La Segunda Guerra Mundial dejó a la Alemania nazi literalmente destrozada y sin posibilidades de reconstrucción alguna. En vez de los mil años de prosperidad y de dominio que Adolfo Hitler había prometido con su Tercer Reich, ahora era un escenario de desolación y miseria inenarrables: mujeres que habían perdido a sus maridos e hijos, hombres que habían perdido a sus mujeres, hombres y mujeres que habían perdido sus hogares y a sus hijos; familias que habían perdido enormes campos, granjas, tiendas, destilerías, fábricas, molinos, etc.
Si bien Alemania logró pasar casi toda la guerra en medio de un relativo confort, la ofensiva soviética de 1944, los bombardeos masivos de los Estados Unidos y Gran Bretaña y en general el agotamiento de los recursos hicieron que la devastación irrumpiera como un tsunami ese año en sus tierras y hogares. En pocos meses, para quebrar la voluntad de lucha de las Fuerzas Armadas Alemanas, los Aliados tuvieron que emplear al máximo el poder de fuego, especialmente de las respectivas Fuerzas Aéreas que arrasaron ciudades y zonas rurales. Las epidemias de tifus, difteria y disentería prosperaron y comenzaron a dejar más víctimas que las propias operaciones militares. En toda Alemania unos 20 millones de personas perdieron sus hogares. “Disfruta de la guerra, la paz será terrible”, decía un chiste macabro cuando se acercaba la rendición incondicional, que finalmente llegó en 1945 y efectivamente, fue espantosa.
Sin embargo, solo dos décadas después, el PIB de Alemania Occidental correspondía al 70 por ciento del de Estados Unidos y su economía era la tercera a escala mundial, superada solo por las dos superpotencias de entonces. Como el ave fénix, esta gran nación había recuperado en un abrir y cerrar de ojos su músculo económico y su papel protagónico a escala continental.
En este punto, es importante recordar que esta fabulosa transformación, única en la historia de la humanidad, se logró no solamente desde el punto económico sino con su inseparable y esencial compañero de ruta, la reforma política. Es decir, se cambió de raíz el régimen totalitario del nacional-socialismo por el sistema institucional de la libertad, restaurando la república en su máxima expresión. Recordemos que los liberales somos intrínsecamente demócratas por convencimiento, no por imposición y creemos en el gobierno de las mayorías dentro de un marco jurídico que respete los derechos inalienables de las minorías, dentro de un marco de absoluta libertad de expresión y prensa. La democracia, para que realmente lo sea en forma integral, debe ser multipartidista y tiene que estar organizada con un gobierno reducido pero extremadamente eficiente ya que la experiencia ha demostrado inexorablemente que las burocracias estatales tienden a crecer parásitamente, abusan de los poderes que les confieren, malgastan los recursos de la sociedad y son el terreno fértil para la corrupción generalizada.
Desde el punto de vista económico, Alemania se alineó sin fisuras al pensamiento del verdadero precursor del liberalismo económico, Adam Smith, economista inglés quien en su obra magistral, “De la riqueza de las Naciones” (1776), desarrolló la idea de la “mano invisible” que consiste en que los individuos al buscar su propio beneficio empujan a la economía a un equilibrio óptimo que promueve el bienestar general sin que sea necesaria nunca la intervención del Estado. En otras palabras, es el mecanismo del libre mercado el que actúa como una herramienta no visible llevando a una asignación óptima de los recursos para todos, la Economía de Mercado, sistema que ha traído bienestar y progreso en los últimos doscientos años como nunca antes sucedió en la historia de la humanidad.
Volviendo a 1947, con la II Guerra Mundial terminada dos años antes, se planteó el nuevo enfrentamiento entre occidente y el bloque comunista, quedando en claro que era necesario reconstruir Europa para evitar que cayera en manos de los soviéticos, como lamentablemente ocurrió con los países del sector oriental, incluida parte importante de Alemania. El grueso del apoyo vino a través del “Plan Marshall” mediante el cual el gobierno estadounidense invirtió cerca de 13.000 millones de dólares (unos 130.000 millones al valor actual de esa moneda) para reconstruir el continente, entre 1948 y 1951. Cabe añadir que esta monumental ayuda fue clave para demostrarles a los alemanes occidentales que no tendrían que ser un país paria para siempre y que Estados Unidos (y otros países de Europa occidental) querían verlos renacer como potencia industrial.
