaríamos enfrentando la pandemia como los estamos haciendo o nuestra sociedad hubiese demandado una estrategia como la descripta por el presidente del Uruguay? Si deseamos nunca más sufrir los terribles costos que habrá de dejar la actual cuarentena, debemos educar a nuestros jóvenes para el ejercicio de la libertad con responsabilidad. La clase de sociedad que seremos de aquí a unos años depende de ello.
El autor es rector de la Universidad del CEMA y Miembro de la Academia Nacional de Educación