Duros y blandos

El presidente Alberto Fernández y la vice Cristina Fernández de Kirchner (EFE/ Juan Ignacio Roncoroni)

En el Frente de Todos parecería que existen dos equipos en una cinchada tirando cada uno para su lado. El Presidente y la Vicepresidenta son sus capitanes. ¿Puede ese tire y afloje comprometer la integridad del espacio?

Actualmente en la Argentina existen dos grandes espacios que nuclean y representan mayoritariamente al electorado. Por un lado, el oficialismo, encarnado en el Frente de Todos y en el que confluyen diferentes partidos. Y en el archipiélago opositor hay una isla con mayor superficie que el resto: Juntos por el Cambio, también una coalición. Ambos constituyen alianzas de partidos y por lo tanto en su interior existen matices. Están los denominados “duros”, aquellos que más acríticamente apoyan las posiciones frente a los diferentes temas y los “blandos”, quienes circunstancialmente pertenecen a un espacio, quizás únicamente a la hora de emitir un voto, con menor compromiso político ideológico y con mayor labilidad frente a los temas, sean éstos sustanciales o no. Cuanto más controversial sea el tema de discusión, más fluctuaciones se observan entre los “blandos” en ambos lados de la grieta.

Entre los diversos sectores que conforman el oficialismo nacional los matices son evidentes, en especial sobre el modo en que la política debe operar para transformar la realidad.

Como lo expresó la intendenta de Quilmes, Mayra Mendoza en una entrevista radial: “La relación entre Alberto y Cristina es muy buena. Es de dos personas que están pensando en cómo hacer para sacar adelante nuestro país. No se discute hacia dónde vamos sino distintas miradas de cómo hacerlo”.

Si esquematizáramos podríamos definir al sector más duro del Gobierno como aquel que encarna la figura de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, y entre los blandos están quienes se encolumnan detrás del presidente Alberto Fernández. Desde el punto de vista teórico, si la ideología del electorado argentino fuese una línea recta, los más duros se ubicarían más cerca de los extremos mientras que los blandos lo harían tirando al centro.

Las supuestas tensiones están dadas porque los sectores duros le reclaman al Presidente que le dé respuestas a sus demandas, grosso modo una mayor presencia del Estado en el escenario sociopolítico: apresurar el impuesto a las grandes fortunas, la intervención de la empresa Vicentin debido al fraude propiciado contra el Banco Nación, y hasta la conformación de un Consejo Económico y Social de representación plural para darle solución a los principales problemas de los sectores más postergados de nuestra sociedad.

Desde lo comunicacional, se le reclama que el gabinete sea más agudo a la hora de analizar al gobierno anterior. Los primeros dos años del gobierno de Macri estuvieron signados por reiteradas críticas a la “pesada herencia” recibida. Alberto Fernández se refirió un puñado de veces a la administración Macri y en un tono poco confrontativo, al tiempo que la herencia que le tocó recibir, principalmente desde lo económico, fue sustancialmente peor. En especial en lo concerniente al endeudamiento, el principal obstáculo hasta la aparición del Covid-19, y que incluso condiciona al gobierno para encontrar paliativos a los efectos de la pandemia.

Ante este marco, el Presidente tiene que ejercer el rol por el cual fue designado dentro de su espacio: ser el presidente de todas y todos los argentinos. Y también ser el garante del equilibrio en el seno del Frente de Todos, tarea ciclópea: sintetizar los puntos de vista de Cristina Fernández de Kirchner hasta Sergio Massa, pasando por Juan Grabois y La Cámpora junto a Máximo Kirchner.

Sin embargo, en las últimas semanas hemos visto que dentro de la principal coalición opositora también existen divergencias. Alberto Fernández ha sido muy claro en ese sentido: no es lo mismo quienes tienen la responsabilidad de gobernar que quienes hacen política en el Congreso Nacional, desde Twitter o directamente en el llano. La carta de Patricia Bullrich, quien responde a la conducción política de Mauricio Macri, que sugirió involucrar a la ex presidenta en la muerte de Fabián Gutiérrez fue apoyada por el diputado nacional y presidente de la UCR, Alfredo Cornejo pero desmentida por Miguel Pichetto, María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta, quienes evidenciaron su descontento con una misiva sin argumentos y con el objetivo primordial de tratar de embarrar la cancha.

Durante la presidencia de Mauricio Macri también existieron diferencias dentro de ese espacio. Desde los epítetos de Elisa Carrió contra el ex ministro de Justicia Germán Garavano y contra el jefe legislativo del bloque PRO Nicolás Massot, hasta las evidentes fisuras entre quienes promovían la candidatura presidencial de María Eugenia Vidal, a espaldas del sueño trunco reeleccionista de Macri.

Resultan difíciles de olvidar las palabras de la ¿retirada? Elisa Carrió el día que en la Cámara de Diputados se aprobó la media sanción de la interrupción voluntaria del embarazo: “Que le quede claro a todo Cambiemos, la próxima rompo”. Pese a las declaraciones incendiarias no todos hablaron por aquel entonces de las fisuras en el gobierno, sino todo lo contrario.

Los dirigentes del actual oficialismo pueden tomar la experiencia y reconvertirla en función de sus propios intereses. Pertenecer a un frente variopinto implica que haya diferencias y que ellas sean imposibles de resolver internamente. Hacerlas públicas enriquece el debate de cara a la sociedad, que los votó a sabiendas de esa heterogeneidad. Para que las diferencias fortalezcan al espacio deben hacerse mediante el diálogo, con reconocimiento del otro, ánimo de construcción y de superación. Hace poco más de un año muchos de las y los dirigentes que hoy cuestionan el liderazgo del Presidente pedían por la unidad del peronismo para hacer realidad el deseo de un sector amplio de la sociedad que finalmente los apoyó. La fragmentación del pasado tuvo como consecuencia el surgimiento de un gobierno (encarnado por Macri) que fue muy dañino para las mayorías populares. El riesgo de ser duro es formar una suerte de coraza que abroquele al interior pero que no permita robustecerse con los blandos. En política es muy complejo consolidar la unidad en la diversidad, y ese es el desafío que enfrenta el gobierno nacional en medio de una de las crisis más graves de nuestra historia.

El autor es licenciado en Ciencia Política (UBA) y analista político.