De hecho, el gobierno del primer Canciller de la posguerra, Konrad Adenauer, y de su ministro de Finanzas, Ludwig Erhard (quien lo sucedería en 1963), emprendió una serie de reformas que condujeron al famoso “Milagro Alemán”, título del presente ensayo. Basándose íntegramente en la Economía de Mercado, las reformas de Adenauer y Erhard se dirigieron a aprovechar las insustituibles herramientas del capitalismo para crear riqueza. En ese proceso, además de los citados recursos del Plan Marshall, varios factores contribuyeron al despegue de la naciente Alemania Federal.
El primero y el más importante, la voluntad incondicional del pueblo germano que estuvo dispuesto a trabajar largas horas –incluso a cambio de bajísimos salarios– para que el aparato productivo se recuperara. Además, aunque el conflicto devastó la economía, Alemania había sido una de las potencias industriales más avanzadas de la preguerra. A esas condiciones internas favorables se sumaron factores externos como la guerra de Corea de los años cincuenta y sus enormes necesidades de material bélico, que los alemanes estaban en condiciones de satisfacer. No podemos dejar de mencionar al respecto, el flujo de alemanes jóvenes y bien preparados que huyeron del lado oriental antes de la construcción del Muro, en 1961 hasta que en 1989 esa barrera insultante a la dignidad y libertad fue completamente destrozada gracias a las convicciones y firmeza del entonces Canciller Helmut Kohl y a partir de ese momento, se produce un hecho histórico sin precedentes que afectó a todo el planeta.
Nace el nuevo orden internacional sustentado con inusitado vigor por su base doctrinaria que le proveyó los elementos para iniciar una nueva etapa mundial. Nos referimos a la Interdependencia que su vez encontró sus raíces naturales en la globalización, apertura de la economía e integración plena, todo ello en un contexto de libertad política, con democracias cada día más fortalecidas.
Sin embargo, debemos enfatizar que el proceso definitivo de reunificación fue extremadamente complicado por obvias razones fundadas principalmente en la vigencia traumática de la Guerra Fría. Por ello, Willy Brandt, Canciller Federal desde 1969 hasta 1974 se lo recuerda por sus incansables esfuerzos para lograr ese propósito de unidad y al respecto tomó una medida que sacudió al mundo: reconoció a Alemania Oriental y pese a las críticas mayúsculas que recibió en su mayoría de su propio gobierno, este evento inimaginable en pleno enfrentamiento de Estados Unidos con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, fue fundamental para establecer puentes y preparar el camino de la definitiva reunificación.
En 1970 tuvo otro gesto audaz: se arrodilló frente al monumento de las víctimas del gueto judío en Varsovia. De ese modo comenzó el reconocimiento de los crímenes de guerra perpetrados por el nazismo y la consecuente autocrítica por el terrible Holocausto que marcó a la sociedad y a la cultura alemana desde entonces hasta nuestros días. Este es el gran reto de la Alemania del siglo XXI que está llevando a cabo sin prisa y sin pausa, dejando atrás los fantasmas de su pasado y asumir con responsabilidad su protagonismo de líder de la Unión Europea, en especial bajo el gobierno de Angela Merkel, que junto a Emmanuel Macron, representan los dos líderes actuales indiscutibles del viejo continente.
Finalmente en el 75° Aniversario de la caída del nazismo que se cumplió el 8 de mayo de este año, hagamos votos para que las enseñanzas que nos brindó Alemania cuando revivió de entre las cenizas como el ave fénix, nos guíen permanentemente en el camino de la razón, tolerancia y fundamentalmente, de la Libertad. El Dr. Julio María Sanguinetti, uno de los más grandes estadistas que tuvo América Latina, escribía hace pocos días otro imperdible artículo en el diario La Nación y refiriéndose a la pandemia actual, concluía de esta manera: “Que el viejo pacto fáustico de entregar la libertad a cambio de la seguridad, que engendró tantas dictaduras, no renacerá. Esta tensión dialéctica está allí. Los apocalípticos la anuncian. Los integrados seguimos creyendo que la confianza solo puede ser hija de la transparencia y no del miedo”.
El mundo así fortalecido debe seguir avanzando con coraje y firmeza como lo hizo el pueblo alemán después de la derrota de Hitler y su régimen ignominioso, ya que superaremos y enfrentaremos los grandes inconvenientes que se presentarán en la etapa post-pandemia porque siempre, cuando se realizan cambios profundos y radicales, se requiere coraje para tomar las decisiones correctas, convencimiento y perseverancia en los principios, en sintonía permanente con políticas de estado perdurables y sustentables en el tiempo.